Hace ya unos meses que el ruido de las excavadoras se instaló en un tranquilo terreno residencial de Tuam, un pequeño pueblo al oeste de Irlanda. La noticia inicial dio la vuelta al mundo: comenzaba la exhumación de una fosa común que podría contener los restos de casi 800 bebés. Hoy, con la distancia del impacto mediático inmediato, es posible analizar el verdadero significado de esas palas que remueven la tierra. No solo buscan huesos; desentierran décadas de silencio institucionalizado, el dolor de miles de mujeres y la incómoda complicidad de una nación con su propio pasado.
El caso de Tuam no es una historia que comienza con la maquinaria pesada. Su origen es más silencioso y tenaz. Se remonta a la perseverancia de Catherine Corless, una historiadora local aficionada que, investigando para una publicación local en 2012, se topó con una inconsistencia macabra: 796 certificados de defunción de niños del Hogar para Madres y Bebés de St. Mary, regentado por las monjas de la congregación del Buen Socorro entre 1925 y 1961, pero casi ningún registro de entierro. Su pregunta, tan simple como devastadora, fue: ¿dónde están los cuerpos?
La respuesta de las instituciones fue, inicialmente, el desdén. La congregación atribuyó los posibles restos a víctimas de la Gran Hambruna del siglo XIX, desacreditando la investigación de Corless. Sin embargo, su trabajo, apoyado por testimonios de vecinos que recordaban entierros nocturnos y clandestinos, capturó la atención de la prensa en 2014, forzando al Estado irlandés a actuar. Una investigación preliminar en 2016 confirmó la existencia de "cantidades significativas de restos humanos" en una estructura subterránea, una antigua fosa séptica.
Comprender Tuam exige mirar más allá de sus límites. El hogar de St. Mary era solo una pieza de una vasta red de "Hogares de Madres y Bebés" que operaron en Irlanda durante el siglo XX. Estas instituciones, gestionadas por órdenes religiosas con el beneplácito y la colaboración del Estado, eran el destino de decenas de miles de mujeres solteras embarazadas. En una sociedad profundamente católica donde la contracepción era ilegal y el sexo fuera del matrimonio un estigma insoportable, estos hogares funcionaban como centros de reclusión moral.
La profesora Sarah Anne-Buckley, de la Universidad de Galway, ha documentado que las mujeres, en su mayoría de clase trabajadora, eran sometidas a duras condiciones, obligadas a trabajar y, tras un año, forzadas a entregar a sus hijos, ya fuera para adopciones poco reguladas o para que permanecieran en el hogar. La Comisión de Investigación del gobierno irlandés, cuyo informe se publicó en 2021, concluyó que unos 9.000 niños murieron en 18 de estas instituciones a lo largo del país, con tasas de mortalidad alarmantemente altas debido a la malnutrición y enfermedades.
El proceso de excavación en Tuam, dirigido por Daniel MacSweeney, un experto con experiencia internacional en la búsqueda de desaparecidos, se ha convertido en un escenario donde convergen y colisionan múltiples perspectivas:
La excavación en Tuam está lejos de ser un capítulo cerrado. Se estima que los trabajos durarán al menos dos años. El proceso no ofrece respuestas fáciles, sino que profundiza las preguntas: ¿Es posible la justicia penal después de tanto tiempo? ¿Cómo se reparará a las madres y a los sobrevivientes? ¿Qué se hará con los restos una vez identificados? ¿Y qué ocurrirá con las otras fosas comunes que se sospecha existen en el país?
El eco de Tuam resuena más allá de las fronteras de Irlanda. Es un crudo recordatorio de cómo las sociedades pueden construir sistemas de opresión bajo un velo de moralidad y caridad. Para Chile y otras naciones que han enfrentado sus propias luchas por la verdad y la justicia frente a crímenes de Estado o abusos institucionales, el lento y doloroso desentierro de la memoria irlandesa es un espejo. Demuestra que la verdad, por muy profundo que se la entierre, siempre pugna por salir a la luz, a menudo impulsada no por los poderosos, sino por la persistencia de ciudadanos anónimos que se niegan a olvidar.