La reciente recaptura de Adolfo Macías, alias ‘Fito’, en Ecuador y la sorpresiva declaración de culpabilidad de Ovidio Guzmán en Estados Unidos no son capítulos finales en la lucha contra el narcotráfico. Son, por el contrario, señales sísmicas que anuncian una profunda reconfiguración del poder criminal en el continente. Lejos de representar el debilitamiento del crimen organizado, estos eventos, sumados a la brutal guerra interna que desangra al Cártel de Sinaloa, están catalizando la emergencia de un nuevo orden. Las piezas del ajedrez criminal se mueven a una velocidad vertiginosa, y los futuros que se dibujan oscilan entre la consolidación de un poder hegemónico sin precedentes y la atomización total de la violencia.
El arresto de un líder, históricamente, crea un vacío de poder. Sin embargo, el ecosistema criminal actual es más complejo y resiliente que en décadas pasadas. La caída de ‘Fito’ deja a la banda ecuatoriana Los Choneros descabezada, un territorio ahora en disputa que probablemente será absorbido por actores más grandes y con mayor alcance transnacional. Simultáneamente, en México, el epicentro del narcotráfico hemisférico, la guerra entre ‘Los Chapitos’ —herederos de Joaquín Guzmán Loera— y la facción del veterano Ismael ‘El Mayo’ Zambada ha forzado una maniobra impensable: una alianza estratégica entre ‘Los Chapitos’ y sus archirrivales, el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Este pacto, confirmado por la DEA, no es una tregua, sino la potencial creación de un "super-cartel" con una capacidad operativa, financiera y violenta que podría redibujar el mapa del poder global.
Si la alianza entre ‘Los Chapitos’ y el CJNG se consolida, podríamos estar ante el nacimiento de la organización criminal más poderosa del planeta. Esta nueva entidad no solo dominaría las rutas del Pacífico y el Caribe, sino que controlaría la cadena de producción completa del fentanilo, la droga que ha puesto en jaque a la salud pública estadounidense. El resultado a mediano plazo podría ser una ‘Pax Mafiosa’ impuesta a sangre y fuego. En los territorios bajo su control, la violencia entre facciones disminuiría, pero sería reemplazada por un orden autoritario criminal que suplantaría de facto al Estado.
Este escenario presenta un desafío existencial para la soberanía de países como México. Un narco-hegemón con tal poder podría no solo corromper, sino cooptar estructuras estatales completas, desde policías locales hasta aparatos de justicia y sectores políticos. La violencia se volvería más selectiva y estratégica, utilizada para eliminar cualquier obstáculo —estatal, periodístico o social— a su expansión. Para Estados Unidos, significaría enfrentar a un adversario con recursos y alcance comparables a los de un Estado-nación pequeño, haciendo que las estrategias tradicionales de extradición y captura de líderes resulten insuficientes. La declaración de culpabilidad de Ovidio Guzmán podría ser una jugada desesperada de Washington para obtener inteligencia que permita fracturar esta alianza antes de que se vuelva inmanejable.
Una posibilidad alternativa es que la desconfianza inherente entre ‘Los Chapitos’ y el CJNG, sumada a la presión de sus enemigos y del Estado, haga colapsar la alianza. El resultado no sería un retorno al status quo, sino una fragmentación acelerada del poder criminal. El Cártel de Sinaloa podría dividirse en múltiples facciones autónomas y en guerra perpetua, mientras que el CJNG enfrentaría sus propias disputas internas. Este modelo, similar a la "balcanización" de los Balcanes en los 90, ya se observa en menor escala en regiones de México y Colombia.
En este futuro, la violencia se volvería más caótica, impredecible y generalizada. En lugar de grandes batallas por corredores estratégicos, veríamos una multiplicación de conflictos locales por el control de economías ilícitas menores: extorsión, secuestro, trata de personas y narcomenudeo. Para los ciudadanos, este escenario es el más peligroso, ya que la violencia se vuelve endémica y la frontera entre criminales y civiles se desdibuja. Para los Estados, combatir a cientos de células criminales autónomas y sin una jerarquía clara es una pesadilla logística y de inteligencia. La estrategia de descabezar líderes se vuelve inútil cuando surgen diez nuevos cabecillas por cada uno que cae.
Los gobiernos de la región se enfrentan a un punto de inflexión crítico. En Ecuador, el éxito táctico de la captura de ‘Fito’ le otorga un respiro al presidente Daniel Noboa y valida su política de mano dura. Sin embargo, la pregunta a largo plazo es si esta estrategia puede contener la inevitable llegada de los tentáculos de los mega-cárteles mexicanos, que buscarán llenar el vacío. La victoria de hoy podría ser la antesala de una guerra mucho mayor mañana.
En México, la postura del gobierno de Claudia Sheinbaum, que cuestiona la falta de coordinación de EE.UU. en el caso de Ovidio Guzmán, refleja una tensión histórica: la defensa de la soberanía nacional frente a una crisis de seguridad que desborda su capacidad. La realidad es que el Estado mexicano ya ejerce una soberanía fragmentada en vastas zonas del país. La consolidación de un narco-hegemón podría formalizar esta condición, creando narco-estados de facto.
La estrategia estadounidense, por su parte, revela un pragmatismo brutal. Al negociar con un ‘Chapito’, busca desmantelar la estructura desde adentro, aceptando el costo diplomático y la paradoja de pactar con un grupo que su propio gobierno ha designado como terrorista. Este enfoque, aunque puede generar inteligencia valiosa, también puede ser visto como una legitimación de ciertos actores criminales, alterando el equilibrio de poder de formas impredecibles y, a menudo, más violentas.
El ciclo histórico de la "guerra contra las drogas" sugiere que la eliminación de un capo rara vez conduce a la paz. Más bien, desata una lucha darwiniana por la sucesión. Los eventos de los últimos meses no son una excepción, sino una aceleración de este ciclo. El trono de sangre puede estar momentáneamente vacío en algunas jerarquías, pero los pretendientes son más numerosos, más violentos y más ambiciosos que nunca. La pregunta que queda abierta no es si el poder criminal será derrotado, sino qué forma adoptará en su próxima y más formidable encarnación.