Lo que comenzó a finales de abril de 2025 como una respuesta irónica de Donald Trump a la prensa —"Me gustaría ser Papa"—, se materializó días después en un acto de propaganda de una nueva era. La publicación de una imagen generada por Inteligencia Artificial (IA) que lo mostraba ataviado como Sumo Pontífice no fue un mero capricho digital. Fue una declaración de intenciones y un síntoma de una transformación profunda en la comunicación política. Al apropiarse y deconstruir uno de los símbolos más potentes y sagrados de la cultura occidental, el gesto trascendió la provocación para convertirse en una prueba de campo: ¿cuánto puede deformarse la realidad antes de que el poder simbólico se quiebre? La posterior difusión de un video sintético mostrando el arresto de su predecesor, Barack Obama, confirmó que no se trataba de un hecho aislado, sino del despliegue de una doctrina estratégica: el uso de la realidad fabricada como arma política.
Este fenómeno marca un punto de inflexión. Ya no se trata de la simple desinformación o las "fake news", sino de la construcción activa de universos paralelos donde la autoridad no emana de los hechos, sino de la capacidad de producir la imagen más potente, viral y emocionalmente resonante. Estamos presenciando el nacimiento de la gobernanza a través del deepfake, una donde la verosimilitud desplaza a la veracidad como pilar del poder.
La normalización de estas tácticas abre tres escenarios probables que redefinirán la relación entre poder, tecnología y sociedad en la próxima década.
Escenario A: La "Mierdificación" del Discurso Público. Inspirado en el concepto acuñado por Cory Doctorow y aplicado al entorno geopolítico de la era Trump, este futuro describe un ecosistema informativo tan contaminado por contenido sintético de baja calidad que la búsqueda de la verdad se vuelve una tarea hercúlea y desalentadora para el ciudadano promedio. El debate político se convierte en una guerra de desgaste librada con memes generados por IA, videos deepfake y avatares automatizados. En este entorno, la atención no se gana con argumentos, sino con la capacidad de inundar el espacio digital, generando una niebla informacional que paraliza el pensamiento crítico y favorece las respuestas viscerales.
Escenario B: El Contrato de Veracidad Roto y el Refugio en las Tribus. A medida que la confianza en las fuentes tradicionales —medios, ciencia, gobierno— se pulveriza, los ciudadanos abandonan la idea de una realidad compartida. La sociedad se fragmenta en tribus digitales cohesionadas por narrativas propias e impermeables a la evidencia externa. Los líderes políticos ya no aspiran a ser presidentes de una nación, sino profetas de su tribu. Su legitimidad no depende de cumplir promesas, sino de mantener la coherencia de un relato mitológico, por más alejado que esté de los hechos. El objetivo de la comunicación política deja de ser la persuasión para convertirse en la fidelización y el refuerzo de la creencia.
Escenario C: La Soberanía Narrativa como Arma de Estado. La capacidad de generar realidades sintéticas se convierte en un activo estratégico de primer orden en la arena internacional. Los estados no solo usarán la IA para su propaganda interna, sino como una herramienta de desestabilización externa. Se podrán fabricar crisis diplomáticas, manipular mercados financieros con declaraciones falsas de líderes económicos o erosionar la cohesión social de un adversario mediante la siembra de narrativas polarizantes. En este contexto, la soberanía narrativa —la capacidad de un país para controlar su propio relato y proyectarlo eficazmente— podría volverse tan crucial como la soberanía militar o económica.
Esta reconfiguración del poder afecta de manera distinta a los diferentes actores sociales, creando un nuevo mapa de ganadores y perdedores.
- Los Nuevos Profetas Políticos: Líderes de corte populista y autoritario ven en la IA una herramienta revolucionaria para eludir a los intermediarios tradicionales (la prensa, la academia) y forjar una conexión directa y emocional con sus seguidores. Para ellos, la autenticidad no es un valor; el impacto lo es todo. La tecnología les permite ser omnipresentes y adaptar su mensaje en tiempo real, creando un culto a la personalidad aumentado por la IA.
- Los Guardianes de la Tradición en Jaque: Instituciones como la Iglesia, el poder judicial o las universidades, cuya autoridad se basa en la tradición, el rigor metodológico y una pretensión de verdad objetiva o trascendente, enfrentan una crisis existencial. ¿Cómo puede un dogma milenario competir con una deidad sintética que ofrece gratificación instantánea? ¿Cómo puede una sentencia judicial basada en pruebas competir con un video falso que "demuestra" la inocencia o culpabilidad de alguien ante el tribunal de la opinión pública?
- La Ciudadanía entre la Ceguera y la Hipercrítica: El impacto psicológico sobre la población será profundo y desigual. Una parte de la ciudadanía, la más vulnerable a los sesgos de confirmación, se sumergirá voluntariamente en las ficciones que validan su visión del mundo. Otra, abrumada por la cacofonía, podría desarrollar una "fatiga crítica" y desconectarse por completo de la esfera pública. Sin embargo, un tercer grupo, quizás minoritario pero influyente, podría liderar una contra-reacción, demandando nuevas herramientas de verificación, impulsando la alfabetización mediática y convirtiéndose en curadores humanos de la confianza en sus comunidades.
El episodio del "Pontífice Sintético" es mucho más que una anécdota de la política espectáculo. Es un presagio de una crisis fundamental para las democracias liberales, basadas en la premisa de un debate informado entre ciudadanos racionales. La capacidad ilimitada de fabricar la realidad amenaza con disolver ese fundamento.
La pregunta que queda abierta no es si esta tecnología se usará, sino cómo responderemos a ella. ¿Asistiremos al colapso del espacio público y al triunfo del cinismo, o esta misma crisis podría catalizar una reacción, una suerte de nueva Ilustración digital? Un movimiento que exija una ética radical para la IA, que desarrolle nuevas formas de certificación de la realidad y que, sobre todo, nos obligue como sociedad a volver a valorar y defender activamente la frágil pero indispensable idea de la verdad. El futuro no dependerá de los algoritmos, sino de las decisiones humanas que tomemos a continuación.