El inicio de operaciones del Terminal Portuario Multipropósito de Chancay en Perú no es solo la inauguración de una megaobra de infraestructura; es una señal sísmica que anuncia una reconfiguración profunda de los flujos comerciales en el Pacífico Sur. Con una inversión que supera los 3.500 millones de dólares, liderada por la estatal china Cosco Shipping Ports, Chancay no aspira a competir: aspira a dominar. Su promesa es reducir el tiempo de tránsito a Asia de 35 a 25 días, una ventaja competitiva que amenaza con desviar las cargas de Brasil, Bolivia, Ecuador e incluso Argentina, que históricamente han encontrado en los puertos chilenos de Valparaíso y San Antonio su salida natural al Pacífico.
El concepto de puerto-hub, un centro logístico de alta capacidad que concentra y redistribuye mercancías a escala continental, ha sido la piedra angular de la ventaja estratégica de Chile durante décadas. Chancay, con su capacidad para recibir los buques más grandes del mundo y su conexión directa con un futuro parque industrial, está diseñado para usurpar ese rol. Para la agroindustria brasileña o los minerales andinos, la ecuación costo-tiempo podría inclinarse decisivamente hacia el norte, relegando a los terminales chilenos a un rol secundario de puertos alimentadores (feeder), enfocados en la carga local y perdiendo la escala que justifica grandes inversiones y genera economías de red.
Mientras en Perú se cortaban cintas, en Chile el debate público reflejaba una parálisis preocupante. La postergación recurrente del tren rápido entre Santiago y Valparaíso, un proyecto vital para modernizar el corredor logístico central del país, se ha convertido en el símbolo de una aparente falta de visión estratégica. Este estancamiento contrasta brutalmente con la ejecución decidida de megaobras en la región y se enmarca en una tendencia más amplia: informes recientes señalan que Chile ha perdido su liderazgo como potencia mundial del litio, otro pilar de su relevancia global.
La reacción del sector privado, como la creación de la filial CAP Puertos para consolidar y optimizar sus terminales, es una señal de que los actores locales perciben la amenaza. Sin embargo, estas son maniobras defensivas y fragmentadas. Carecen del impulso de una estrategia-país coordinada que aborde la modernización de la infraestructura, la digitalización de las cadenas logísticas y la definición de un nuevo rol para Chile en un mapa que ha cambiado bajo sus pies. La pregunta latente es si el país puede permitirse seguir debatiendo proyectos mientras sus competidores construyen realidades.
Sería un error analizar Chancay únicamente desde una perspectiva comercial. El megapuerto es una pieza fundamental de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China en Sudamérica, un anclaje físico y económico que proyecta la influencia de Beijing en lo que Estados Unidos ha considerado históricamente su “patio trasero”. La tensión no es sutil. Las acusaciones de Washington sobre los supuestos fines militares de un telescopio chino en el norte de Chile, y la airada respuesta de la embajada china en Santiago, son escaramuzas de una disputa mayor por la hegemonía tecnológica, económica y estratégica en la región.
China ofrece un modelo de desarrollo basado en inversiones tangibles en infraestructura, llenando un vacío que Occidente ha descuidado. Como afirmó un alto ejecutivo de la automotriz china Dongfeng, su país “siempre abre la puerta”, una clara alusión a las políticas proteccionistas de EE.UU. Para los países sudamericanos, esta oferta es atractiva, pero no está exenta de riesgos, ya que implica navegar en las turbulentas aguas de la competencia entre superpotencias.
La irrupción de Chancay abre al menos tres futuros plausibles para Chile y la costa del Pacífico Sur, cuya materialización dependerá de las decisiones que se tomen en los próximos años.
El futuro no está escrito en piedra, pero la construcción del megapuerto de Chancay ha iniciado un nuevo capítulo. Para Chile, ya no es suficiente con mirar al Pacífico; debe decidir cómo quiere navegar en él. La respuesta determinará si el país logra reinventar su rol estratégico o si se resigna a contemplar desde la orilla cómo las nuevas corrientes del comercio mundial fluyen hacia otros puertos.