A más de un mes de las primarias oficialistas del 29 de junio, el eco de las urnas ha decantado en una realidad política ineludible: la victoria de Jeannette Jara (PC) no fue solo la elección de una candidata, sino un reacomodo tectónico dentro de la coalición de gobierno. El triunfo, logrado con una estrategia de calma y firmeza, desplazó el eje de poder hacia la izquierda y abrió un período de intensas negociaciones, dejando al descubierto las fisuras ideológicas que ahora marcan el camino hacia la elección presidencial de noviembre.
La recta final de la campaña de primarias anticipó el escenario actual. Mientras Carolina Tohá (PPD), la carta del Socialismo Democrático (SD), optaba por una ofensiva directa, emplazando a Jara por el rol del Partido Comunista durante el proceso constituyente y calificando sus propuestas económicas de “kirchneristas”, la entonces exministra del Trabajo mantuvo una postura serena, evitando la confrontación directa. Esta táctica, que algunos leyeron como pasividad, demostró ser una estrategia de paciencia que conectó mejor con un electorado que, aunque escaso en participación, le entregó un rotundo 60,48% de los votos, más del doble que el 27,72% de Tohá.
Por su parte, la candidatura de Gonzalo Winter, representante del Frente Amplio y del legado del Presidente Gabriel Boric, no logró despegar, obteniendo un tercer lugar que fue interpretado como un golpe para la generación que llegó a La Moneda y una señal de que la continuidad, por sí sola, no era una oferta suficiente.
La noche del 29 de junio, la fotografía de los cuatro contendores reconociendo el triunfo de Jara proyectaba una imagen de unidad. Sin embargo, las horas y días siguientes revelaron la fragilidad de ese pacto. La primera señal de distancia la dio Carolina Tohá al anunciar que, si bien apoyaría a la candidata, no se integraría a su campaña, optando por “buscar otras formas de aportar”.
A esta toma de distancia se sumó el portazo del presidente de la Democracia Cristiana, Alberto Undurraga, quien afirmó que su partido no podía respaldar una candidatura del PC, agrietando aún más el ideal de un frente amplio de centroizquierda. La victoria de Jara, en lugar de cerrar filas, había abierto un debate existencial para el Socialismo Democrático, un sector que, como señaló el analista Rafael Sousa, veía desvanecerse la posibilidad de liderar un proyecto con el sello de la Concertación.
El núcleo del conflicto reside en la convivencia de dos almas dentro de la misma coalición. Por un lado, el Socialismo Democrático, heredero de una tradición de reformas graduales y celoso de la estabilidad macroeconómica. Por otro, Apruebo Dignidad (PC y FA), que impulsa transformaciones estructurales como el fin de las AFP y un rol más protagónico del Estado en la economía.
Esta tensión se ha materializado en la conformación del equipo de campaña de Jara. La candidata, consciente de la necesidad de dar señales de moderación, confirmó la incorporación del exministro de Hacienda de la Concertación, Nicolás Eyzaguirre, un gesto que buscaba tranquilizar a los mercados y al centro político. No obstante, el propio Eyzaguirre matizó su participación días después, calificando el anuncio como un “tremendo equívoco” y aclarando que no estaba disponible para un rol formal en el comando. Este episodio evidenció la profunda desconfianza y la dificultad para integrar a figuras del SD en un proyecto liderado por el PC.
La presión del Socialismo Democrático para que Jara presente a la brevedad su equipo económico es la manifestación más clara de esta ansiedad. Buscan garantías de que el programa final no se alejará del centro y que sus cuadros técnicos tendrán un rol influyente, moderando las propuestas originales de la candidata, que fueron diseñadas por figuras como Fernando Carmona, de un perfil más cercano al ala dura del PC.
El triunfo de Jeannette Jara ha cerrado un capítulo, pero ha abierto uno mucho más complejo. Su liderazgo no está en duda, pero el proyecto que representará en noviembre sigue en plena construcción. La victoria de la paciencia en las primarias ha dado paso a la urgencia de la negociación.
El desafío para la candidata es mayúsculo: debe articular un programa que logre una síntesis viable entre las demandas de su base, que anhela cambios profundos, y las aprensiones de un Socialismo Democrático que se siente desplazado y teme por la gobernabilidad futura. La historia de esta candidatura no ha terminado; por el contrario, la batalla por definir el alma del proyecto oficialista recién comienza.