A más de dos meses del fallecimiento del Papa Francisco, ocurrido el 21 de abril, el torbellino mediático ha dado paso a un período de decantación. La Iglesia Católica, tras despedir con emoción al pontífice argentino en un funeral que congregó a líderes mundiales, ha cruzado el umbral hacia una nueva era con la elección del estadounidense Robert Prevost, quien asumió el nombre de León XIV. Hoy, con la perspectiva que otorga el tiempo, es posible analizar no solo el peso del legado de Francisco, sino también los primeros indicios del rumbo que podría tomar su sucesor en un mundo y una Iglesia surcados por profundas complejidades.
El pontificado de Jorge Mario Bergoglio fue, ante todo, un vuelco hacia las periferias geográficas y existenciales. Su figura como el "papa de los pobres", su insistencia en "construir puentes y no muros" y su magisterio social, encapsulado en encíclicas como Laudato Si", desafiaron las estructuras económicas globales. Analistas como el premio Nobel Joseph Stiglitz han destacado su llamado a una "economía más justa", criticando un sistema que prioriza las ganancias sobre las personas y perpetúa la deuda de las naciones en desarrollo. Francisco no fue solo un líder espiritual; fue un actor moral en la escena global.
Sin embargo, su legado en Chile es ineludiblemente complejo. La visita de 2018, marcada por su defensa inicial del obispo Juan Barros, acusado de encubrir abusos, dejó una herida profunda en la comunidad católica local y aceleró la crisis de confianza en la institución. Aunque posteriormente pidió perdón y tomó medidas drásticas, ese episodio sigue siendo un recordatorio de las "graves equivocaciones de valoración", como él mismo las calificó, y de la distancia que a menudo separa las directrices del Vaticano de las realidades locales.
El período de sede vacante se vivió bajo una atmósfera de expectación y tensión. En la misa Pro eligendo Romano Pontífice, previa al cónclave, el cardenal decano Giovanni Battista Re hizo un llamado elocuente a elegir un Papa para "este momento de la historia tan difícil y complejo". Sus palabras no eran retóricas. Apuntaban a una Iglesia que, bajo la superficie de la popularidad de Francisco, albergaba fuertes divisiones internas entre facciones progresistas, que anhelaban profundizar sus reformas, y sectores conservadores, que buscaban restaurar una mayor claridad doctrinal y litúrgica. La tarea del sucesor, insinuó Re, sería "acrecentar la comunión" en una Iglesia donde la unidad "no significa uniformidad".
De la Capilla Sixtina emergió la figura de Robert Prevost, un cardenal estadounidense de la orden de San Agustín, con una larga trayectoria misionera en Perú y un reciente paso por la Curia Romana. Su elección como León XIV fue, en sí misma, una señal. El nombre evoca a León XIII, el Papa de la encíclica social Rerum Novarum, pero también a pontífices de fuerte talante diplomático y doctrinal.
Los primeros gestos de León XIV han sido interpretados como un deliberado, aunque sutil, cambio de estilo. A diferencia de la calculada sencillez de Francisco, el nuevo Papa ha optado por recuperar vestimentas papales más tradicionales. Más significativo aún fue su decisión de retomar la costumbre de veranear en el palacio de Castel Gandolfo. Francisco había roto con esta tradición, abriendo la opulenta residencia como museo y destinando parte de sus jardines a un centro de formación ambiental, en coherencia con su discurso de austeridad. La vuelta de León XIV a este refugio histórico, aunque sea para un descanso, se lee como una restauración simbólica, un gesto que lo alinea con la larga cadena de predecesores previos a Bergoglio.
Las primeras semanas del nuevo pontificado han alimentado el debate sobre su dirección. Su encuentro con el presidente argentino Javier Milei, confirmando un futuro viaje a la tierra de su antecesor, sugiere una continuidad en la agenda diplomática. Sin embargo, las decisiones estilísticas y simbólicas plantean una disonancia constructiva: ¿estamos ante una simple diferencia de personalidades o frente a un recalibramiento programático?
Para algunos observadores vaticanos, estos gestos buscan tranquilizar a los sectores de la Iglesia que se sintieron desorientados por el ritmo reformista y el lenguaje a veces ambiguo de Francisco. Para otros, representan el riesgo de una involución, un alejamiento del "olor a oveja" que Bergoglio predicó con insistencia. Mientras tanto, la esfera digital procesa el cambio con su propia lógica, donde la solemnidad del cónclave convive con una avalancha de memes que humanizan y, a la vez, desacralizan la figura papal.
El relato, por tanto, no está cerrado. La muerte de Francisco no solo concluyó un pontificado histórico, sino que abrió una etapa de redefinición. El legado del primer Papa americano, con sus luces y sombras, es ahora el telón de fondo sobre el cual León XIV deberá trazar su propio camino. Las preguntas fundamentales siguen en el aire: ¿buscará consolidar la revolución pastoral de Francisco, o intentará sanar las divisiones internas mediante un retorno a la tradición? La Iglesia Católica se mira en el espejo de su futuro, y la imagen que este devolverá apenas comienza a tomar forma.