A más de dos meses de los hechos, el eco de la candidatura presidencial de 16 días de la senadora Paulina Vodanovic aún resuena en los pasillos del poder. Lo que comenzó el 13 de abril como un acto de afirmación de identidad del Partido Socialista (PS), terminó el 28 del mismo mes en una retirada estratégica que expuso las profundas fisuras del Socialismo Democrático. Este breve pero intenso episodio no fue una anécdota, sino un sismo político que obligó a una reconfiguración de alianzas y dejó al descubierto la tensión latente entre la mística partidaria y el pragmatismo electoral que define a la centroizquierda chilena.
La historia comenzó en el comité central del PS, donde, entre aplausos y un palpable anhelo de las bases, se proclamó por unanimidad a Paulina Vodanovic. Era la respuesta a un sentimiento que se arrastraba por años: el partido no presentaba un candidato propio a la presidencia desde 2013. La consigna, expresada por el alcalde de San Bernardo, Christopher White, capturó el espíritu del momento: “Si perdemos, perdamos con las botas puestas”. Era un desafío directo al orden establecido dentro de su propia coalición, donde la exministra Carolina Tohá (PPD) ya se perfilaba como la carta natural del sector.
La proclamación fue seguida de inmediato por una ofensiva discursiva. Vodanovic marcó una línea divisoria, declarando que el PS “no es la continuidad de este gobierno” y, más polémicamente, que entre su partido y el PPD “no hay una hermandad”. Estas palabras cayeron como una bomba en el PPD. Su timonel, Jaime Quintana, calificó el desconocimiento de la alianza como “fuerte”, mientras que la propia Tohá lamentó que se usaran “motes” propios de la derecha desde su “propio sector”. La fractura del eje PS-PPD era explícita y pública.
Sin embargo, la audaz apuesta de Vodanovic comenzó a desmoronarse rápidamente. La presión interna se volvió una olla a presión. El llamado “establishment” socialista —compuesto por figuras históricas como José Miguel Insulza, Isabel Allende y Ricardo Núñez— activó sus redes. Su principal temor, validado por encuestas que le otorgaban a Vodanovic apenas un 1% de apoyo, era que una candidatura testimonial no solo resultara en una derrota humillante, sino que también dividiera los votos del sector, facilitando una victoria en primarias de los candidatos de Apruebo Dignidad (Jeannette Jara del PC o Gonzalo Winter del FA) y debilitando la posición negociadora del PS para las elecciones parlamentarias. Pese a un intento fallido por parte de los detractores para forzar la discusión en la comisión política del 25 de abril, la inviabilidad del proyecto era evidente. Dieciséis días después de su aclamación, Vodanovic depuso su candidatura a través de una carta, argumentando la necesidad de “coordinar una plataforma común” para enfrentar a la “ultraderecha”.
El episodio reveló un choque de visiones que coexisten con dificultad en la centroizquierda:
La tensión entre el PS y el PPD no es nueva. Nació con el propio PPD en los años 80, un partido “instrumental” creado para legalizar la participación política de los socialistas proscritos por la dictadura. Aunque se concibieron como hermanos, con el tiempo desarrollaron identidades y culturas políticas propias. La experiencia de la Concertación y la Nueva Mayoría, donde el PS apoyó a figuras como Ricardo Lagos (PPD) o Alejandro Guillier (independiente con cupo radical), fue acumulando un “sentimiento nacionalista” en las bases socialistas, que se sentían postergadas.
Esta crisis se enmarca también en la compleja arquitectura del gobierno del Presidente Gabriel Boric, sostenido por dos almas: el Socialismo Democrático y Apruebo Dignidad. La competencia por la hegemonía dentro del oficialismo es constante, y la carrera presidencial la agudiza. La breve candidatura de Vodanovic fue un intento del PS por disputar ese liderazgo, que finalmente se resolvió por la fuerza de los hechos y la presión de sus élites.
La candidatura de Paulina Vodanovic está cerrada. El Socialismo Democrático se alineó formalmente tras la figura de Carolina Tohá para las primarias. Sin embargo, la crisis de los 16 días dejó cicatrices. La unidad alcanzada parece más una tregua impuesta por las circunstancias que una reconciliación profunda. Las preguntas subsisten: ¿Qué tan real es el apoyo del socialismo de base a la candidatura de Tohá? ¿Logró el “establishment” acallar permanentemente el descontento de su militancia? La resolución de este conflicto redefinió el mapa de poder inmediato, pero la tensión estructural entre la identidad partidaria y la estrategia de coalición sigue latente, como una falla geológica que podría volver a activarse en el futuro.