Meses después de que los titulares anunciaran el fin de una de las épocas más controvertidas y determinantes de la historia empresarial chilena, el tablero de SQM sigue mostrando las huellas de su artífice. A principios de junio de 2025, Julio Ponce Lerou, el exyerno de Augusto Pinochet que moldeó la Sociedad Química y Minera de Chile durante más de tres décadas, comunicó su salida definitiva de la compañía y de su compleja estructura de sociedades “Cascadas”. Sin embargo, el tiempo ha decantado los hechos, revelando que no se trató de una abdicación, sino de una meticulosa jugada de sucesión. En una carta pública, Ponce lo dejó claro: se retiraba “en el momento, lugar y forma en que yo así lo he decidido”. Una declaración de poder que resume su estilo y que marcó el inicio de un nuevo capítulo, escrito bajo sus propios términos.
La decisión no fue un acto aislado. Coincidió con una profunda reorganización de las sociedades “Cascadas” (Pampa Calichera, Oro Blanco, entre otras), simplificando la estructura para consolidar el control en manos de su familia, ahora liderada formalmente por su hija, Francisca Ponce Pinochet. Este movimiento estratégico asegura que, aunque el patriarca dé un paso al costado, su linaje y su visión permanezcan en el corazón del negocio, justo cuando SQM se embarca en su alianza más crucial: la explotación del litio del Salar de Atacama junto a la estatal Codelco hasta 2060.
La influencia de Ponce se manifestó con claridad apenas una semana antes de su anuncio. En un sorpresivo “golpe de timón”, el directorio de SQM reemplazó a su presidente, Gonzalo Guerrero, por Gina Ocqueteau. Guerrero, aunque inicialmente cercano a Ponce, había adquirido un perfil público propio y, según fuentes del mercado, se había distanciado del controlador. Su reemplazo por Ocqueteau, directora que ingresó a la mesa a propuesta del grupo Pampa, fue interpretado como un reajuste de lealtades.
Ocqueteau representa una dualidad fascinante. Por un lado, encarna la imagen de modernidad que la empresa busca proyectar: es la primera mujer en presidir la compañía, con una carrera profesional destacada y una red de contactos que incluye a figuras como la fallecida exministra Karen Poniachik. Por otro, su llegada a la presidencia, que ostenta el voto dirimente en un directorio de ocho miembros, asegura que los intereses del grupo Pampa-Kowa, la alianza histórica de Ponce, mantengan el poder de decisión final. Este nombramiento plantea una pregunta central: ¿es el inicio de una nueva cultura corporativa o una estrategia de continuidad con un rostro más amable?
La tensión entre el pasado y el futuro de SQM se hizo explícita y tangible a fines de junio. Mientras la opinión pública aún procesaba las implicancias de los casos de financiamiento irregular de la política y las sanciones que forzaron la salida de Ponce del directorio en 2015, la compañía organizó un reservado homenaje en su honor. En un acto cargado de simbolismo, SQM rebautizó su planta de yodo en Pozo Almonte, la más grande del mundo, como “Planta Nueva Victoria Julio Ponce Lerou”.
Al evento asistió su “círculo de hierro”: su familia, ejecutivos históricos —incluido el exgerente general Patricio Contesse González, también procesado en el caso SQM— y la nueva presidenta, Gina Ocqueteau. Este gesto revela una profunda disonancia cognitiva: mientras la sociedad chilena y los acuerdos con Corfo y Codelco han impuesto barreras para limitar su influencia directa, la cultura interna de SQM lo reivindica como un líder visionario cuyo legado merece ser inmortalizado en piedra. La empresa, de cara al exterior, habla de transparencia y nuevos estándares, pero de cara al interior, rinde pleitesía a su fundador, validando su narrativa por sobre las críticas.
Con su retiro, Julio Ponce no solo cerró un capítulo, sino que abrió el siguiente, protagonizado por su hija, Francisca Ponce Pinochet. Designada formalmente como su sucesora, ha asumido progresivamente el control de las sociedades familiares, preparándose para el futuro. El plan, según analistas, tiene un horizonte claro: el año 2030, cuando expiren las restricciones que impiden a la familia Ponce participar en el directorio de SQM. Para entonces, Francisca podría no solo sentarse en la mesa de la minera, sino también en la de la nueva entidad conjunta con Codelco, completando así la jugada maestra de su padre.
Este escenario plantea un desafío mayúsculo para la alianza público-privada. Codelco, la principal empresa del Estado, se asocia con una compañía cuya gobernanza futura estará marcada por la herencia de una de las figuras más polémicas de la transición chilena. La pregunta que queda abierta es si la nueva SQM, bajo el control indirecto de los Ponce y con una cultura que aún venera a su fundador, podrá operar con la legitimidad, transparencia y sostenibilidad que exige un proyecto de esta envergadura estratégica para Chile. El ocaso del patriarca ha dado paso a la era de la heredera, y con ello, la disputa por la memoria y el futuro de SQM apenas comienza.