La crisis simultánea que atraviesan Televisión Nacional de Chile (TVN) y Correos de Chile es mucho más que una noticia económica o de gestión. Es una señal profunda del agotamiento de un modelo de Estado que, durante gran parte del siglo XX, se concibió a sí mismo como el principal articulador del territorio físico y simbólico de la nación. TVN fue la voz que buscaba unificar al país bajo una misma pantalla, y Correos, el sistema circulatorio que garantizaba la conexión hasta el último rincón. Hoy, sus crisis financieras, declaradas como de "inviabilidad" por sus propios actores, marcan el fin de esa época.
El diagnóstico inmediato apunta a la disrupción tecnológica —el streaming contra la TV abierta, la logística del e-commerce contra el correo tradicional— y a una gestión pública que, según voces críticas como la del académico Juan Carlos Eichholz, es intrínsecamente ineficiente debido al cuoteo político y la rigidez estructural. Sin embargo, reducir el análisis a una mera cuestión de rentabilidad es obviar la pregunta fundamental: ¿qué se pierde cuando estos pilares del espacio público se desvanecen?
La situación ha destapado una fractura ideológica sobre el rol del Estado que definirá las próximas décadas. Por un lado, una visión pragmática y de mercado, encarnada en la propuesta de la candidata presidencial Evelyn Matthei de reducir TVN a su mínima expresión, sostiene que el Estado no debe gestionar empresas en mercados competitivos. Desde esta óptica, la solución es cerrar, liquidar activos y, en el mejor de los casos, subsidiar a operadores privados para que cumplan funciones sociales específicas, como el servicio postal universal. Este camino promete eficiencia fiscal, pero arriesga externalizar la construcción de la identidad y la cohesión territorial a actores cuyos intereses no son necesariamente públicos.
En la vereda opuesta, figuras como el presidente de TVN, Francisco Vidal, defienden la existencia de estas empresas como un baluarte de la democracia, el pluralismo y la equidad. Argumentan que sin un canal público fuerte, el debate democrático —como las primarias presidenciales que solo transmitió TVN— queda en manos de la voluntad de los conglomerados privados, y la información, a merced de gigantes tecnológicos globales. Esta perspectiva ve en el desmantelamiento del Estado empresario una "aversión ideológica" de la derecha hacia lo público, y advierte sobre la cesión de soberanía comunicacional y logística.
Si la tendencia actual se profundiza sin una intervención estratégica, el escenario más probable es el de una nación archipiélago. En este futuro, la cohesión social y territorial se debilita progresivamente.
Una posibilidad alternativa es que la crisis actúe como un catalizador para un debate nacional sobre el propósito del Estado en el siglo XXI. Este escenario no busca salvar a las instituciones en su forma actual, sino reinventar su misión.
Chile se encuentra en una encrucijada. El camino de la inercia conduce a la nación archipiélago, una sociedad fragmentada donde el mercado y los algoritmos globales llenan el vacío dejado por un Estado en retirada. Es el camino de menor resistencia política, pero con altos costos a largo plazo en cohesión social y calidad democrática.
La alternativa exige una deliberación colectiva valiente y una visión de futuro. Requiere definir qué infraestructuras —comunicacionales, logísticas, cívicas— son tan fundamentales para la existencia de la comunidad nacional que no pueden quedar exclusivamente en manos del mercado. El silencio que hoy dejan TVN y Correos será llenado. La pregunta que definirá el futuro de Chile es por quién, y con qué propósito.