Vivimos una extraña paradoja. La tecnología nos prometió un mundo de abundancia, eficiencia y conexión sin límites. Sin embargo, la experiencia cotidiana parece contradecir esa promesa. Desde algoritmos de búsqueda que entregan resultados de menor calidad y productos diseñados para una obsolescencia casi inmediata, hasta servicios de atención al cliente automatizados que nos conducen a laberintos de frustración. Este deterioro progresivo y deliberado de las plataformas digitales tiene un nombre: "mierdificación" (enshittification), término acuñado por el ensayista Cory Doctorow para describir un ciclo predecible: primero, las plataformas ofrecen un gran servicio para atraer usuarios; segundo, abusan de esos usuarios para beneficiar a sus clientes empresariales; y finalmente, abusan también de esos clientes para capturar todo el valor para sí mismas.
Las señales de este punto de inflexión son cada vez más visibles. La reciente multa de 530 millones de euros impuesta por la Unión Europea a TikTok por transferencias ilegales de datos a China no es un hecho aislado, sino un síntoma de un choque frontal entre el modelo extractivo de las grandes tecnológicas y la creciente demanda de soberanía y protección por parte de reguladores y ciudadanos. El fenómeno ya no es solo una queja de consumidores, es una fractura estructural en el ecosistema digital.
La degradación de la calidad ha abierto tres frentes de conflicto que definirán la próxima década de internet. Cada uno representa una visión distinta sobre cómo resolver la paradoja del progreso roto.
1. La Ofensiva Regulatoria: Los Estados han pasado de una postura de laissez-faire a una de intervención activa. El caso del Departamento de Justicia de EE.UU., que busca forzar a Google a deshacerse de su navegador Chrome para desmantelar su monopolio en las búsquedas, es emblemático. Lejos de ser una disputa técnica, es una batalla por el control de las puertas de acceso a la web. Esta tendencia regulatoria, liderada por Europa con su Ley de Servicios Digitales (DSA) y su Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), busca reequilibrar el poder, forzando a las plataformas a ser responsables por el contenido que alojan y los datos que gestionan. El futuro, desde esta perspectiva, es uno con plataformas más fiscalizadas, menos dominantes y con reglas de juego más claras, aunque esto pueda llevar a una internet más fragmentada geográficamente.
2. El Dilema Corporativo: Encierro vs. Propósito: Ante la presión, las corporaciones reaccionan en dos direcciones opuestas. Por un lado, gigantes como Google apuestan por profundizar el encierro del usuario. Su plan de fusionar Android y Chrome OS en un único sistema operativo busca crear un ecosistema tan integrado y conveniente que abandonarlo sea prácticamente impensable, replicando el exitoso modelo de Apple. Esta estrategia es la culminación del ciclo de "mierdificación": una vez que los usuarios están cautivos, la calidad puede ser sacrificada en el altar de la rentabilidad.
Por otro lado, surgen tensiones internas en actores clave. La decisión de OpenAI de dar marcha atrás en su conversión a una empresa con fines de lucro tradicional, manteniendo el control bajo su brazo sin fines de lucro, revela una lucha ideológica fundamental. ¿Debe la Inteligencia Artificial (IA) servir a la humanidad o a los accionistas? Esta disyuntiva podría dar origen a un cisma corporativo, con empresas que apuestan por la calidad, la ética y la confianza como un diferenciador estratégico, en contraposición al modelo de maximización de beneficios a toda costa.
3. La Emergencia de la Soberanía y la "Economía de la Calidad": La reacción más profunda y transformadora proviene de los propios usuarios y, de manera más significativa, de los Estados. La "mierdificación" ha trascendido el ámbito del consumo para convertirse en un riesgo geopolítico. Como analiza WIRED, la dependencia de infraestructuras críticas controladas por un puñado de empresas estadounidenses (desde la computación en la nube hasta las redes satelitales) es vista ahora como una vulnerabilidad estratégica.
En respuesta, está naciendo un movimiento hacia la "soberanía digital". Proyectos como "EuroStack" en Europa buscan crear una cadena de suministro tecnológico independiente, desde los chips hasta los servicios en la nube. Esto no es solo una reacción proteccionista; es la búsqueda de resiliencia y la creación de alternativas que no estén sujetas a los caprichos o intereses de corporaciones o gobiernos extranjeros. A menor escala, esto se traduce en una emergente "economía de la calidad": un mercado de nicho para usuarios dispuestos a pagar por servicios que garantizan privacidad, durabilidad, ausencia de publicidad y una experiencia de usuario superior. Son los pequeños jardines vallados que florecen mientras el gran campo abierto se degrada.
El contrato social implícito de la primera era de internet —servicios gratuitos a cambio de datos y atención— está roto. La desconfianza es la nueva norma, y de su gestión dependerá el futuro. Tres escenarios dominan el horizonte:
El camino que tomemos no está predeterminado. Dependerá de las decisiones críticas de legisladores, la audacia de los innovadores que apuesten por la calidad y, fundamentalmente, de la capacidad de los ciudadanos para exigir y construir un entorno digital que no confunda el progreso tecnológico con la degradación de la experiencia humana.