La imagen de Ovidio Guzmán López, uno de los herederos del imperio de "El Chapo", declarándose culpable en una fría sala de tribunal en Chicago, contrasta brutalmente con las escenas de terror desatadas por sus sicarios en Sinaloa. Mientras un "Chapito" cae, puentes cuelgan con cuerpos decapitados. Estos dos eventos, aparentemente contradictorios, no son señales del fin del narcotráfico, sino los dolores de parto de su siguiente evolución. La era del cartel dinástico, con un linaje y un territorio definidos, está llegando a su ocaso. Lo que emerge es un fenómeno más complejo y peligroso: un modelo de franquicia transnacional del terror que amenaza con redefinir el poder, la violencia y la soberanía misma en las Américas.
La detención y colaboración de un heredero ya no decapita a la organización; simplemente acelera su metamorfosis. Las señales actuales indican que estamos transitando de una estructura jerárquica y familiar a redes criminales descentralizadas que operan como conglomerados corporativos, donde las alianzas son pragmáticas y la violencia es una herramienta de expansión de mercado.
La señal más potente de este cambio es la alianza estratégica, confirmada por la DEA, entre la facción de "Los Chapitos" y sus archirrivales históricos, el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Esto no es una simple tregua; es una fusión de facto que crea un monstruo corporativo del crimen. Esta nueva entidad combina el know-how logístico y las rutas globales de Sinaloa, especialmente en el lucrativo negocio del fentanilo, con la brutalidad expansiva y la disciplina militar del CJNG.
A mediano plazo, esta alianza podría llevar a una consolidación hegemónica en el submundo criminal mexicano. La guerra contra los remanentes de la facción de Ismael "El Mayo" Zambada se intensificará hasta su exterminio, unificando el control territorial. Para los Estados, esto representa un adversario de una escala nunca antes vista, con la capacidad financiera y militar para corromper y desafiar a gobiernos enteros, no solo en México, sino en toda la cadena de suministro.
La perspectiva estadounidense es de máxima alerta. Enfrentan a un enemigo que ya no está dividido, sino que ha optimizado sus operaciones. La presión de Washington sobre México se intensificará, utilizando herramientas económicas y diplomáticas para forzar una respuesta, lo que a su vez podría desestabilizar políticamente al gobierno mexicano, atrapado entre la presión externa y un poder criminal interno sin precedentes.
El nuevo modelo de negocio ya no se basa en la conquista directa de territorios lejanos, sino en la exportación de un modelo de franquicia. Los eventos recientes en Ecuador, con la captura de Adolfo Macías "Fito", líder de Los Choneros, son un claro ejemplo. Los Choneros y otras bandas locales actúan como socios locales o franquiciados de los grandes conglomerados mexicanos.
El modelo es eficiente: los carteles mexicanos proveen el capital, el acceso a precursores químicos, las armas y la conexión con los mercados finales en Europa y Norteamérica. Las bandas locales aportan el control territorial, la mano de obra para el sicariato y la logística interna. A cambio, obtienen poder, armamento y una participación en las ganancias. Este esquema se replica a lo largo de la costa del Pacífico, desde Colombia hasta Chile.
El futuro que este escenario proyecta es el de la soberanía fragmentada. En vastas zonas de América Latina, el Estado perderá el monopolio de la violencia y la capacidad de gobernar. Serán los gerentes de estas franquicias criminales quienes impongan el orden, cobren impuestos (extorsiones) y administren una justicia paralela. Los gobiernos nacionales se verán reducidos a controlar las capitales y las zonas económicamente estratégicas, mientras que los puertos, las fronteras y los barrios periféricos quedarán bajo una gobernanza criminal de facto. Esto no es solo un problema de seguridad, sino una crisis existencial para la democracia en la región.
La declaración de culpabilidad de Ovidio Guzmán introduce el factor de incertidumbre más radical. Un acuerdo de colaboración con Estados Unidos, para reducir una posible cadena perpetua, lo convierte en el informante más valioso de la historia reciente. A diferencia de testigos de menor rango, un "Chapito" conoce la estructura desde la cúpula.
Las consecuencias de su cooperación son divergentes y extremas. En un escenario optimista para las fuerzas del orden, la información de Ovidio podría permitir golpes quirúrgicos y devastadores contra la estructura financiera y de liderazgo de la nueva alianza CJNG-Sinaloa. Podría revelar nombres de políticos, jueces y altos mandos militares en la nómina del cartel, provocando una purga institucional sin precedentes en México y otros países.
Sin embargo, un escenario más cínico y probable es que Ovidio utilice su colaboración como un arma en su propia guerra. Podría entregar información selectiva para eliminar a sus rivales internos y a facciones del CJNG que desconfían de la alianza, utilizando a la DEA como su brazo ejecutor. Esto no debilitaría al cartel, sino que lo purgaría y consolidaría bajo un liderazgo aún más cohesionado. Además, la revelación de corrupción al más alto nivel podría generar una crisis de legitimidad tan profunda en México que el Estado quede paralizado, creando un vacío de poder que el propio narco llenaría.
El futuro del narcotráfico en las Américas no será uno de estos escenarios, sino una combinación volátil de los tres. La tendencia dominante es la transición del cartel dinástico al conglomerado franquiciado. El mayor riesgo es la consolidación de un poder criminal tan vasto que actúe como un para-Estado, erosionando la soberanía de múltiples naciones simultáneamente. La oportunidad latente reside en la implosión generada por las traiciones internas y la colaboración de Ovidio, una ventana que los Estados podrían aprovechar si actúan con inteligencia y coordinación transnacional.
Hemos dejado atrás la era del capo icónico y mediático. El nuevo rostro del mal es corporativo, anónimo y sistémico. El desafío para las sociedades de la región ya no es capturar a un hombre, sino impedir que un modelo de negocio criminal reemplace al Estado de derecho como principio ordenador de la vida de millones.