Lo que durante meses fue un rumor insistente en los círculos financieros, hoy se materializa en una serie de decisiones estratégicas que parecen trazar el epílogo de una era. La reciente renuncia de ejecutivos con décadas de trayectoria en Telefónica Chile y la reactivación de la venta de su emblemático edificio corporativo en Plaza Italia no son hechos aislados. Son las consecuencias visibles de un cambio de timón en la matriz española, cuya nueva directiva ha declarado sin ambages su prioridad: “Europa, Europa y Europa”. A más de 90 días de que las primeras alarmas sonaran con fuerza, la pregunta ya no es si Telefónica se va de Chile, sino cómo y qué dejará a su paso en un mercado de telecomunicaciones que enfrenta su propia encrucijada.
La narrativa de la desinversión se ha escrito por etapas. A mediados de abril, mientras la prensa económica española filtraba que un banco de inversión ya buscaba comprador para la operación chilena, la filial local anunciaba una inversión de US$140 millones para modernizar su red. Esta dualidad —invertir para mejorar mientras se prepara la salida— define la complejidad del proceso.
El punto de no retorno llegó a fines de mayo con la sorpresiva renuncia de Roberto Muñoz, presidente y CEO de la compañía por más de una década. Su salida, junto a la de otros directivos históricos como el director de Finanzas, Rafael Zamora, fue interpretada por el mercado como el fin de la gestión localista y el inicio de una administración de transición, liderada por el español Juan Vicente Martín Fontelles, cuya misión, según fuentes de la industria, sería pilotar la venta.
Las acciones se sucedieron: una inyección de liquidez de casi US$400 millones a través de un crédito con una filial del grupo y, finalmente, la decisión de poner nuevamente en el mercado el edificio corporativo. Oficialmente, estos movimientos buscan “fortalecer la operación” y prepararla para el futuro. Extraoficialmente, son pasos para “ordenar la casa” y hacerla más atractiva para un eventual comprador, limpiando balances y generando caja.
El relato sobre el futuro de Telefónica en Chile se construye desde miradas divergentes que, juntas, componen un mosaico complejo:
La historia de Telefónica en Chile es la de la propia masificación de las telecomunicaciones en el país, desde la privatización de la antigua Compañía de Teléfonos de Chile (CTC). Durante años, Chile fue un “laboratorio” para la multinacional, un mercado donde se probaban las últimas tecnologías y se invertía con fuerza. Hoy, el escenario es radicalmente distinto.
El mercado chileno se ha convertido en un campo de batalla con cuatro actores de peso (Movistar, Entel, ClaroVTR, WOM) en un territorio relativamente pequeño. Esta hipercompetencia, sumada a los resultados financieros negativos de casi todos los operadores —Movistar reportó pérdidas por US$446 millones en 2024 y WOM debió acogerse al Capítulo 11 en Estados Unidos—, dibuja un panorama donde la supervivencia pasa por la consolidación. La salida de un gigante como Telefónica no es solo el fin de un ciclo para una empresa, sino una señal de alerta para todo el ecosistema.
Dos meses después de los cambios directivos, el futuro de Telefónica Chile sigue en suspenso. La compañía está, de facto, en venta, pero no hay un comprador claro en el horizonte. Los actores locales como Entel o ClaroVTR enfrentarían serios obstáculos regulatorios para una adquisición total. Un comprador internacional como Millicom (Tigo) analiza el mercado, pero la alta competitividad y baja rentabilidad de Chile lo convierten en una apuesta arriesgada.
La situación ha evolucionado de un rumor a una estrategia de salida en plena ejecución, pero sin un desenlace definido. El mercado se debate entre dos escenarios probables: una venta por partes que reconfigure el mapa de la competencia, o un largo período de estancamiento en el que Telefónica siga operando a la espera de una oferta que nunca llega. El ocaso del gigante español en Chile ha comenzado, pero el nuevo amanecer del sector de las telecomunicaciones chileno es todavía una incógnita.