A más de dos meses de la cuenta pública presidencial del 1 de junio, la decisión de transformar el Centro de Cumplimiento Penitenciario Punta Peuco en un recinto penal común sigue resonando en el debate público chileno. Lejos de ser un mero acto administrativo, el anuncio del Presidente Gabriel Boric actuó como el epicentro de un sismo político que reactivó tensiones latentes sobre el legado de la dictadura cívico-militar. La controversia no nació ese día; se había estado gestando semanas antes, avivada por declaraciones de la candidata presidencial Evelyn Matthei, quien calificó de "inevitables" las muertes ocurridas tras el golpe de Estado, dichos que, según encuestas de la época, generaron un rechazo superior al 65% de la ciudadanía. Este clima preexistente convirtió el fin del estatus especial de Punta Peuco en un punto de inflexión simbólico y electoral.
Punta Peuco fue inaugurado en 1995 como una solución de compromiso para encarcelar a militares condenados por violaciones a los derechos humanos, evitando su reclusión en cárceles comunes. Para las agrupaciones de víctimas y una parte importante de la sociedad, el recinto se consolidó como un símbolo de privilegio y de una justicia incompleta. Para sectores de la derecha y el mundo militar, representaba una necesidad práctica y de seguridad para reos de perfil particular.
El anuncio de su cierre desató una cadena de reacciones previsibles pero intensas. Desde el oficialismo, la medida fue defendida como un acto de igualdad ante la ley y una señal contra la impunidad. La ministra de la Mujer, Antonia Orellana, llegó a afirmar que a la candidata Matthei "cuando le tocan el pinochetismo como que se desequilibra", tras la promesa de esta última de que "no cuesta nada revertirlo".
Las consecuencias visibles fueron inmediatas: el debate sobre la memoria histórica y la justicia transicional se instaló en el centro de la agenda presidencial, obligando a los candidatos a fijar posiciones claras. La discusión dejó de ser sobre un edificio para convertirse en una disputa sobre la narrativa del pasado y el futuro de la reconciliación en Chile.
La controversia en torno a Punta Peuco se articula en torno a varios ejes de tensión que coexisten sin resolverse:
Punta Peuco no puede entenderse sin el contexto de la transición a la democracia. Su creación fue una concesión pragmática para asegurar que los fallos judiciales contra militares se cumplieran, en un momento en que el poder militar aún era una sombra influyente. El penal es, en sí mismo, un monumento a los límites y compromisos de la justicia transicional chilena. Su cierre, 30 años después, simboliza el intento de una nueva generación política por superar esos límites, aunque ello implique reabrir heridas que nunca cicatrizaron del todo.
El tema está lejos de estar cerrado. La reconversión de Punta Peuco es un proceso en marcha, pero su futuro definitivo es incierto y ahora depende directamente del resultado de la próxima elección presidencial. La discusión ha trascendido los muros del penal para convertirse en una pregunta fundamental para la sociedad chilena: ¿Qué peso tiene el pasado en el presente? ¿Es posible equilibrar la demanda de justicia retributiva con consideraciones humanitarias? ¿O son dos caminos irreconciliables? La respuesta, por ahora, no se encuentra en un decreto, sino en las urnas.