El triunfo de Jeannette Jara en las primarias del oficialismo no fue simplemente el resultado de una contienda electoral; fue una señal sísmica que ha reconfigurado el mapa político chileno. Más de 30 días después de su contundente victoria, la onda expansiva sigue redibujando las fronteras de lo posible. La llegada de una militante comunista a la papeleta presidencial por primera vez en un cuarto de siglo no solo representa un hito para su partido, sino que actúa como un catalizador que acelera tendencias latentes: la crisis terminal del centro político heredero de la Concertación, la pugna por una nueva hegemonía en la izquierda y la reactivación de una tensión sistémica entre el proyecto de transformaciones sociales y los guardianes del modelo económico.
La derrota de Carolina Tohá, quien encarnaba la promesa de un retorno a la moderación y la gobernabilidad de los "30 años", fue más que una derrota personal. Fue la constatación, como apuntan analistas como Rafael Sousa, de que el vínculo vital de la Concertación con las circunstancias que la originaron se ha roto. Su ideario, forjado en los límites de la transición, parece ya no interpelar a un electorado de izquierda que, o bien no vivió esa época, o bien considera que sus promesas de equidad quedaron inconclusas. El Frente Amplio, el partido del Presidente Boric, también resultó damnificado, viendo cómo su candidato, Gonzalo Winter, era superado por una estrategia que supo conectar mejor con las ansiedades de la juventud y las demandas históricas de los mayores.
Un futuro plausible para la candidatura de Jara es el del pivote estratégico hacia el centro. Consciente de que su triunfo en una primaria de baja participación no es extrapolable a una elección nacional, su comando ya ha dado pasos en esta dirección. La incorporación del exministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, una figura emblemática de la ortodoxia económica de la Concertación, es el movimiento más elocuente. Este gesto busca calmar a los mercados y atraer al votante de centro-izquierda huérfano tras la caída de Tohá.
En este escenario, el programa de gobierno se sometería a un baño de realismo. La promesa de "No más AFP" podría transformarse en un sistema mixto que no elimine por completo la capitalización individual. El "salario vital" de $750.000 se implementaría de forma gradual y condicionada al crecimiento, y la reforma tributaria se negociaría exhaustivamente en el Congreso para asegurar su viabilidad. Si esta estrategia resulta exitosa, Jara podría llegar a La Moneda, pero a un costo: gobernar con un programa diluido y bajo la sospecha permanente de su base más dura, que podría acusar una renuncia a las transformaciones estructurales. Se repetiría así el dilema que ha marcado al gobierno de Gabriel Boric: la tensión entre la promesa de cambio y las restricciones del poder.
Una posibilidad alternativa es que Jara y su núcleo duro, compuesto por la cúpula del Partido Comunista, interpreten la victoria en primarias como un mandato inequívoco para un cambio radical. En esta narrativa, los gestos como el de Eyzaguirre serían meramente tácticos, mientras la estrategia de fondo apuntaría a una confrontación directa con el poder económico. Las críticas de economistas como Tomás Rau, que tildan su propuesta de "antiguo comunismo", no harían más que reforzar la convicción del comando de estar del lado correcto de la historia.
Este camino implicaría una campaña que polarice el debate, enmarcando la elección como una lucha entre "el pueblo" y "la élite". Si bien podría movilizar con fuerza a su electorado, también unificaría a toda la derecha y a un sector importante del centro en su contra. Un eventual gobierno surgido de esta vía enfrentaría un escenario de máxima tensión: un Congreso hostil, una fuga de capitales casi segura y un choque frontal con los gremios empresariales. Más delicado aún, pondría a prueba la neutralidad de instituciones como el Banco Central y las Fuerzas Armadas, no porque estas deliberen, sino porque el discurso de la oposición podría invocarlas como último bastión de la estabilidad institucional, reactivando memorias históricas que se creían superadas.
Existe un tercer futuro, en el que la candidatura de Jara no logra llegar a La Moneda. La fractura de la centro-izquierda, evidenciada en la negativa de la Democracia Cristiana a apoyarla y la distancia de figuras como Tohá, podría ser insalvable. La derecha, unificada tras un candidato, capitalizaría el miedo a la incertidumbre económica y ganaría la presidencia.
Sin embargo, para el Partido Comunista, esta derrota podría tener un valor estratégico. Al haber ganado la primaria, se consolidarían como la fuerza hegemónica indiscutible de la izquierda chilena, desplazando definitivamente al Frente Amplio a un rol secundario. La campaña les permitiría fortalecer su base, instalar sus ideas en el debate público y posicionarse como la principal fuerza de oposición al nuevo gobierno. En este escenario, el PC sacrificaría el gobierno a corto plazo para asegurar su liderazgo a largo plazo, preparando el terreno para futuros ciclos políticos desde una posición de poder que no ostentaban desde la Unidad Popular.
El triunfo de Jeannette Jara ha abierto una caja de Pandora. Los próximos meses revelarán si su liderazgo es capaz de construir una mayoría para un cambio viable o si, por el contrario, su ascenso es el preludio de una profundización de las fracturas que recorren a la sociedad chilena. La decisión no recae solo en ella, sino en cómo los distintos actores —políticos, económicos y sociales— interpreten las señales de un futuro que ya comenzó a escribirse.