La fumata bianca que se elevó sobre la Capilla Sixtina en mayo de 2025 no anunció simplemente un nuevo Papa. Anunció un nuevo mundo. La elección del cardenal peruano Robert Francis Prevost como León XIV, tras la muerte de Francisco, marca la consolidación de un desplazamiento tectónico que venía gestándose por décadas: el centro de gravedad del catolicismo ya no reside en Europa, sino en el Sur Global. Este evento no es un mero cambio de pasaporte en el trono de Pedro; es una señal profunda sobre el futuro del poder simbólico, la identidad religiosa y la diplomacia en un planeta cada vez más fragmentado.
El pontificado de Francisco, el primer Papa del continente americano, fue el prólogo de esta historia. Su papado, aunque popular en el exterior, dejó una “Iglesia más polarizada”, según voces críticas como la del exdirector de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian. Francisco gobernó con un estilo que algunos describieron como “absolutista”, generando tensiones entre un anhelo de mayor colegialidad y una práctica centralizada. Este legado de división y la creciente irrelevancia demográfica del catolicismo europeo crearon el escenario para que los 133 cardenales, muchos de ellos nombrados por el propio Francisco, se enfrentaran a una encrucijada: ¿regresar a un liderazgo europeo para estabilizar la institución o doblar la apuesta por las periferias? La elección de un peruano (aunque nacido en EE.UU.) es una respuesta contundente.
Una de las trayectorias más probables para León XIV es la de convertirse en el “Papa de los Pueblos”. Este camino implicaría no solo continuar, sino profundizar la agenda de su predecesor: la justicia social, la ecología integral de Laudato Si’ y la opción preferencial por los pobres, pero ahora con el acento inconfundible de la teología y la realidad latinoamericana. Gestos como la renovación de su carnet de identidad peruano en el Vaticano son más que una anécdota; son declaraciones de identidad que lo posicionan como un líder que comprende desde dentro las aspiraciones y heridas del Sur.
En este escenario, su diplomacia se basaría en el poder blando y en la cercanía con los movimientos sociales y las culturas populares, como lo simbolizó su bendición al Giro de Italia. Sin embargo, esta ruta no está exenta de riesgos. Profundizar el modelo de Francisco podría exacerbar la polarización con los sectores más conservadores y adinerados de la Iglesia en Norteamérica y Europa, quienes ya mostraban signos de agotamiento con la línea anterior. La tensión entre un papado enfocado en la periferia y los centros de poder económico y eclesial tradicionales podría alcanzar un punto de quiebre.
Una posibilidad alternativa es que León XIV, consciente de la herencia dividida que recibe, opte por un pontificado de consolidación y sanación. Habiendo sido testigo del “revuelo” interno, podría priorizar la reconstrucción de puentes. Esto se traduciría en un estilo de gobierno marcadamente más sinodal y colegial, buscando activamente el consenso y otorgando mayor autonomía a las conferencias episcopales. Sería un Papa enfocado en la gestión interna, en la reforma silenciosa de la Curia y en el diálogo con las facciones críticas que se sintieron marginadas bajo el mandato de Francisco.
El principal factor de incertidumbre aquí es si un Papa del Sur Global puede ser aceptado como unificador por un clero y una burocracia vaticana todavía profundamente arraigados en una mentalidad europea. Un enfoque excesivamente conciliador podría ser interpretado como debilidad o como una traición a las expectativas de cambio radical que su elección ha generado en millones de fieles de África, Asia y América Latina. El desafío sería unificar sin desmovilizar.
El mundo al que llega León XIV está marcado por el resurgimiento de los populismos nacionalistas. La presencia de un Donald Trump en su segundo mandato, quien intentó influir descaradamente en la sucesión papal respaldando a un cardenal estadounidense, es el símbolo más claro de la presión geopolítica que enfrentará el Vaticano. En este contexto, el Papa peruano podría posicionarse como el principal contrapeso moral global a las agendas nativistas y anti-inmigrantes.
Esto podría llevar a una nueva era de diplomacia vaticana, una que hable con la autoridad de representar a la mayoría demográfica del planeta en temas como la crisis climática, la deuda externa y los derechos de los migrantes. Se abriría un eje de poder simbólico Sur-Sur que desafiaría el antiguo orden. La gran pregunta es qué forma tomará esta confrontación. ¿Será un choque frontal, similar a las tensiones entre Francisco y Trump, o León XIV buscará una estrategia diplomática diferente, una que intente dialogar desde claves culturales y religiosas compartidas para desactivar la hostilidad?
Estos escenarios no son excluyentes. Lo más probable es que el pontificado de León XIV sea una amalgama compleja de los tres. La tendencia dominante e irreversible es la “sureñización” del catolicismo. La elección de un Papa peruano es la consecuencia, no la causa, de este cambio histórico.
El riesgo mayor es que las fuerzas centrífugas, tanto internas como externas, terminen por fragmentar aún más a una institución milenaria. La oportunidad latente es que, bajo el liderazgo de un Papa que encarna la nueva realidad global, la Iglesia Católica encuentre una relevancia renovada y una voz profética para abordar las crisis del siglo XXI. La elección del nombre “León”, que evoca al Papa de la Doctrina Social de la Iglesia, León XIII, sugiere una voluntad de construir. Si el Cóndor andino logrará construir puentes sólidos sobre un mundo fracturado es la gran narrativa que comenzará a escribirse en los próximos años.