A más de dos meses del inicio de su segundo mandato, el gobierno de Donald Trump ha consolidado un estilo donde el gesto y el símbolo a menudo pesan más que la política pública detallada. En este contexto, la orden ejecutiva de principios de mayo para reabrir y ampliar la mítica prisión de Alcatraz, cerrada hace más de 60 años, ha madurado de ser un titular impactante a convertirse en un caso de estudio sobre la naturaleza de su proyecto político: una mezcla de nostalgia por una dureza idealizada, una calculada política del espectáculo y un desafío a las convenciones institucionales.
El anuncio se realizó a través de Truth Social, la plataforma del mandatario, con una retórica inequívoca. Trump instruyó a la Oficina Federal de Prisiones y a otros departamentos a trabajar para reabrir el penal, destinado a albergar a "los delincuentes más despiadados y violentos de Estados Unidos". "Cuando éramos una nación más seria", escribió, "no dudábamos en encarcelar a los criminales más peligrosos". Con esta frase, Trump no solo presentaba una medida, sino que evocaba una identidad nacional perdida que él promete restaurar.
La elección de Alcatraz no es casual. Conocida como "La Roca", su nombre resuena en el imaginario colectivo global gracias a Hollywood y a leyendas como la de Al Capone. Es un símbolo de un castigo ineludible y severo. Al proponer su reapertura, la administración busca proyectar una imagen de fuerza inflexible, no solo contra el crimen común, sino también, como se deslizó en el anuncio, contra la inmigración irregular, sugiriendo que podría ser un destino para inmigrantes con antecedentes.
La reacción no se hizo esperar. Figuras políticas como la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, cuyo distrito incluye la isla, calificó la propuesta como "no seria". El senador estatal por San Francisco, Scott Wiener, fue más allá, describiéndola como "profundamente desquiciada".
Más allá de la crítica política, los expertos han puesto sobre la mesa las mismas razones que llevaron a su cierre en 1963: su exorbitante costo operativo. Según la propia Oficina de Prisiones, mantener Alcatraz era tres veces más caro que cualquier otra prisión federal debido a su aislamiento, que obliga a transportar por mar desde agua potable hasta alimentos y suministros. Gabriel Jack Chin, profesor de derecho de la Universidad de California, señaló a la BBC que el sistema penitenciario federal ya cuenta con "muchas camas vacías", por lo que la necesidad de una nueva instalación es, como mínimo, cuestionable.
Desde esta perspectiva, la orden de reapertura se interpreta menos como una política penal viable y más como un acto de comunicación política. Su objetivo no sería resolver un problema de sobrepoblación carcelaria —que no existe a nivel federal—, sino enviar un mensaje contundente a su base electoral y a sus opositores.
La decisión sobre Alcatraz no es un hecho aislado. Analizada en el contexto de los primeros meses del segundo mandato de Trump, encaja en un patrón de acciones diseñadas para generar impacto y reforzar una narrativa de liderazgo autoritario.
Editoriales y análisis, como los publicados por La Tercera, han descrito estos meses como "disruptivos" y marcados por un "culto a la personalidad". La agenda ha incluido anuncios como la organización de una gran parada militar en Washington para el día de su cumpleaños, coincidiendo con el aniversario del Ejército, o la orden ejecutiva para suspender el financiamiento a medios públicos como NPR y PBS, a los que calificó de "monstruos de la izquierda radical".
Cada una de estas acciones, al igual que la de Alcatraz, opera en dos niveles. En el plano práctico, enfrentan enormes obstáculos legales, financieros y políticos. Pero en el plano simbólico, son extremadamente eficaces: consolidan la imagen de un líder que rompe con el establishment, que no teme a la controversia y que gobierna a través de la afirmación de su voluntad por sobre las complejidades del proceso democrático.
Hoy, el debate sobre Alcatraz ya no se centra en si los primeros reclusos llegarán pronto a la isla. La discusión ha evolucionado hacia qué significa para la gobernanza de Estados Unidos que se planteen este tipo de iniciativas. La orden de Trump ha cumplido su propósito principal: polarizar el debate y posicionarlo como el único dispuesto a tomar medidas drásticas, sin importar su factibilidad.
La historia de la reapertura de Alcatraz se ha convertido en una metáfora del dilema que plantea la era Trump. Obliga a los ciudadanos y analistas a preguntarse constantemente dónde termina la política pública y dónde comienza la puesta en escena. Al proponer revivir un ícono del pasado, Trump no solo habla de cárceles; redefine el presente como un espectáculo donde él es el director, y "La Roca" es solo el último escenario de su obra. El tema, por tanto, no está cerrado; ha mutado en una reflexión permanente sobre los límites entre gobernar y actuar.