A más de un mes de que la fumata blanca anunciara al nuevo líder de la Iglesia Católica, el torbellino de exequias, cónclaves y especulaciones ha dado paso a una calma reflexiva. La muerte del Papa Francisco el pasado 21 de abril no solo cerró un pontificado de doce años que redefinió el rol del papado en el siglo XXI, sino que también abrió un período de intensa deliberación sobre su herencia y el futuro de una institución global. La elección de Robert Francis Prevost, quien adoptó el nombre de León XIV, no es un punto final, sino el comienzo de un capítulo cuyo guion aún está por escribirse, bajo la atenta mirada de un mundo que analiza cada uno de sus gestos.
El pontificado de Jorge Mario Bergoglio fue, ante todo, una declaración de intenciones geopolíticas y pastorales. El "Papa del fin del mundo" centró su magisterio en las periferias geográficas y existenciales, lo que le granjeó la admiración de sectores progresistas y líderes tan dispares como el francés Emmanuel Macron, quien lo despidió como un "gran líder espiritual", y el ruso Vladimir Putin, que lo elogió como un "defensor del humanismo y la justicia". Sus encíclicas, como Laudato si' sobre el cuidado del medio ambiente y Fratelli tutti sobre la fraternidad universal, marcaron un hito en el diálogo de la Iglesia con los problemas contemporáneos.
Sin embargo, esta apertura generó una fuerte resistencia. En Europa, figuras de la extrema derecha francesa criticaron abiertamente su postura pro-migración, considerándola ajena a las realidades del continente. Dentro de la propia Iglesia, su pontificado estuvo marcado por una soterrada pero constante pugna con el ala conservadora, que veía con recelo sus reformas y gestos de apertura doctrinal. Una de las grandes paradojas de su papado fue su relación con su natal Argentina, país que nunca visitó como pontífice, en una decisión interpretada por muchos como un intento de no ser instrumentalizado por la polarizada política local.
La transición que siguió a su muerte fue un reflejo de estas complejidades. Francisco orquestó su despedida con la misma sencillez que caracterizó su vida: pidió un funeral sobrio y, en un acto que rompió con siglos de tradición, dispuso ser enterrado fuera de los muros del Vaticano, en la Basílica de Santa María la Mayor, un lugar de especial devoción para él. Este gesto final fue una última afirmación de su deseo de una Iglesia menos centrada en su propia estructura y más cercana a la gente.
Pero mientras los fieles, incluyendo a los pobres y migrantes a quienes Francisco dio un lugar de honor en su funeral, le daban el último adiós, las tensiones internas salían a la superficie. La presencia en las congregaciones generales del cardenal peruano Juan Luis Cipriani, sancionado por el propio Francisco por acusaciones de abuso y a quien se le había prohibido el uso de hábitos cardenalicios, fue vista como un acto de abierto desafío por parte del sector conservador. Este episodio, ocurrido a días del cónclave, evidenció que la lucha contra los abusos clericales sigue siendo una herida abierta y un campo de batalla ideológico.
En este contexto de duelo y deliberación, figuras como el cardenal chileno Fernando Chomali, Arzobispo de Santiago, viajaron a Roma para participar en las exequias y en el cónclave, siendo testigos y actores de un momento histórico que definiría el rumbo de la Iglesia chilena y mundial.
Tras días de deliberaciones bajo el estricto secreto de la Capilla Sixtina, con los cardenales incomunicados del mundo exterior, la elección de León XIV emergió como una solución de compromiso y, a la vez, una apuesta por la continuidad. Nacido en Chicago pero nacionalizado peruano tras décadas de servicio en el país andino, Robert Francis Prevost es una figura que encarna un puente entre el norte y el sur global.
Sus primeros actos como pontífice han sido cuidadosamente analizados. En su primera audiencia general, lanzó un mensaje que resuena con el espíritu de su predecesor: "Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos". Esta priorización de la compasión y la humanidad sobre el dogma sugiere una línea pastoral. Días después, en un gesto de alto contenido simbólico, recibió a funcionarios peruanos en el Vaticano para actualizar su documento de identidad, reafirmando su conexión con una nación que representa a esa Iglesia de las periferias que Francisco tanto defendió.
El estado actual es de una transición en marcha. León XIV hereda una Iglesia profundamente transformada pero también polarizada. Su desafío será monumental: deberá sanar las divisiones internas, profundizar las reformas iniciadas, responder con mayor contundencia a la crisis de los abusos y, sobre todo, forjar su propia identidad como líder espiritual. El mundo observa si el león rugirá para consolidar un legado o para marcar un territorio completamente nuevo.