Lo que hace tres meses parecía una candidatura testimonial, impulsada por el eco de las redes sociales, se ha consolidado como un factor ineludible en el panorama presidencial chileno. La postulación de Johannes Kaiser, diputado del Partido Nacional Libertario, ha superado la etiqueta de "novedad" para convertirse en un eje gravitacional que obliga al resto de los actores de la derecha a redefinir sus posiciones. Su persistencia no solo ha desafiado la hegemonía de Chile Vamos y el Partido Republicano, sino que ha reconfigurado las dinámicas de competencia en el sector.
Inicialmente, el ascenso de Kaiser en las encuestas, que llegó a marcar hasta 15 puntos en sondeos como Cadem, generó una primera reacción de ajuste en su comando. A fines de abril, ante una leve baja y un estancamiento en las cifras, su equipo, liderado por el diputado Cristián Labbé, anunció un "nuevo diseño de campaña" para presentar ejes programáticos en áreas como economía, buscando dotar de mayor fondo a su propuesta. En ese momento, el propio Kaiser condicionaba su carrera a primera vuelta a la obtención de un respaldo ciudadano de entre un 18% y un 20%.
Sin embargo, pocos días después, en un giro estratégico que marcó su determinación, Kaiser desestimó la relevancia de los sondeos y aseguró que mantendría su candidatura "sin importar los resultados". Este cambio de discurso, de la dependencia de las encuestas a una afirmación de voluntad política, señaló la maduración del proyecto: el "efecto Kaiser" ya no era un fenómeno efímero, sino una apuesta de largo aliento con una base electoral propia.
La influencia de Kaiser se ha hecho más visible en los debates legislativos y políticos, donde ha logrado exponer y explotar las diferencias dentro de la oposición. Un ejemplo claro fue la discusión sobre las Reglas de Uso de la Fuerza (RUF) en mayo. Mientras diputados de Chile Vamos como Diego Schalper y senadores del mismo sector debatían sobre tecnicismos como "objetivo legítimo" versus "objetivo encomendado", Kaiser intervino para descalificar ambas posturas, proponiendo el concepto de "consigna". Al hacerlo, no solo se posicionó como un actor con mayor conocimiento técnico en materias de defensa —asegurando tener un equipo más especializado—, sino que desató una competencia explícita por ver quién representa mejor al mundo castrense, una base electoral históricamente ligada a la derecha.
Esta táctica de diferenciación ha generado interacciones complejas y, a veces, paradójicas. A fines de junio, la candidata de Chile Vamos, Evelyn Matthei, sorprendió al afirmar que consideraba a Kaiser "mucho más respetuoso con las mujeres" que a José Antonio Kast, una declaración que busca, probablemente, fragmentar el voto de la ultraderecha y perfilar a Kast como el extremo más radical. Por otro lado, la ministra de la Mujer, Antonia Orellana, analizó esta dinámica como un "sabio juego de piernas entre los dos candidatos de la ultraderecha", donde las "barbaridades" de Kaiser hacen que Kast "parezca moderado cuando no lo es".
La complejidad de las alianzas quedó aún más de manifiesto cuando, en julio, el Partido Socialista solicitó la destitución de Kaiser ante el Tribunal Constitucional por afirmar que apoyaría un golpe de Estado. Inesperadamente, fue Diego Schalper (RN) quien salió en su defensa, argumentando desde una perspectiva jurídica que se trataba de una opinión política y no de una incitación, y que removerlo del cargo por ello sería improcedente. Este episodio demuestra cómo la presencia de Kaiser obliga a sus adversarios a tomar posiciones de principios que, tácticamente, terminan por validarlo como un interlocutor político legítimo.
Para comprender el fenómeno, es crucial analizar la figura del propio Kaiser, quien en una entrevista en profundidad se definió como "malas pulgas" y reconoció la rabia como una emoción recurrente. Su biografía, marcada por una infancia con cambios de residencia, la separación de sus padres y una formación que incluyó la Escuela Militar, revela una personalidad forjada en la adversidad y una visión del mundo resumida en su propia frase: "La vida es combate. La vida es pelear".
Este ethos combativo se traduce en un estilo político confrontacional y en declaraciones que deliberadamente desafían consensos sociales, como sus críticas al feminismo, al que califica de "desastre", o sus polémicas comparaciones, como cuando tildó a la candidata oficialista Jeannette Jara de ser una "Bachelet con esteroides". Lejos de ser exabruptos aislados, estas provocaciones forman parte de una estrategia coherente que apela a un electorado que se siente incomprendido y marginado por las élites políticas y culturales.
A más de 90 días de su irrupción como una fuerza presidencial seria, el "efecto Kaiser" ha tenido consecuencias visibles. Ha fragmentado el voto de la derecha, pero también ha energizado a un segmento del electorado que no se sentía representado ni por la derecha tradicional de Chile Vamos ni por el conservadurismo del Partido Republicano. Su candidatura ha demostrado que existe un espacio para un discurso libertario, nacionalista y abiertamente revisionista que no teme a la controversia.
El debate ya no es si el fenómeno es pasajero. La interrogante actual, que sigue abierta, es cómo los demás actores políticos se adaptarán a esta nueva realidad. La candidatura de Johannes Kaiser ha dejado de ser una anécdota para convertirse en una pieza clave del ajedrez político, una que ha demostrado tener la capacidad de alterar el tablero y forzar a todos los demás a repensar su próxima jugada.