El Cuerpo como Territorio de Batalla:Del Pánico Analógico a los Futuros de la Guerra Cultural en Chile

El Cuerpo como Territorio de Batalla:Del Pánico Analógico a los Futuros de la Guerra Cultural en Chile
2025-07-22
  • El cuerpo como símbolo político: Más allá de los derechos, el debate sobre el cuerpo se ha convertido en un campo de batalla por la identidad nacional y los valores morales.
  • El futuro de los fondos públicos: El financiamiento del arte y la cultura se enfrenta a un futuro de patrocinio ideológico o a una progresiva retirada del Estado, forzando la búsqueda de nuevas formas de subsistencia.
  • Guerra cultural algorítmica: Las redes sociales actúan como nuevos árbitros y aceleradores del pánico moral, donde los algoritmos, y no el debate público, definen los límites de la expresión.

La Señal: Cuando el Arte Desborda la Conversación

Un taller de performance artística con un nombre deliberadamente provocador —“Prácticas de Culo”— fue suficiente para encender la pradera digital y política en Chile. Aunque el Ministerio de las Culturas se apresuró a aclarar que la iniciativa no contaba con financiamiento público, la controversia ya había cumplido su propósito: actuar como una señal inequívoca de una tendencia más profunda y duradera. El incidente no es un hecho aislado, sino el síntoma de una guerra cultural en la que el cuerpo —su representación, sus límites, sus derechos y su expresión— se ha consolidado como el territorio de batalla simbólico por excelencia. En un contexto preelectoral que exacerba las divisiones, este fenómeno anticipa futuros complejos para la convivencia, la creación artística y el debate público.

Escenario 1: La Politización Total del Financiamiento Cultural

La controversia sobre el uso de fondos públicos, aunque en este caso fue una falsa alarma, establece un precedente peligroso. El futuro del financiamiento estatal para las artes y la cultura se perfila como un péndulo oscilante, sujeto a los vaivenes del ciclo político.

  • Un futuro bajo gobiernos conservadores: Podríamos ver la implementación de criterios de financiamiento que primen una visión de la cultura ligada a “valores patrios”, “la familia” o “el orden”. Proyectos considerados transgresores, ideológicos o de nicho serían sistemáticamente desfinanciados o marginados. Actores como la diputada Hoffmann, que califican ciertas agendas como “de izquierda extrema identitaria”, ya marcan la pauta de este discurso. El riesgo es una cultura oficialista, predecible y sanitizada, que evita el conflicto y la crítica, empobreciendo el ecosistema creativo.
  • Un futuro bajo gobiernos progresistas: En contrapartida, una administración que defienda la libertad artística sin cortapisas enfrentará una oposición feroz y constante. Sería acusada de malgastar recursos en “agendas de élite” desconectadas de las “prioridades ciudadanas”, como la seguridad o la economía. Este escenario obligaría a los gestores culturales a una defensa permanente, desgastando su capital político y limitando su capacidad de acción. La cultura se convertiría en una trinchera más de la polarización, en lugar de un espacio de encuentro.

Una tercera vía, más pesimista, es la retirada paulatina del Estado. Ante la imposibilidad de alcanzar un consenso, los gobiernos podrían optar por reducir el presupuesto cultural para evitar polémicas, forzando a los creadores a depender del mercado, el mecenazgo privado o la cooperación internacional. Esto podría derivar en una “balcanización” del arte: escenas culturales fragmentadas que responden a burbujas ideológicas específicas, perdiendo así su capacidad de interpelar al conjunto de la sociedad.

Escenario 2: La Censura Algorítmica y el Pánico como Estrategia

La viralización de la polémica artística no fue orgánica; fue impulsada por la lógica de las plataformas digitales. El futuro de la censura ya no reside únicamente en decisiones institucionales, sino en la arquitectura invisible de los algoritmos.

Estos sistemas, diseñados para maximizar la interacción, premian el contenido que genera indignación y conflicto. Una obra de arte provocadora es etiquetada como “contenido sensible”, mientras que las narrativas de pánico moral que la atacan son amplificadas. En la práctica, el algoritmo se convierte en un censor ideológico no declarado, que moldea el debate público sin rendir cuentas.

En el mediano plazo, los actores políticos perfeccionarán el uso de esta herramienta. Podemos anticipar un aumento de campañas coordinadas de denuncia masiva para desmonetizar o invisibilizar a creadores. La línea entre la crítica legítima y el hostigamiento digital se volverá cada vez más difusa. El debate sobre la libertad de expresión se trasladará de los tribunales y el parlamento a los términos y condiciones de empresas tecnológicas extranjeras, que operarán como árbitros de facto de la cultura nacional.

Escenario 3: El Cuerpo como Frontera Final de la Batalla Política

La disputa por el cuerpo trasciende el arte. Se manifiesta en el debate sobre el aborto, donde se confrontan visiones sobre la vida, la autonomía y la salud pública. Se refleja en la tensión entre un lenguaje político que busca “coraje” y “firmeza” —una corporalidad masculina y marcial— y otro que se define desde la empatía y la inclusión. Y se proyecta en la desconfianza hacia identidades políticas, como la del Partido Comunista, a las que se les atribuye un “cuerpo ideológico” histórico e inmutable, impermeable a la moderación o al “buena onda”.

Esta politización del cuerpo tiene dos futuros probables:

  1. La consolidación de trincheras identitarias: Cada sector se atrinchera en su propia concepción del cuerpo y la moral. El diálogo se vuelve imposible porque no hay un lenguaje común. Como señala la académica María José Naudon, las palabras se vacían de significado para servir como armas de marketing político. En este escenario, la política deja de ser la gestión de lo común para convertirse en la afirmación de la propia tribu frente a la amenaza de la otra.
  1. El surgimiento de una contra-narrativa: El agotamiento con la guerra cultural podría abrir un espacio para discursos que busquen rehumanizar al adversario. Una ciudadanía cansada de la estridencia podría empezar a valorar la complejidad, el matiz y la búsqueda de acuerdos mínimos. No se trataría de anular las diferencias, sino de reconstruir un piso común para el debate. Esta es la oportunidad latente: que el exceso de polarización genere su propio antídoto, una revalorización del diálogo como herramienta de supervivencia democrática.

El futuro no está escrito. Dependerá de las decisiones que tomen líderes políticos, creadores, ciudadanos y, cada vez más, los arquitectos de nuestros ecosistemas digitales. La pregunta clave es si Chile logrará canalizar esta tensión hacia una mayor madurez democrática o si permitirá que el cuerpo, metáfora de la propia nación, termine fragmentado por sus batallas internas.

El tema encapsula la creciente instrumentalización de la cultura y el cuerpo como campos de batalla políticos. La controversia, inicialmente marginal, evolucionó hasta convertirse en un símbolo de la polarización social, revelando las fracturas profundas sobre la libertad de expresión, el rol del Estado en las artes y los límites de la moral pública. Su madurez temporal permite analizar no solo el evento, sino las narrativas y contra-narrativas que generó, ofreciendo una ventana a futuros conflictos ideológicos y a la redefinición del espacio público.