El 29 de junio de 2025 no quedará registrado como el día de una simple primaria, sino como la fecha de un sismo político cuyas réplicas prometen reconfigurar el terreno sobre el que se ha construido la política chilena de las últimas tres décadas. La contundente victoria de Jeannette Jara, la candidata del Partido Comunista, con más del 60% de los votos, no solo desmanteló las proyecciones que daban por favorita a la carta del Socialismo Democrático, Carolina Tohá, sino que pulverizó la idea de un retorno al eje moderado de la extinta Concertación. El triunfo de Jara es una señal emergente de alta potencia: la validación en las urnas de un proyecto de izquierda sin complejos, que ahora enfrenta el desafío monumental de trascender su nicho para ser viable a nivel nacional.
La elección dejó un mapa de tensiones visibles. Por un lado, un Frente Amplio derrotado en su intento por liderar la coalición, pero ideológicamente más cercano a la ganadora que al ala moderada. Por otro, un Socialismo Democrático sumido en una crisis existencial, cuya principal figura, Carolina Tohá, optó por un apoyo protocolar pero distante, declinando participar activamente en la campaña. La fractura más explícita provino de la Democracia Cristiana, cuyo presidente, Alberto Undurraga, declaró la imposibilidad de apoyar una candidatura comunista, dinamitando los puentes que aún unían al centro con la izquierda. Este escenario, que hace apenas 90 días parecía improbable, ha instalado tres futuros posibles para un país que observa en vilo la redefinición de su contrato social.
El primer futuro plausible es uno donde la candidatura de Jeannette Jara logra una metamorfosis estratégica. Consciente de que el 60% de un universo electoral pequeño y militante no es extrapolable al país, su comando inicia una operación de moderación. La incorporación del exministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, una figura emblemática de la ortodoxia económica de la Concertación, es el primer movimiento en este ajedrez. El objetivo es claro: enviar una señal de responsabilidad fiscal y tender puentes con el electorado de centroizquierda huérfano de Tohá.
En este escenario, el miedo a un triunfo de la derecha más dura, encarnada en figuras como José Antonio Kast, actúa como un aglutinante poderoso. El Socialismo Democrático, a pesar de sus reticencias, se ve forzado a un apoyo más activo para no ser culpado de una eventual derrota. La narrativa se centraría en presentar la elección como una disyuntiva entre un futuro de derechos sociales ampliados bajo un marco de estabilidad (Jara) y un retroceso conservador (la derecha).
Una segunda trayectoria, quizás la más temida por el oficialismo, es la del fracaso de la unidad. Las declaraciones del presidente de la DC no son solo una opinión personal, sino el síntoma de una incompatibilidad histórica que resurge con fuerza. En este futuro, el Socialismo Democrático no logra superar su división interna. El apoyo a Jara es tibio, fragmentado y se limita a declaraciones formales sin un despliegue territorial efectivo. La distancia de Carolina Tohá se interpreta como una señal para que el votante moderado se sienta libre de optar por otras alternativas o simplemente abstenerse.
Este escenario es el ideal para la oposición. La derecha unificada capitaliza el temor que genera una candidatura comunista, utilizando las críticas de economistas como Tomás Rau para pintar un cuadro de inviabilidad económica y riesgo institucional. La campaña de Jara, sin el respaldo cohesionado de toda la centroizquierda, no logra expandir su base de apoyo más allá de la izquierda dura.
El tercer futuro trasciende el resultado electoral de noviembre y se proyecta a mediano y largo plazo. La victoria de Jara no sería la causa, sino el acelerante de un proceso de reconfiguración de los bloques políticos chilenos que viene gestándose desde el estallido social. Las coaliciones que gobernaron desde 1990 —la Concertación/Nueva Mayoría y la Alianza/Chile Vamos— terminan de disolverse.
Bajo esta lógica, emergen tres nuevos espacios políticos:
La elección de 2025, gane quien gane, se convertiría en el punto de partida de una nueva cartografía política. El triunfo de Jeannette Jara en las primarias ha forzado a todos los actores a quitarse las máscaras. El Chile que emerja de este proceso será, sin duda, uno con ejes ideológicos más definidos, pero también potencialmente más confrontacional. La pregunta que queda abierta es si esta clarificación de posturas conducirá a un debate más sano sobre el futuro del país o a una parálisis producto de la polarización.