A más de un año de que su nombre se instalara en el debate público, el caso de Camila Polizzi ha alcanzado un nuevo clímax que poco tiene que ver con los tribunales y mucho con el espectáculo. A fines de junio de 2025, el Juzgado de Garantía de Concepción autorizó a la excandidata, imputada por fraude al fisco y otros delitos en el marco del “Caso Convenios”, a suspender temporalmente su arresto domiciliario total. El motivo: una oferta laboral para realizar dos shows eróticos en un conocido club nocturno de Santiago. La decisión judicial no solo desató una ola de críticas políticas, sino que consolidó la metamorfosis de un escándalo de corrupción en un fenómeno mediático que desafía las nociones de justicia, castigo y fama.
El origen de la saga se remonta a mediados de 2023, cuando estalló la arista “Lencería” del Caso Convenios. La investigación del Ministerio Público apuntó al presunto desvío de $250 millones de pesos transferidos por el Gobierno Regional (GORE) del Biobío a la Fundación En Ti, arrendada por Polizzi, para proyectos comunitarios que nunca se habrían ejecutado. Gastos en ropa, comida y compras en tiendas de lencería, revelados por la prensa, dieron un nombre pegadizo al escándalo y catapultaron a Polizzi a la infamia nacional.
Desde noviembre de 2023, Polizzi cumple la medida cautelar de arresto domiciliario total. Durante este tiempo, la investigación ha seguido su curso burocrático: en abril de 2025, la Fiscalía la reformalizó por un nuevo delito tributario y extendió el plazo de la indagatoria. Su defensa ha argumentado sistemáticamente que la medida cautelar es desproporcionada y le impide generar ingresos para sostener a su familia.
Fue en este contexto de encierro y asedio mediático que Polizzi dio un giro estratégico. Abrió un perfil en Arsmate, una plataforma chilena de contenido para adultos por suscripción. La decisión fue un éxito comercial y mediático instantáneo, generando un intenso debate sobre los límites del derecho al trabajo de los imputados y la monetización de la notoriedad. Su caso fue incluso imitado por otras figuras públicas bajo medidas cautelares, como la exalcaldesa Cathy Barriga, evidenciando una nueva tendencia en la gestión de la imagen pública post-escándalo.
El permiso para actuar en el club Diosas, presentado por la propia Polizzi como “un acto de libertad” y una forma de “reconstruirse como mujer”, representa la culminación de esta trayectoria. El evento, promocionado con performances inspiradas en Cleopatra y Harley Quinn, transformó definitivamente la discusión judicial en un producto de consumo cultural.
La autorización judicial ha expuesto una profunda disonancia entre las distintas visiones del caso:
El caso Polizzi no es un hecho aislado. Es la cara más visible del “Caso Convenios”, un escándalo que reveló fallas sistémicas en la asignación y fiscalización de fondos públicos a fundaciones. Mientras Polizzi acapara titulares, otras aristas, como la que involucra a la Fundación ProCultura y al GORE de Santiago, muestran la complejidad de recuperar los dineros defraudados. El gobernador Claudio Orrego lidera una batalla legal para que una aseguradora restituya más de $1.000 millones, un proceso lento y engorroso que carece del atractivo mediático del caso Polizzi.
Esta divergencia de atenciones plantea una pregunta incómoda: ¿el espectáculo en torno a una figura carismática distrae de la discusión de fondo sobre la integridad de las instituciones y la necesidad de reformas estructurales? La transformación de la corrupción en entretenimiento corre el riesgo de banalizar el delito, convirtiendo a los imputados en celebridades y al proceso judicial en una trama secundaria de un reality show improvisado.
La investigación penal contra Camila Polizzi sigue abierta y su futuro judicial es incierto. Sin embargo, en la arena pública, ha logrado una victoria innegable: controlar su propia narrativa y convertir la adversidad legal en una oportunidad de negocio. El caso ha trascendido los expedientes para instalarse en la cultura popular, generando un debate que va más allá de la culpabilidad o inocencia.
La metamorfosis del caso Polizzi obliga a una reflexión crítica sobre el rol de los medios, la respuesta del sistema judicial ante la corrupción y una sociedad que, a veces, parece más interesada en el espectáculo de la caída y reinvención que en la tediosa pero fundamental búsqueda de justicia y probidad.