A más de dos meses de que el histórico pacto de accionistas de Falabella llegara a su fin el 1 de julio de 2025, la aparente calma proyectada por la administración ha dado paso a una visible y estratégica reconfiguración del poder. La disolución de este acuerdo, que durante casi dos décadas funcionó como el pilar de la gobernanza corporativa y el blindaje de las siete familias fundadoras —los clanes Solari, Del Río, Cúneo y Cardone—, no fue un mero trámite. Marcó el fin de una era y el comienzo de un nuevo capítulo, donde el mapa del poder dentro de uno de los conglomerados más emblemáticos de Chile se está redibujando en tiempo real, no con declaraciones, sino con transacciones millonarias.
El pacto de actuación conjunta era más que un documento; era un mecanismo que garantizaba la estabilidad, otorgando un derecho preferente de compra entre los socios y protegiendo a la compañía de ofertas de adquisición hostiles (OPA). Su no renovación, anticipada por el mercado, fue minimizada en abril por el gerente general, Alejandro González, quien aseguró que “no debería tener ningún tipo de impacto en cómo se gobierna Falabella”. Sin embargo, la realidad subyacente era una divergencia en las visiones estratégicas sobre el futuro de la compañía entre las distintas ramas familiares.
La prueba de esta nueva dinámica no tardó en llegar. Apenas dos días después del fin del pacto, el grupo Bethia, ligado a la familia Heller Solari, vendió un 0,5% de su participación. Lo significativo no fue solo la venta, sino los compradores: los clanes Del Río, Cúneo y Cardone, exsocios del pacto, consolidando así sus posiciones. Este movimiento no fue un hecho aislado, sino la culminación de un proceso en que Bethia ha reducido su participación para sanear sus propias finanzas, mientras otros grupos aprovechan la oportunidad para fortalecer su influencia.
Paralelamente, un nuevo eje de poder ha emergido con fuerza. Las familias Müller y Fürst, socios históricos en la filial Mallplaza, ejecutaron una calculada estrategia de compra de acciones de la matriz, Falabella, invirtiendo cerca de mil millones de dólares para alcanzar una participación conjunta del 8%. Este movimiento, que implicó vender parte de sus activos en la filial para “subir aguas arriba”, los posiciona como actores clave, con la capacidad de nombrar al menos un director y de influir decisivamente en el futuro de la empresa.
La disolución del pacto ha sido interpretada desde ángulos muy distintos, generando una constructiva disonancia sobre sus implicancias reales:
El fin del pacto de Falabella no es un evento aislado, sino un reflejo de los desafíos que enfrentan los grandes conglomerados familiares en Chile y el mundo. Estos acuerdos son herramientas diseñadas para preservar el control y la unidad a través de las generaciones. Su disolución a menudo señala un punto de inflexión, donde las nuevas generaciones tienen necesidades financieras, apetitos de riesgo y visiones de futuro distintas a las de sus antecesores. Que este quiebre ocurra durante un período de bonanza financiera para la empresa —con deuda a la baja y utilidades al alza— es significativo. La disputa ya no es por la supervivencia, sino por el alma y la dirección estratégica de un gigante en recuperación.
El tema está lejos de estar cerrado; de hecho, acaba de comenzar. La disolución del pacto ha desencadenado un período de maniobras estratégicas que probablemente se intensificará a medida que se acerque la junta de accionistas de abril de 2026. La pregunta fundamental que queda abierta es si esta nueva estructura de propiedad, más fragmentada y competitiva, fomentará una mayor agilidad y una mejor toma de decisiones, o si, por el contrario, las luchas de poder internas podrían paralizar o desviar el rumbo de la compañía. El futuro de Falabella ya no se decidirá en una sala cerrada entre siete familias, sino en un mercado abierto donde las alianzas serán tan importantes como el porcentaje de propiedad.