Hace poco más de dos meses, la administración de Donald Trump, en una sorpresiva alianza con el magnate tecnológico Elon Musk, presentó una propuesta que sacudió los cimientos del debate migratorio en Estados Unidos: la "golden visa". La iniciativa prometía residencia permanente acelerada para quienes pudieran invertir cinco millones de dólares en el país. "Atraerá a mucha gente a nuestro país, que serän rica y que han tenido mucho éxito", declaraba el presidente Trump en febrero, delineando una visión de la inmigración como una transacción de élite.
La gestión del proyecto recayó en el recién creado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), liderado por el propio Musk. La elección era, en sí misma, una paradoja: un departamento concebido para recortar el gasto público se encargaría de crear un programa para atraer capital extranjero. El equipo de Musk, que incluía figuras con pasados controvertidos, trabajaba para acelerar los procesos de selección a un plazo inédito de dos semanas, eludiendo las revisiones de antecedentes habituales. Mientras esta alfombra roja se desplegaba para los millonarios, la misma administración evaluaba un "programa de autodeportación" que ofrecía dinero y un pasaje de avión a inmigrantes indocumentados para que abandonaran el país. La política migratoria mostraba así sus dos caras: un pasaporte dorado para el capital y un boleto de salida para la precariedad.
La colaboración entre Trump y Musk, dos figuras de personalidades avasalladoras, resultó ser tan intensa como fugaz. A fines de abril, con las ganancias de Tesla en caída, Musk anunció que reduciría su dedicación al DOGE para centrarse en sus negocios. El distanciamiento se hizo evidente. Trump, que había calificado a Musk de "supergenio", comenzó a minimizar su rol en el gobierno, declarando que "no lo necesito para nada, salvo por el hecho de que me cae bien".
La ruptura se oficializó a fines de mayo, cuando Musk renunció a su cargo. La razón pública fue su desacuerdo con un nuevo proyecto fiscal de Trump, que calificó como un "proyecto de ley de gasto masivo" que socavaba la misión de eficiencia del DOGE. Con su salida, el proyecto de la "visa dorada" quedó en el limbo, convirtiéndose en una anécdota de la breve y turbulenta convergencia entre el poder político de Washington y la disrupción tecnológica de Silicon Valley.
El fracaso de la "visa dorada" no significó un giro hacia políticas migratorias más flexibles. Por el contrario, marcó el inicio de una fase más agresiva. Pocos días después de la renuncia de Musk, la Casa Blanca, a través del asesor Stephen Miller, instruyó a la agencia de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) a cumplir una nueva cuota: arrestar a 3.000 inmigrantes indocumentados por día, triplicando las cifras de principios de año.
El vacío dejado por Musk fue rápidamente ocupado por otros actores del mundo tecnológico. La atención se centró en Alex Karp, CEO de Palantir Technologies, una enigmática empresa de análisis de datos. A través de millonarios contratos con el gobierno, Palantir comenzó a proveer su software "Gotham" al ICE, una poderosa herramienta de vigilancia para rastrear y localizar migrantes en tiempo real. La colaboración con Palantir, una compañía con profundos lazos con el Pentágono y la CIA, demostró que el fin de la alianza con Musk no detenía la tendencia, sino que la refinaba. El sueño de atraer al "inmigrante ideal" fue reemplazado por la maquinaria eficiente para expulsar al "indeseado".
El episodio completo ha dejado un reguero de preguntas y ha expuesto las tensiones subyacentes en la política estadounidense.
- Desde la perspectiva política, la estrategia de Trump buscaba satisfacer simultáneamente a su base electoral antiinmigrante y al sector empresarial, proyectando una imagen de control fronterizo y pragmatismo económico. La "visa dorada" era un guiño al elitismo global, mientras que las deportaciones masivas reafirmaban su discurso de "mano dura".
- Desde la ética tecnológica, la participación de figuras como Musk y Karp ha sido duramente criticada. Organizaciones de derechos humanos y exempleados de Palantir han acusado a estas compañías de ser "facilitadores tecnológicos" de políticas que criminalizan a poblaciones vulnerables. El debate se centra en si Silicon Valley debe ser un motor de progreso social o el arquitecto de un estado de vigilancia.
- Desde el análisis socioeconómico, la política de la "visa dorada" formaliza un sistema migratorio basado explícitamente en la capacidad económica, un quiebre con el ideal del "sueño americano" accesible a todos. Plantea una disonancia fundamental: ¿es un inmigrante más valioso por el capital que puede invertir que por su trabajo, su cultura o su necesidad de refugio?
El capítulo de la "visa dorada" está cerrado, pero el debate que inauguró sigue abierto y ha evolucionado. La fallida alianza entre Trump y Musk no fue un hecho aislado, sino el preludio de una nueva etapa donde la tecnología no solo complementa, sino que define y ejecuta una política migratoria de segregación. El muro ya no es solo de concreto; ahora también es digital.