A principios de junio de 2025, un comunicado sacudió los cimientos del poder empresarial chileno. Julio Ponce Lerou, la figura que por más de tres décadas controló Soquimich (SQM) —una de las mayores productoras de litio del mundo—, anunció que dejaría de ser “protagonista de esta historia”. Sin embargo, este anuncio, presentado como una decisión personal y soberana, es la culminación de un proceso que se venía gestando por meses, catalizado por la histórica asociación entre la estatal Codelco y la propia SQM para explotar el Salar de Atacama hasta 2060. Más que un retiro, la movida de Ponce es una reconfiguración calculada del poder, un paso al costado que asegura la continuidad de su legado a través de una nueva generación, mientras se adapta a un nuevo escenario donde el Estado vuelve a ser un actor central en la industria del "oro blanco".
El anuncio de Ponce se materializó en dos actos simultáneos y profundamente interconectados. El primero fue la reorganización de las sociedades "cascadas" (Norte Grande, Oro Blanco, Pampa Calichera, entre otras), un complejo entramado societario que le permitía controlar SQM con una participación minoritaria del capital total. Este esquema, largamente criticado por accionistas minoritarios por su opacidad y los altos descuentos de valorización, será simplificado drásticamente, pasando de seis a solo dos sociedades (Oro Blanco y Potasios) en un proceso que se espera culmine en 2026. Esta decisión, celebrada por el mercado con alzas significativas en las acciones, desarma una estructura de poder emblemática de los años 80 y 90.
El segundo acto fue la publicación de una carta personal. En ella, Ponce no solo anunció su salida, sino que construyó su propio epílogo. Defendió su trayectoria, calificando las críticas como “mitos y polémicas” que ceden ante “la evidencia de los hechos”. Crucialmente, legó “el control y dirección” a su hija, Francisca Ponce Pinochet, formalizando una sucesión que ya se venía gestando y asegurando la continuidad familiar en el nuevo esquema. Este movimiento ocurre en un momento en que la presión sobre su figura era máxima, especialmente por las cláusulas del acuerdo con Codelco que vetaban su participación y la de su familia en el directorio de la nueva sociedad hasta, al menos, 2030.
La salida de Ponce Lerou cristaliza una disonancia cognitiva fundamental en la historia económica reciente de Chile.
Para comprender la magnitud de este cambio, es ineludible recordar el origen del poder de Ponce. Su ascenso está ligado a su rol como yerno de Augusto Pinochet, lo que le permitió presidir Corfo y luego SQM en los años 80. La posterior privatización de la empresa y la creación de las “cascadas” le permitieron consolidar un control férreo que perduró por décadas. Esta estructura, aunque legal, fue un constante foco de conflicto con accionistas minoritarios y un símbolo de una era de concentración económica y vínculos opacos entre el dinero y la política. La simplificación de esta estructura no es solo un cambio financiero, sino el desmantelamiento de un ícono de la arquitectura de poder chilena.
El tema no está cerrado; ha entrado en una nueva fase. Julio Ponce Lerou se ha retirado de la primera línea, pero su influencia perdura a través de su familia y de una red de ejecutivos de confianza formados bajo su alero. Francisca Ponce asume el liderazgo formal, y su capacidad para navegar la compleja relación con Codelco y gestionar el legado de su padre será clave. La reorganización societaria está en marcha y la nueva asociación Codelco-SQM avanza, habiendo superado las barreras legales y de libre competencia impuestas por la Fiscalía Nacional Económica (FNE).
El ocaso del “Zar del Litio” no significa el fin de su linaje en la industria. Más bien, es una metamorfosis forzada por las circunstancias, una jugada que sacrifica al rey para salvar el reino. La pregunta que queda abierta es si este cambio de rostro traerá consigo una nueva cultura corporativa o si, como en la célebre novela El Gatopardo, todo ha cambiado para que todo siga igual.