El 25 de mayo de 2025, un tornado categoría EF-1 rasgó el paisaje de Puerto Varas, dejando una estela de destrucción y preguntas. Dos meses después, con los escombros mayormente removidos y la ayuda estatal en curso, el evento ha madurado para convertirse en un caso de estudio ineludible. Más allá de los 19 heridos y las 435 viviendas afectadas, el tornado actuó como un violento catalizador, exponiendo las grietas en la infraestructura de prevención de Chile y forzando una conversación nacional sobre la adaptación a un clima cada vez más impredecible.
La respuesta inmediata fue un reflejo de la capacidad reactiva del país: despliegue del Ejército, aplicación de la Ficha Básica de Emergencia (FIBE) y la pronta visita del Presidente Gabriel Boric, quien anunció un Bono de Recuperación para las familias damnificadas. A nivel local, el municipio lanzó el plan "Puerto Varas se Levanta", una iniciativa con una inversión inicial de $13 mil millones para abordar desde la reconstrucción habitacional hasta la restauración patrimonial. Sin embargo, una vez superada la urgencia, el foco se desplazó de la gestión de la crisis a sus causas subyacentes.
La pregunta que resonó en la comunidad fue directa: ¿por qué nadie nos advirtió? La respuesta, según los expertos, es tan clara como preocupante. Arnaldo Zúñiga, de la Dirección Meteorológica de Chile, fue tajante: con las herramientas actuales, pronosticar "puntualmente un tornado es imposible". La razón es la ausencia de una red de radares meteorológicos de banda C, tecnología de alto costo que permite detectar con horas de antelación las condiciones precisas que forman estos vórtices.
El Dr. Martín Jacques Coper, climatólogo de la Universidad de Concepción, desmitificó la idea de que los tornados son un fenómeno nuevo en Chile. Recordó que existen registros desde el siglo XVI y que estudios recientes identifican a mayo y junio como los meses de mayor frecuencia en el centro-sur del país. El tornado de Puerto Varas, explicó, se formó por la superposición de vorticidad (rotación del aire) y energía convectiva (ascenso de aire), condiciones que se pueden monitorear, pero no predecir a escala local sin la tecnología adecuada. La comunidad científica, recalcó Jacques, lleva años enfatizando la urgencia de esta inversión, una demanda que "se refuerza lamentablemente tras los desastres".
La carencia tecnológica no tardó en convertirse en un arma política. Durante su visita a la zona, el Presidente Boric apuntó a la administración anterior al ser consultado por una promesa de 2019 para instalar dichos radares. "Habría que ver si ese anuncio que se hizo en 2019 estaba financiado. ¿Por qué no se llevó a cabo antes, 2019, 2020, 2021? Fue el gobierno anterior", declaró el mandatario. Esta interpelación abrió un debate sobre la continuidad de las políticas de Estado en materia de prevención y la tendencia a realizar anuncios sin asegurar su financiamiento, dejando al país en un estado de vulnerabilidad persistente.
Este episodio revela una disonancia crítica: mientras Chile realiza ejercicios de preparación para catástrofes conocidas como terremotos —tal como el ejercicio "Chasqui 2025" realizado por el Ejército días antes del tornado—, parece existir un punto ciego para los fenómenos meteorológicos extremos cuya frecuencia e intensidad están aumentando.
Desde el epicentro del desastre, el alcalde de Puerto Varas, Tomás Gárate, ha enmarcado el evento como un punto de inflexión. "Este evento no es aislado", advirtió un mes después de la catástrofe, calificándolo como "una advertencia clara de los efectos del cambio climático en nuestro territorio". Con un impacto económico estimado en más de $31 mil millones, la visión de la autoridad local trasciende la reconstrucción.
El objetivo, según Gárate, es convertir a Puerto Varas en un municipio modelo en gestión del riesgo de desastres y resiliencia climática. El plan de recuperación incluye un eje específico para este fin, buscando implementar sistemas de vanguardia y una planificación territorial robusta. La tragedia, desde esta perspectiva, se transforma en una oportunidad para repensar el desarrollo urbano y la convivencia con una naturaleza cambiante.
El tornado de Puerto Varas ha dejado de ser una noticia sobre un desastre natural para convertirse en una narrativa sobre la preparación de Chile para el siglo XXI. El evento demostró que la capacidad de respuesta, aunque eficiente, es insuficiente si no va acompañada de una inversión estratégica en prevención y predicción. La discusión ya no es si Chile tendrá más fenómenos climáticos extremos, sino cómo se preparará para ellos.
La historia del tornado no concluyó con el último techo reparado. Persiste en el debate parlamentario sobre el presupuesto para ciencia y tecnología, en la planificación de las ciudades del sur y en la conciencia de una ciudadanía que ahora sabe que el viento, a veces, trae consigo las advertencias que como país aún no hemos aprendido a escuchar.