La Jaula Abierta: De la Caza de Inmigrantes a los Futuros de la Ciudadanía Desechable y el Estado Depredador

La Jaula Abierta: De la Caza de Inmigrantes a los Futuros de la Ciudadanía Desechable y el Estado Depredador
2025-07-21

- La militarización del control migratorio está evolucionando hacia un sistema permanente de vigilancia interna y segregación social.

- La ciudadanía se está redefiniendo como un privilegio revocable, creando una nueva clase de residentes “desechables” y amenazando los cimientos de la igualdad democrática.

- El Estado se transforma de un proveedor de bienestar a una entidad depredadora que “caza” a poblaciones marginadas, sentando un peligroso precedente para las democracias occidentales.

El nuevo umbral del miedo

Lo que comenzó como una retórica de campaña endurecida y gestos simbólicos, como la orden de reabrir la prisión de Alcatraz, ha cristalizado en los últimos meses en una realidad tangible y brutal. Las redadas masivas en lugares de trabajo, la muerte de un trabajador agrícola en California mientras huía de agentes federales y la deportación sumaria de residentes de larga data, como el chileno de 82 años enviado a Guatemala, no son incidentes aislados. Son señales inequívocas de una transformación profunda en la relación entre el Estado y el individuo. Estamos presenciando el despliegue de una nueva doctrina de seguridad que trasciende las fronteras y se instala en el corazón de la vida cotidiana, redefiniendo quién pertenece y quién es, en esencia, desechable.

Este análisis proyecta los escenarios que se abren a partir de esta tendencia, explorando cómo la actual “caza” de inmigrantes podría estar sentando las bases para un nuevo tipo de apartheid social y la consolidación de un Estado depredador en el seno de la democracia occidental.

La arquitectura de la exclusión: de Alcatraz a las redes de datos

La estrategia actual se apoya en dos pilares: la violencia simbólica y la violencia sistémica. La reapertura de Alcatraz, aunque logísticamente cuestionada por expertos, funciona como un poderoso significante: el retorno a una justicia punitiva, espectacular y sin concesiones. Sin embargo, la verdadera innovación no reside en el ladrillo y el mortero, sino en la infraestructura digital de control. La decisión de entregar al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) el acceso a la base de datos de Medicaid, que contiene información personal de 79 millones de personas, representa un punto de inflexión crítico.

Este acto disuelve la barrera entre los servicios sociales y los aparatos de seguridad. El hospital, la clínica o el programa de asistencia dejan de ser espacios de refugio para convertirse en potenciales trampas. A mediano plazo, este modelo podría expandirse a otras bases de datos públicas (impuestos, licencias de conducir, registros escolares), creando un panóptico digital donde la condición de “ilegalidad” es un atributo que puede ser activado en cualquier momento y contra cualquier persona con un estatus migratorio precario. La ciudadanía, en este contexto, deja de ser un derecho fundamental para convertirse en un privilegio condicional y constantemente auditado.

La ruptura económica: cuando la fuerza laboral se convierte en el enemigo

La ofensiva ha generado un efecto paralizante en sectores clave de la economía. Reportes de industrias como la construcción, la agricultura y los servicios de cuidado alertan sobre una escasez de mano de obra autoinducida. El miedo ha vaciado campos y obras, no por falta de trabajo, sino por el terror a ser detenido. Este fenómeno revela una contradicción fundamental en el discurso político: se persigue a la misma fuerza laboral que sostiene industrias esenciales y que, según muchos economistas, ayuda a contener la inflación.

Los escenarios futuros se bifurcan. Un camino posible es una crisis económica sectorial, con aumentos de precios en alimentos y servicios básicos, y la quiebra de empresas que dependen de esta mano de obra. Otro escenario, más complejo, es una aceleración forzada de la automatización en estos sectores, lo que a largo plazo reconfiguraría el mercado laboral de formas impredecibles, desplazando no solo a los trabajadores inmigrantes sino también a los ciudadanos de bajos ingresos. A su vez, emerge una economía sumergida de la resistencia, con redes de apoyo comunitarias que intentan suplir las funciones de un Estado que ha abandonado su rol protector.

La espiral de violencia: resistencia y represión

La intensificación de la represión estatal está generando, como era previsible, una respuesta. El ataque a agentes federales en Texas es una señal de que ciertos grupos podrían optar por la resistencia armada frente a lo que perciben como una agresión existencial. La respuesta del poder, a su vez, es más militarización. El despliegue de la Guardia Nacional y los Marines en operativos domésticos, junto a la autorización presidencial para usar “cualquier medio necesario”, borra la distinción entre seguridad interna y conflicto bélico.

A mediano plazo, esta espiral podría conducir a la normalización de enfrentamientos violentos en ciudades y comunidades. El Estado justificaría medidas de excepción cada vez más severas, como toques de queda o la suspensión de garantías civiles, en nombre de la lucha contra el “terrorismo doméstico”. Esto no solo afectaría a las comunidades migrantes, sino que sentaría un precedente para la represión de cualquier forma de disidencia política, consolidando un autoritarismo de facto bajo una apariencia de legalidad democrática.

Futuros plausibles: el apartheid del siglo XXI

Si las tendencias actuales se consolidan, el futuro a largo plazo podría parecerse a un nuevo tipo de apartheid social y migratorio. Una sociedad formalmente democrática, pero funcionalmente segregada en dos niveles:

  1. Ciudadanos plenos: Aquellos con derechos garantizados, protegidos por el Estado y beneficiarios de su aparato de seguridad.
  2. Residentes precarios: Una masa fluctuante de personas (inmigrantes, pero potencialmente expandible a otros grupos marginados) con derechos condicionales, sujetas a vigilancia constante y cuya permanencia depende de su utilidad económica o de la discrecionalidad política. Son una población “gestionable” y “expulsable”.

Este modelo de “Estado depredador” no solo busca controlar las fronteras, sino que activamente “caza” dentro de ellas, utilizando a una parte de la población como chivo expiatorio para movilizar a su base política y justificar la expansión de su poder. El riesgo mayor es que este modelo demuestre ser políticamente exitoso y sea emulado por otras naciones occidentales que enfrentan presiones migratorias y polarización social.

La disonancia es evidente: una sociedad que depende de la mano de obra inmigrante para funcionar, pero que al mismo tiempo la demoniza y persigue. La pregunta que queda abierta no es si este sistema es sostenible —probablemente no lo sea sin un alto costo humano y económico—, sino qué tipo de sociedad emergerá de sus ruinas. La historia enseña que la deshumanización legalizada de un grupo es a menudo el primer paso hacia la erosión de los derechos de todos.

La historia ha madurado desde la amenaza simbólica hasta la implementación de una política sistemática con consecuencias humanas, sociales y legales visibles. Permite analizar la evolución de una narrativa de crisis, la redefinición de los derechos ciudadanos y el uso de la tecnología como herramienta de control estatal. Su desarrollo cronológico ofrece un caso de estudio completo sobre cómo el discurso político se traduce en acciones que fracturan el tejido social, generando escenarios futuros sobre la soberanía personal, la resistencia civil y la naturaleza del Estado en el siglo XXI.