A varios meses de la primaria que definió la carta presidencial del oficialismo, el panorama político de la izquierda chilena es ostensiblemente distinto. Lo que comenzó como una contienda para dirimir la hegemonía interna del Socialismo Democrático, terminó con el Partido Comunista en el centro del poder de la coalición. La victoria de Jeannette Jara no fue solo la selección de una candidata; fue el clímax de un proceso que actuó como un catalizador, acelerando una metamorfosis en el eje de poder del sector y dejando al descubierto tanto sus tensiones históricas como sus nuevos desafíos.
La carrera presidencial en el oficialismo se inauguró con un movimiento audaz y, a la postre, fallido. En abril, el Partido Socialista (PS), en un intento por reafirmar su peso histórico y evitar una nominación expedita de Carolina Tohá (PPD), proclamó a su presidenta, Paulina Vodanovic. La decisión, impulsada por un anhelo de las bases de tener una carta propia tras más de una década, generó una fractura inmediata en el Socialismo Democrático. Voces críticas dentro del mismo PS advirtieron que la división solo beneficiaría a las otras almas de la coalición: el Frente Amplio y el Partido Comunista.
La candidatura de Vodanovic duró apenas quince días. Su retirada dejó en evidencia la falta de un proyecto cohesionado en el socialismo y creó un vacío que fue rápidamente ocupado por las dos fuerzas que definirían la contienda: el proyecto de continuidad y moderación de Carolina Tohá y la propuesta de cambio y reafirmación ideológica de Jeannette Jara.
Con el tablero reordenado, la primaria se convirtió en un escenario de confrontación directa entre dos visiones de la izquierda. Los debates televisados fueron elocuentes. En materia de seguridad pública, el choque fue total. Tohá, como exministra del Interior, defendió la gestión del gobierno, acusando a sus rivales de "negacionismo" y de hacerle el juego a la derecha. Jara, por su parte, canalizó la frustración ciudadana, respondiendo que "no se puede tapar el sol con un dedo" y que los resultados eran más importantes que los esfuerzos.
Este no era un mero desacuerdo programático, sino un reflejo de dos culturas políticas. Por un lado, el pragmatismo de la gobernabilidad, consciente de las restricciones institucionales. Por otro, la urgencia de las demandas sociales, que exige respuestas contundentes. La tensión escaló cuando, a pocos días de la elección, Carolina Tohá declaró explícitamente: "No soy partidaria de que el PC gobierne el país". Fue una jugada de alto riesgo para diferenciarse y apelar al votante de centro, pero también sinceró una desconfianza profunda que subyace en la alianza, potencialmente movilizando a la militancia comunista en respuesta.
Desde la óptica del Socialismo Democrático, la estrategia era clara: solo una candidata con credenciales de moderación como Tohá podría competir exitosamente contra la derecha en la elección general. El triunfo de Jara fue visto por este sector como un fracaso estratégico que ponía en riesgo la gobernabilidad futura. La reacción del presidente de la Democracia Cristiana, Alberto Undurraga, al negarse a apoyar una candidatura comunista, y la distancia marcada por la propia Tohá tras la derrota, son prueba de la difícil tarea de unificación que se avecina.
Para Apruebo Dignidad, la victoria de Jara representó una validación. Fue la confirmación de que una parte significativa del electorado de izquierda anhela un liderazgo que no diluya el programa de transformaciones. Su triunfo fue interpretado como un mandato para reconectar con las bases del estallido social y defender con mayor firmeza las reformas estructurales.
Este dilema resuena con un contexto histórico más amplio: la perenne tensión entre el PS y el PC sobre la estrategia para alcanzar el poder y realizar cambios sociales, una discusión que se remonta a los tiempos de la Unidad Popular. La primaria de 2025 fue un nuevo capítulo de este debate, ahora con el Frente Amplio como un tercer actor relevante.
Tras su contundente victoria, Jeannette Jara enfrenta un escenario complejo. Su liderazgo es indiscutido en las urnas de la primaria, pero la coalición que ahora encabeza está herida. Sus primeros gestos han sido de moderación calculada: calificó como una "tontera" el haber posado con una polera del "perro matapacos", un símbolo divisivo del estallido social, y sumó a su equipo económico a una figura de la ex-Concertación como Nicolás Eyzaguirre.
Estos movimientos buscan construir puentes con el centro político y el mundo moderado que la miran con escepticismo. Sin embargo, este giro genera una nueva disonancia: ¿cómo mantener el fervor de su base, que la eligió por su firmeza ideológica, mientras se acerca a los sectores que su propia campaña definió como adversarios? La primaria del oficialismo no solo eligió una candidata; redefinió el centro de gravedad de la izquierda chilena, dejando como principal interrogante si esta nueva configuración logrará la cohesión necesaria para gobernar.