Han pasado más de dos meses desde que los cielos de la frontera indo-pakistaní se encendieron con el fuego de la "Operación Sindoor". La inmediatez de los titulares ha dado paso a una tensa calma, pero las réplicas de aquellos días de mayo continúan redefiniendo el frágil equilibrio en el sur de Asia. Para comprender la situación actual, es necesario retroceder al 22 de abril de 2025, cuando un ataque terrorista en la turística localidad de Pahalgam, en la Cachemira administrada por India, dejó un saldo de 26 civiles muertos, en su mayoría turistas indios. El atentado, el más letal en la región en casi dos décadas, no solo fue una tragedia humana, sino también la chispa que encendió una pradera seca por décadas de desconfianza.
La respuesta de Nueva Delhi fue inmediata y contundente, aunque inicialmente diplomática. El gobierno del Primer Ministro Narendra Modi acusó directamente a Pakistán de patrocinar al grupo militante responsable, una imputación que Islamabad negó categóricamente. Lo que siguió fue una escalada de manual: expulsión de diplomáticos, cierre de cruces fronterizos, bloqueo de medios de comunicación del país vecino y, en una medida de alto impacto estratégico, la suspensión unilateral por parte de India del Tratado de Aguas del Indo de 1960, un pilar de la cooperación bilateral que regula recursos hídricos vitales para millones de personas.
La madrugada del 7 de mayo, la retórica bélica se materializó. Las Fuerzas Armadas indias lanzaron la "Operación Sindoor", una serie de bombardeos sobre nueve objetivos en territorio pakistaní y en la zona de Cachemira administrada por Pakistán. A partir de este punto, la historia se bifurca en dos narrativas irreconciliables.
La Versión India: Un Golpe Quirúrgico y Justiciero
Desde Nueva Delhi, el Ministerio de Defensa describió la operación como un ataque de "precisión, centrado, mesurado y de naturaleza no escalatoria". El objetivo, según el comunicado oficial, era destruir "infraestructura terrorista" desde donde se planeaban nuevos ataques. El gobierno indio insistió en que no se atacaron instalaciones militares pakistaníes y que la acción era una respuesta directa y necesaria al "bárbaro ataque terrorista" de abril. En redes sociales, el ejército indio publicó un escueto pero potente mensaje: "Se hace justicia". Para la India, la operación fue un acto de soberanía y una demostración de que no toleraría más el terrorismo transfronterizo.
La Versión Pakistaní: Una Agresión y una Masacre
Islamabad presentó una realidad diametralmente opuesta. Calificó los bombardeos como una "agresión no provocada" y una violación flagrante de su soberanía. Las autoridades pakistaníes negaron la existencia de campamentos terroristas en las zonas atacadas, afirmando que los misiles indios impactaron áreas civiles. El portavoz de las fuerzas armadas, Ahmed Chaudhry, informó de la muerte de 26 civiles, incluyendo niños, en lugares como una mezquita en Bahawalpur. Pakistán, además, aseguró haber derribado cinco aviones de combate indios en el enfrentamiento. El Primer Ministro, Shehbaz Sharif, advirtió que "esta atroz provocación no quedará sin respuesta", una promesa que mantiene a la comunidad internacional en alerta.
Esta escalada no puede analizarse sin considerar el factor que la distingue de otros conflictos regionales: ambas naciones son potencias nucleares. Según estimaciones de la Federation of American Scientists (FAS), India posee alrededor de 180 ojivas nucleares y Pakistán unas 170. Ambos países operan bajo una doctrina de "disuasión mínima", manteniendo solo el arsenal necesario para desincentivar un ataque.
Sin embargo, existen diferencias clave. India mantiene una política de "no primer uso", comprometiéndose a utilizar su arsenal solo en respuesta a un ataque nuclear. La doctrina de Pakistán es más ambigua, no descartando el uso de armas nucleares tácticas en caso de una invasión convencional que amenace su existencia. Este delicado y aterrador cálculo estratégico convierte a Cachemira en uno de los puntos más peligrosos del planeta. La "Operación Sindoor" fue una prueba de estrés para esta disuasión, donde un error de cálculo o una mala interpretación de las intenciones del adversario podría haber desencadenado una catástrofe inimaginable.
Hoy, la fase aguda del enfrentamiento militar ha cesado. Sin embargo, el conflicto está lejos de estar resuelto. Las relaciones diplomáticas están rotas, las fronteras militarizadas y la retórica nacionalista en ambos lados se ha endurecido. La suspensión del tratado de aguas sigue siendo un punto de fricción latente con graves consecuencias humanitarias y económicas a largo plazo.
La "Operación Sindoor" no fue un evento aislado, sino el capítulo más reciente de una disputa que se remonta a la partición de 1947. Como en escaladas anteriores, como la de 2019 tras el atentado de Pulwama, el ciclo de violencia parece haberse pausado, pero no terminado. Las dos narrativas oficiales, blindadas y contradictorias, continúan alimentando la hostilidad. El debate no está cerrado; simplemente ha evolucionado hacia una nueva etapa de paz frágil, donde la herida de Cachemira sigue abierta y la sombra de la guerra nuclear, aunque distante, nunca desaparece del todo del horizonte.