El anuncio de que Telefónica retoma la venta de su emblemático edificio en Providencia es mucho más que una noticia en las páginas de economía. La torre de 32 pisos, que durante casi tres décadas funcionó como un faro de la modernidad y el poderío corporativo, hoy se erige como un espectro de acero en el corazón de una ciudad en plena mutación. Su venta, paralizada en 2019 por el estallido social y luego por la pandemia, se reactiva en un contexto que la convierte en un laboratorio a escala real para proyectar los futuros del trabajo, la morfología urbana y la naturaleza misma del poder empresarial.
La decisión de Telefónica responde a una lógica global ineludible: la transición hacia un modelo de negocios “asset-light” (ligero en activos). En la era digital, el verdadero capital no reside en los metros cuadrados de hormigón y cristal, sino en la infraestructura intangible de la fibra óptica, las redes 5G y las soluciones en la nube. El edificio, antes un símbolo de estatus y permanencia, se ha transformado en un activo inmovilizado que la compañía busca liquidar para financiar su expansión en el negocio digital. Este movimiento, sumado a la consolidación del trabajo híbrido, que ha vaciado parcialmente las oficinas en todo el mundo, marca el fin de una era: la del cuartel general como un monolito incuestionable.
El mercado inmobiliario de Santiago refleja esta tensión. Mientras los submercados premium como El Golf muestran una saludable recuperación con tasas de vacancia a la baja (en torno al 7%), el eje Providencia-Santiago Centro, donde se ubica la torre, presenta cifras de desocupación considerablemente más altas, cercanas al 33% en Providencia. El destino del edificio Telefónica, por tanto, no está escrito. Su venta es un punto de inflexión que podría catalizar tres escenarios radicalmente distintos para el futuro de la ciudad.
El escenario más probable, según las tendencias del mercado, es que un inversionista institucional, ya sea un fondo de pensiones local o un family office internacional, adquiera el complejo. La estrategia sería renovar los 32.240 m² de oficinas para convertirlos en espacios de Clase A+, flexibles y de alta tecnología, atractivos para empresas del sector financiero, tecnológico o consultoras que buscan consolidar operaciones en una ubicación icónica y bien conectada.
En esta visión, Telefónica permanecería como arrendatario ancla, mitigando el riesgo inicial para el nuevo propietario. El proyecto “Nueva Alameda” actuaría como un catalizador, mejorando la seguridad y el entorno urbano, lo que a su vez atraería a más inquilinos de alto valor. El resultado sería una “revitalización” liderada por el capital privado, donde la “Zona Cero” se gentrifica y se transforma en un hub de negocios moderno y seguro. Este futuro representa la continuidad del modelo de desarrollo urbano de Santiago, priorizando la eficiencia económica y la atracción de inversiones. Sin embargo, corre el riesgo de ser una solución superficial que “pavimenta” las cicatrices sociales del sector sin integrarlas en una visión de ciudad más inclusiva.
Una alternativa más transformadora, aunque compleja, es la reconversión del edificio en un ecosistema de uso mixto. Inspirado en tendencias globales de reutilización adaptativa, como la transformación de antiguas fábricas en lofts o de colegios en desuso en centros para mayores en Madrid, un desarrollador visionario podría fragmentar la torre en múltiples funciones.
Imaginemos un futuro donde los pisos inferiores albergan un mercado gastronómico, tiendas y espacios culturales abiertos al público. Los pisos intermedios podrían ser ocupados por un campus universitario, centros de formación profesional o espacios de co-working. Las plantas superiores, con sus vistas privilegiadas, se transformarían en apartamentos residenciales o unidades de co-living, atrayendo a una población diversa al corazón de la ciudad. Este modelo convertiría a la torre en una “ciudad vertical” de 15 minutos, un nodo vibrante de actividad las 24 horas del día que no depende exclusivamente del horario de oficina. Este escenario requeriría una inversión significativa, flexibilidad normativa por parte del municipio y, posiblemente, alianzas público-privadas. Su éxito sentaría un precedente audaz para el reciclaje urbano en Chile, demostrando que los grandes íconos del pasado pueden adaptarse para servir a las nuevas necesidades sociales y no solo a las corporativas.
Existe también un escenario de estancamiento. A pesar del optimismo de los asesores inmobiliarios, los riesgos asociados a la ubicación —la memoria del estallido social y la alta vacancia del sector— podrían disuadir a los grandes inversores. El proceso de venta podría prolongarse o fracasar, dejando al edificio en un limbo operacional, subutilizado y deteriorándose lentamente.
En este futuro, la torre se convertiría en un “elefante blanco”, un monumento silencioso al fin de una época económica y a la incapacidad de la ciudad para reconvertir sus espacios más simbólicos. Su esqueleto semi-vacío proyectaría una sombra de decadencia sobre el eje Alameda, obstaculizando los planes de revitalización y sirviendo como un recordatorio constante de las fracturas no resueltas de la ciudad. Este escenario no es improbable si la incertidumbre económica y la percepción de riesgo político superan el potencial de retorno de la inversión.
La venta del edificio Telefónica es, en última instancia, una encrucijada. La decisión que tome su futuro propietario no será solo una apuesta financiera, sino una declaración sobre la visión de ciudad que prevalecerá en la próxima década. ¿Será una ciudad que duplica los modelos de éxito de sus enclaves más ricos, extendiendo la lógica de la ciudadela corporativa? ¿O será una ciudad que se atreve a experimentar, a mezclar usos y a reinventar sus símbolos para crear espacios más resilientes y diversos?
Los pisos vacíos de la torre no son solo un problema de vacancia; son un lienzo en blanco. El resultado de esta transacción revelará las prioridades de nuestro tiempo: si el futuro de nuestros espacios más emblemáticos será dictado únicamente por la lógica del capital global o si habrá espacio para imaginar y construir una urbe que responda de manera más profunda a las complejas necesidades de sus ciudadanos.