Hace poco más de dos meses, la carrera presidencial de Evelyn Matthei, que parecía navegar con viento a favor, enfrentó una turbulencia que obligó a un drástico giro en el timón. Lo que comenzó como una serie de tropiezos comunicacionales en abril, se transformó en una crisis de confianza interna y una caída en las encuestas, obligando a su comando a una reingeniería completa. La reciente incorporación de la exsubsecretaria Paula Daza como vocera principal no es un hecho aislado, sino el último movimiento en un tablero que ha sido reconfigurado por completo para contener la improvisación, profesionalizar el mensaje y enfrentar un escenario político más competitivo de lo anticipado.
El punto de inflexión ocurrió durante una crítica semana de abril. Una seguidilla de errores no forzados —desde una afirmación sobre la falta de cámaras en el Estadio Nacional, desmentida por el gobierno, hasta su controversial declaración de que el Golpe de Estado de 1973 fue “necesario”— encendió las alarmas en Chile Vamos. Estos episodios no solo generaron flancos para el oficialismo, sino que también expusieron una preocupante falta de estructura y un relato errático, culminando en la admisión de la secretaria general de la UDI, María José Hoffmann, de que la campaña había “tocado fondo en el desorden”.
La primera respuesta fue nombrar al exdiputado de RN, Diego Paulsen, como “generalísimo” de la campaña. Su perfil, descrito como dialogante y transversal, buscaba imponer orden y disciplina. Sin embargo, el ajuste inicial no fue suficiente. Hacia junio, las encuestas comenzaron a mostrar un estancamiento de Matthei y un ascenso sostenido de su principal contendor en la derecha, José Antonio Kast. La estrategia comunicacional, basada en el eslogan “Valentía para gobernar, cercanía para escuchar” y un equipo de once voceros, generaba más ruido que certezas. Las voces del comando se contradecían y el estilo franco de la candidata, antes un activo, era percibido internamente como un factor de riesgo.
La segunda y más profunda reestructuración llegó a fines de junio. Se desmanteló el equipo de voceros, una decisión drástica para centralizar el mensaje. El nuevo diseño estratégico le entregó el protagonismo territorial a los alcaldes de la coalición y consolidó a Paulsen como la voz oficial del comando, reforzado ahora por la figura de Paula Daza, quien aporta una imagen de gestión y serenidad probada durante la pandemia.
La crisis y los posteriores ajustes han sido un crisol de tensiones y visiones contrapuestas:
Esta crisis no ocurre en el vacío. Remite a las dificultades que enfrentó la propia Matthei en su campaña presidencial de 2013 y, más importante aún, se enmarca en la reconfiguración hegemónica de la derecha chilena. La tensión entre Chile Vamos y el Partido Republicano no es solo electoral, sino una disputa por el alma del sector. La campaña de Matthei se ve obligada a realizar un complejo equilibrio: consolidar al votante de derecha tradicional, competir con el discurso más duro de Kast y, al mismo tiempo, proyectarse hacia el centro para ser una opción mayoritaria. Los ajustes en su comando son un reflejo directo de esta encrucijada estratégica.
Actualmente, la campaña de Evelyn Matthei ha entrado en una nueva fase, más estructurada y con roles definidos. El “giro del timón” ha calmado las aguas internas y busca proyectar una imagen de mayor control y seriedad. Sin embargo, el tema no está cerrado. La efectividad de esta nueva estructura será puesta a prueba en los próximos meses. Las preguntas fundamentales persisten: ¿logrará la nueva estrategia disciplinar el relato sin diluir la autenticidad que sus adherentes valoran en ella? Y, sobre todo, ¿será suficiente para revertir la tendencia en las encuestas y demostrar que es la carta más competitiva no solo de su sector, sino del país? La respuesta definirá el curso de la carrera presidencial.