A meses de su fallecimiento, la figura de Brian Wilson decanta más allá del obituario inmediato para revelarse en su completa y compleja dimensión. El adiós al genio creativo de The Beach Boys no solo cerró un capítulo fundamental de la música popular del siglo XX, sino que abrió un espacio para analizar con distancia la anatomía de un legado forjado entre la luz de la genialidad y la sombra del tormento.
La narrativa de Wilson está intrínsecamente ligada a dos obras monumentales que definieron su carrera y su vida. Primero, _Pet Sounds_ (1966), el álbum que, inspirado por el _Rubber Soul_ de The Beatles, abandonó las temáticas de surf y autos para sumergirse en una melancolía orquestal y una vulnerabilidad lírica inéditas para el pop. Paul McCartney, su principal 'rival' creativo al otro lado del Atlántico, lo ha calificado en múltiples ocasiones como uno de los mejores discos de la historia, llegando a afirmar que "God Only Knows" es "la mejor canción jamás escrita".
El éxito crítico de _Pet Sounds_ empujó a Wilson a una ambición aún mayor: _Smile_, una "sinfonía adolescente para Dios". Este proyecto, concebido junto al letrista Van Dyke Parks, pretendía ser la obra cumbre del pop americano. Sin embargo, la complejidad de la música, las letras crípticas y los métodos de grabación poco ortodoxos —como instalar un arenero en su living para componer— generaron la incomprensión y resistencia de su propia banda, especialmente de su primo y vocalista, Mike Love, quien cuestionaba el abandono de la fórmula comercial. La presión del sello discográfico, sumada a una creciente paranoia y brotes psicóticos, llevaron a Wilson a archivar el proyecto en 1967. _Smile_ se convirtió en el álbum perdido más famoso de la historia, un mito que alimentó la leyenda del genio quebrado.
La historia, sin embargo, encontró una resolución casi cuatro décadas después. En 2004, Wilson, junto a su banda de giras, completó y lanzó _Brian Wilson Presents Smile_. El disco no solo fue un triunfo artístico aclamado por la crítica, sino también un acto de redención personal. Demostró que la música no estaba perdida, solo esperando el momento adecuado para ser comprendida.
El impacto de Wilson resuena con fuerza en la escena musical chilena, donde su audacia armónica y su sensibilidad melódica dejaron una huella indeleble. Álvaro Henríquez, líder de Los Tres, relató en su momento la emoción de conocer a su ídolo en Londres: "Estar con el creador de 'God Only Knows' y 'Good Vibrations' y estrechar su mano fue un momentazo". Para Henríquez, la influencia es palpable en su trabajo solista.
Desde una perspectiva similar, Francisco Durán de Los Bunkers destaca la figura de Wilson como un pionero del "artista productor". "Esa figura era algo muy nuevo para la época y eso le dio una libertad al momento de ocupar el estudio como un lienzo", explica Durán, reconociendo cómo Wilson sentó un precedente para músicos que buscan control total sobre su sonido. Por su parte, el cantautor Pedropiedra resume su aporte en una frase: "El dominio de la armonía, del ritmo, de la forma, la orquestación, la producción (...) lo tenía todo".
Estas visiones locales dialogan con el reconocimiento global. Los propios The Beach Boys, en su despedida, lo calificaron como "el alma de nuestro sonido", un reconocimiento que, visto con perspectiva histórica, contrasta con las tensiones del pasado y refleja una paz tardía. La dualidad de su figura —el innovador frente al hombre atormentado— es un punto que genera una disonancia reflexiva: ¿es posible separar al artista de su sufrimiento? ¿Es ese tormento una condición necesaria para un arte de tal magnitud?
Brian Wilson no solo escribió canciones; construyó paisajes sonoros. Su uso de instrumentos inusuales en el pop (como el theremin en "Good Vibrations"), sus complejas armonías vocales y su enfoque del estudio como un instrumento más, cambiaron las reglas del juego. Demostró que la música popular podía ser, a la vez, comercialmente exitosa y artísticamente profunda.
Su vida, marcada por una enfermedad neurocognitiva en sus últimos años, terminó de una manera poéticamente circular. Según relató su cercano amigo, el editor de Rolling Stone, Jason Fine, una de las últimas canciones que Wilson escuchó fue "Be My Baby" de The Ronettes, la pieza que él consideraba la cima de la música pop y que lo inspiró a alcanzar sus propias cumbres.
Hoy, el debate sobre su figura no está cerrado. Su historia nos obliga a cuestionar la delgada línea entre la genialidad y la locura, el precio del éxito y la capacidad del arte para sanar y redimir. Brian Wilson se ha ido, pero dejó un cancionero que sigue siendo un faro de belleza, complejidad y emoción pura, un testamento de que, incluso en el silencio, su música continúa vibrando.