A más de dos meses de una serie de anuncios que sacudieron tanto a la industria del entretenimiento como al sistema judicial estadounidense, el segundo mandato de Donald Trump se perfila bajo una doctrina clara: la del espectáculo y el castigo. Entre mediados de abril y principios de mayo de 2025, la Casa Blanca desplegó una ofensiva en dos frentes que, aunque aparentemente dispares, comparten una misma lógica de disrupción y nacionalismo. Por un lado, una guerra cultural y económica contra la globalización de Hollywood; por otro, una cruzada punitiva que recupera símbolos del pasado y externaliza sus consecuencias.
La estrategia de mano dura se materializó primero con la propuesta, anunciada el 15 de abril, de enviar reclusos estadounidenses a una megacárcel en El Salvador, en un polémico acuerdo con el presidente Nayib Bukele. Trump justificó la medida para lidiar con los "criminales de cosecha propia", una idea que pone a prueba los límites de los derechos constitucionales de los ciudadanos estadounidenses. Este plan, que ya se había aplicado a más de 250 migrantes bajo una ley de 1798, fue duramente criticado por expertos de la ONU, quienes advirtieron sobre la negación del "debido proceso".
El punto culminante de esta narrativa punitiva llegó el 5 de mayo con una orden ejecutiva para reconstruir y reabrir la prisión de Alcatraz. Cerrada en 1963 por sus prohibitivos costos operativos, la icónica cárcel en la bahía de San Francisco sería destinada, según Trump, a "los delincuentes más despiadados y violentos". La medida fue inmediatamente calificada como "no seria" por figuras de la oposición como la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, quien recordó que la isla es hoy una de las mayores atracciones turísticas del país. Sin embargo, más allá de su viabilidad logística y económica, el anuncio funciona como una poderosa pieza de simbolismo político, evocando una era de justicia implacable que resuena con su base electoral.
Paralelamente a la ofensiva punitiva, la administración Trump lanzó un ataque directo al corazón de la industria cultural. El mismo 5 de mayo, el presidente anunció la imposición de un arancel del 100% a todas las películas producidas en el extranjero. La justificación: la industria cinematográfica estadounidense está "muriendo rápidamente" debido a los incentivos fiscales que otros países como Canadá y el Reino Unido ofrecen para atraer rodajes. Trump enmarcó la medida como una cuestión de "seguridad nacional", argumentando que las producciones foráneas son "mensaje y propaganda".
La reacción fue inmediata y de profunda preocupación. Las acciones de gigantes como Netflix, Disney y Warner Bros. cayeron, y la industria se sumió en la incertidumbre. Analistas de la firma financiera Barclays advirtieron que la medida "podría acabar perjudicando a la misma industria a la que se supone que debe ayudar". El director de la carrera de Cine de la Universidad del Desarrollo, Andrés Waissbluth, señaló en su momento que "el principal damnificado de esto será el propio Hollywood".
El debate se centra en dos puntos clave. Primero, la complejidad de su implementación: ¿cómo se define una película "extranjera" en una industria globalizada donde producciones como Barbie o Gladiador II, financiadas por estudios estadounidenses, se filman casi íntegramente en el extranjero? Segundo, el riesgo de represalias comerciales. Dado que Hollywood genera la mayor parte de sus ingresos en mercados internacionales, un arancel recíproco por parte de Europa o China podría ser devastador.
Dos meses después, la implementación de estas políticas sigue siendo difusa. El arancel a Hollywood se encuentra en una fase de estudio, y la reapertura de Alcatraz enfrenta enormes obstáculos logísticos y financieros. Sin embargo, el impacto político ya se ha conseguido. Trump ha reforzado su imagen de líder decidido, dispuesto a romper con el orden establecido para cumplir su promesa de "Make America Great Again", ya sea en la economía, la cultura o la seguridad.
Las medidas exponen una tensión fundamental: la retórica de la protección versus la realidad de la interconexión global. Mientras la Casa Blanca habla de recuperar empleos y soberanía, expertos y actores de la industria advierten sobre el caos económico y el aislamiento. La doctrina del espectáculo y el castigo, aunque efectiva para movilizar a su electorado y dominar el ciclo noticioso, abre un período de profunda incertidumbre cuyas consecuencias reales, más allá del golpe de efecto, aún están por verse.