La muerte de Rafael Cumsille, a los 93 años y tras más de medio siglo al frente de la Confederación del Comercio Detallista (Confedech), es mucho más que el fin de un liderazgo personal. Es el cierre simbólico de un modelo de poder y representación que definió al pequeño comercio en Chile durante décadas. Cumsille encarnaba al gremialista de la era analógica: un poder construido sobre la base de 300.000 locales físicos, una voz unificada con capacidad de movilización —como en el paro de 1973— y una influencia directa en el debate político. Su partida deja un vacío que expone la fragilidad de ese modelo en un ecosistema radicalmente transformado.
El mundo que Cumsille defendía, el del "negocio de barrio" como pilar económico y social, se enfrenta hoy a una encrucijada existencial. Las fuerzas de la globalización digital, la reconfiguración de las cadenas de valor y la propia inercia del Estado están dibujando un tablero de juego completamente nuevo. La pregunta ya no es cómo preservar el antiguo mostrador, sino qué forma adoptará en el futuro y quiénes tendrán el poder de definirlo.
La irrupción de gigantes como Mercado Libre representa la principal fuerza de disrupción. Con anuncios de inversión por cientos de millones de dólares, estas plataformas se presentan como un tsunami imparable. Sin embargo, su impacto es paradójico. Por un lado, su escala global —donde Chile representa apenas una fracción de sus ingresos— evidencia una competencia asimétrica que amenaza con barrer a los actores más pequeños y menos adaptados. Es la cara de la destrucción creativa que desplaza al comercio tradicional.
Por otro lado, estas mismas plataformas se están convirtiendo en una infraestructura esencial para la supervivencia. La alianza de Mercado Libre con los locatarios de Patronato es una señal inequívoca de esta simbiosis emergente. Más de 300 comercios tradicionales acceden a un mercado nacional, a logística avanzada y a herramientas de pago que por sí solos no podrían desarrollar. Este es el camino de la resiliencia digital: la Pyme del futuro no será solo un punto de venta físico, sino un nodo flexible dentro de una red de comercio electrónico. El desafío para ellas será evitar convertirse en meros apéndices de las plataformas, sin poder de negociación y con márgenes cada vez más estrechos.
El poder de Confedech bajo Cumsille residía en la homogeneidad relativa de sus miembros. Hoy, esa base se ha fragmentado. Los intereses de un comerciante de Patronato integrado a Mercado Libre son distintos a los de un almacén rural que lucha por sobrevivir o a los de un restaurante en un moderno centro comercial. El modelo de un gran gremio que habla por todos pierde eficacia.
El futuro del poder asociativo parece apuntar hacia estructuras más ágiles, específicas y descentralizadas. Podríamos ver el surgimiento de asociaciones de vendedores por plataforma, cooperativas de logística para la última milla, o alianzas de Pymes para negociar con proveedores tecnológicos. Estas nuevas formas de poder no buscarán la influencia política en La Moneda al estilo tradicional, sino la negociación de mejores condiciones contractuales con los gigantes tecnológicos y la creación de economías de escala en el ecosistema digital. El viejo gremialismo, si no se reinventa radicalmente, corre el riesgo de convertirse en una institución testimonial.
Mientras las Pymes intentan navegar esta compleja transición, se topan con un obstáculo inesperado: la inercia del Estado. El caso de los restaurantes del centro comercial MUT, que esperan meses por una patente de alcohol, es un ejemplo elocuente. La velocidad del comercio digital choca frontalmente con la lentitud de una burocracia anclada en el siglo XX. Esta fricción no es trivial; puede ser el factor que determine la viabilidad de un negocio.
Este es un punto de inflexión crítico. ¿Seguirá el Estado siendo un cuello de botella que ahoga la innovación, o se convertirá en un facilitador? Experiencias internacionales, como los "Bonos Comercio" del Ayuntamiento de València en España para incentivar la compra local, muestran que las políticas públicas pueden jugar un rol activo en modelar un ecosistema más equilibrado. El futuro de miles de Pymes dependerá de si el marco regulatorio chileno logra acompasar el ritmo de la transformación económica.
La transformación de la icónica Iansa, que pasó de ser un productor de azúcar dependiente de la remolacha local a un ágil "trader" de commodities agrícolas, ofrece una poderosa analogía. El comerciante exitoso del futuro podría seguir un camino similar: evolucionar de un simple reponedor de estanterías a un curador o "trader" de nicho, utilizando herramientas digitales para identificar tendencias, gestionar inventarios de forma dinámica y construir una relación directa y personalizada con su comunidad de clientes, ya sea física o virtual.
Se vislumbran dos escenarios principales:
El camino no está escrito. La muerte de un líder como Rafael Cumsille obliga a mirar las estructuras que deja atrás y a cuestionar su vigencia. El futuro del alma de la Pyme chilena no depende de la nostalgia por el mostrador perdido, sino de las decisiones estratégicas que tomen hoy emprendedores, consumidores y, crucialmente, los responsables de las políticas públicas.