Han pasado más de dos meses desde aquella noche fría de junio en que la Selección Chilena selló matemáticamente su tercer fracaso consecutivo en la carrera por un Mundial. El ruido inmediato de la eliminación se ha disipado, dando paso a un silencio incómodo, reflexivo. La salida del técnico Ricardo Gareca y la posterior designación de un cuerpo técnico interino ya no son noticia de última hora; son las primeras piezas de un rompecabezas que el fútbol chileno recién empieza a armar. Hoy, con la distancia del tiempo, es posible analizar no solo el colapso, sino las grietas que lo anticiparon durante años.
La doble fecha clasificatoria de junio de 2025 fue el acto final. La derrota ante Argentina en Santiago fue un presagio doloroso, encarnado en la figura de un Arturo Vidal superado, más pendiente de la rencilla con Rodrigo de Paul que del juego. Su sustitución en el entretiempo y la tarjeta amarilla que lo dejaba fuera del siguiente partido fueron el símbolo de un liderazgo que se desvanecía. Días después, la caída por 2-0 ante Bolivia en El Alto fue simplemente la confirmación de lo inevitable. No hubo épica, solo la constatación de una impotencia que venía gestándose por años.
El ciclo de Ricardo Gareca, el 'Tigre' que llegó con la promesa de revitalizar a un equipo herido, terminó con las peores estadísticas de un técnico en la historia reciente de la Roja. Su proceso se caracterizó por un diagnóstico que él mismo admitió como erróneo, una desconexión con la idiosincrasia del fútbol local y decisiones tácticas que nunca lograron consolidar un estilo. Su rostro demacrado en las últimas conferencias de prensa reflejaba el peso de un país y la frustración de un proyecto que nunca despegó.
En paralelo, la dirigencia de la ANFP, encabezada por Pablo Milad, navegaba en la tormenta. Inicialmente, su discurso apuntaba a haber cumplido con su parte al "traer al mejor DT del mercado". Sin embargo, tras el colapso, la presión lo obligó a modular su postura, abriendo incluso la puerta a un llamado a elecciones anticipadas. Este gesto, más que una autocrítica, evidenció la profundidad de una crisis que trasciende la cancha y se instala en los despachos de Quilín.
El fin de la 'Generación Dorada' se vive desde múltiples veredas. Para una parte de la afición, predomina la nostalgia y el agradecimiento. Es el adiós a los héroes del bicampeonato de América, figuras como Vidal, Alexis Sánchez, Gary Medel o Claudio Bravo, quienes llevaron a Chile a sus mayores glorias. El mensaje de despedida de Vidal en redes sociales, cargado de emoción, conectó con ese sentir: "Dejé la vida en cada jugada... Ya no soy ese joven, pero el amor sigue intacto".
Sin embargo, otra perspectiva, más crítica y pragmática, señala que la permanencia de estos mismos ídolos fue parte del problema. Se apunta a una resistencia a ceder su espacio, dificultando el necesario 'recambio'. Las recordadas palabras de Medel años atrás —"me tienen que sacar a palos"— resuenan hoy como una profecía del estancamiento. Desde esta óptica, el doloroso fracaso era un paso necesario para forzar una renovación que no se produjo de forma natural.
La visión institucional intenta proyectar un futuro. La designación de Felipe Correa como nuevo gerente de selecciones y de Nicolás Córdova como técnico interino es una señal de austeridad y planificación a largo plazo. Se abandona la búsqueda de un salvador extranjero de alto costo para apostar por una solución interna, enfocada en el proceso hacia el Mundial de 2030. Es un reconocimiento implícito de que la solución no es un nombre, sino un proyecto.
Este fracaso no es un hecho aislado. Es la consecuencia directa de una década de problemas estructurales que los éxitos de la 'Generación Dorada' lograron ocultar. El fútbol chileno enfrenta una crisis en la formación de jugadores que es evidente en la falta de alternativas de nivel para competir internacionalmente. Los nueve jugadores con más partidos en la historia de la Roja pertenecen a este mismo grupo, una estadística que revela tanto su grandeza como el vacío que dejan detrás.
El modelo de gestión de la ANFP también está en el banquillo. La comparación con las eras de Marcelo Bielsa y Jorge Sampaoli es inevitable. Aquellos procesos exitosos se basaron en un trabajo metódico, intenso y una clara identidad de juego, elementos que se han diluido en los últimos años, reemplazados por una seguidilla de apuestas técnicas que no lograron cuajar.
El tema no está cerrado; ha mutado. La selección chilena ha entrado en una fase de reconstrucción profunda y de resultado incierto. La designación de un técnico interino es una medida de contención, no una solución definitiva. Las preguntas fundamentales siguen abiertas: ¿Quién liderará el próximo proyecto a largo plazo? ¿Cómo se reformará el trabajo en las divisiones inferiores para volver a generar talento de exportación? ¿Tiene la actual dirigencia la credibilidad para encabezar esta refundación?
El fútbol chileno se mira al espejo y la imagen que devuelve es la de su ocaso más doloroso. La furia de la eliminación ha dado paso a la reflexión sobre los fantasmas del pasado y los fracasos acumulados. El desafío ya no es clasificar al próximo torneo, sino reconstruir una identidad perdida.