Mientras las redes sociales y los programas de farándula debaten sobre los coqueteos entre el exfutbolista Luis Jiménez y la influencer Disley Ramos en el reality "Mundos Opuestos 3", una sombra persiste tras el brillo de las pantallas. Hace poco más de dos meses, antes de que comenzara el encierro televisado, la producción se tiñó de luto. La muerte de Miguel Ángel Fernández Lizonde, un trabajador contratista, no fue solo una tragedia personal, sino el prólogo de un caso de estudio sobre la ética mediática y la precarización laboral que la industria del entretenimiento parece decidida a olvidar.
El 3 de mayo de 2025, la noticia irrumpió con frialdad: Fernández Lizonde había fallecido en Lima, Perú, tras sufrir una descarga eléctrica durante el montaje de una de las actividades del programa. Canal 13, la estación detrás del reality, emitió un comunicado oficial expresando su "pesar con su familia, amigos y cercanos". Sin embargo, el luto corporativo fue fugaz. Apenas dos días después, el 5 de mayo, la cuenta oficial del programa anunciaba con bombos y platillos la incorporación de un nuevo participante, el exfutbolista Daúd Gazale. El mensaje era claro y contundente: el show debía continuar, sin importar el costo humano.
Lo que siguió en las semanas posteriores fue una clase magistral de control de daños y reorientación narrativa. La conversación sobre las condiciones de seguridad, la responsabilidad de la productora principal y las empresas subcontratadas —como RGaraban, para la cual trabajaba la víctima— se disipó. En su lugar, a principios de junio, el canal comenzó a "calentar" el ambiente con "imágenes exclusivas" de un incipiente romance. El productor ejecutivo del espacio, Marcos Gorban, llegó a declarar a un programa satélite que "lo más lindo es verlos mirarse. Hablan con los ojos", refiriéndose a Jiménez y Ramos. La tragedia del trabajador anónimo fue reemplazada por el espectáculo del romance de los famosos. El "cahuín" se impuso sobre la culpa.
Este episodio deja al descubierto varias capas de un problema sistémico que trasciende a un solo programa.
Primero, la precarización laboral en la industria audiovisual, donde la externalización de servicios a través de contratistas a menudo diluye las responsabilidades en materia de seguridad y derechos laborales. ¿Quién fiscaliza las condiciones en que trabajan quienes montan los escenarios para el entretenimiento masivo? La muerte de Fernández Lizonde no fue la de una figura pública, sino la de un trabajador cuyo nombre fue rápidamente olvidado.
Segundo, la responsabilidad ética de los medios. Al optar por una narrativa de farándula, el canal no solo desvió la atención, sino que invisibilizó a la víctima y silenció un debate necesario sobre la seguridad en la "pega". Otros medios, al replicar la historia del romance sin cuestionar el contexto, se volvieron cómplices de este borrado.
Finalmente, queda la pregunta sobre la audiencia. ¿Es la demanda por distracción tan voraz que nos vuelve indiferentes a las tragedias que ocurren tras bambalinas?
Hoy, "Mundos Opuestos 3" sigue su curso. Los conflictos, las alianzas y los romances se toman la pantalla, cumpliendo la promesa de evasión. Sin embargo, la historia de Miguel Ángel Fernández Lizonde no ha terminado; simplemente fue archivada. Su muerte no es una nota a pie de página en la historia de un reality show, sino un crudo recordatorio de que detrás del entretenimiento hay personas reales y que la decisión de "continuar el show" tiene consecuencias éticas profundas. La pregunta que queda flotando es si, como sociedad, estamos dispuestos a mirar más allá de las luces para verlas.