A más de dos meses de las primarias presidenciales del oficialismo, el eco del contundente triunfo de Jeannette Jara (PC) sigue reconfigurando el mapa político de la izquierda y la centroizquierda chilena. Lo que fue una jornada electoral para definir un nombre en la papeleta presidencial, se ha revelado con el tiempo como un punto de inflexión que no solo consagró a una candidata, sino que también cristalizó la pugna entre las 'dos almas' del sector y dejó una fractura expuesta de cara a los futuros desafíos electorales.
La campaña de primarias fue el escenario donde las diferencias estratégicas e ideológicas, a menudo gestionadas con sigilo en los pasillos de La Moneda, se hicieron públicas. Por un lado, Carolina Tohá (PPD), la carta del Socialismo Democrático, partió como favorita pero adoptó una estrategia de confrontación directa en la recta final. Sus emplazamientos a Jara sobre el rol del Partido Comunista durante la Convención Constitucional y sus duros intercambios con Gonzalo Winter (FA) sobre política tributaria buscaron marcar un contraste y apelar a un electorado más moderado. Tohá intentó posicionarse como una figura de experiencia y orden, pero su asociación con la gestión de seguridad del gobierno, un área de alta crítica ciudadana, y una ofensiva que fue percibida como 'anticomunista' por algunos sectores, no lograron movilizar el apoyo esperado.
En la vereda opuesta, Jeannette Jara optó por una campaña de bajo perfil, evitando las polémicas directas y construyendo una imagen que, según analistas, buscaba emular la cercanía y el carisma de la expresidenta Michelle Bachelet. Capitalizando su rol como ministra del Trabajo y su asociación con la reforma de pensiones, un anhelo popular, Jara proyectó una imagen de cambio social sin estridencias. Esta estrategia, sumada a la disciplina de su partido y el respaldo del Frente Amplio, resultó ser decisiva en una elección con baja participación, donde los núcleos más movilizados y convencidos tuvieron un peso mayor.
La noche del 29 de junio, los resultados fueron categóricos: Jara superó el 60% de los votos, más que duplicando a Tohá. Inmediatamente, los derrotados, incluyendo a Tohá y Winter, reconocieron el triunfo y realizaron los esperados llamados a la unidad. Sin embargo, el paso de los días demostró que la unidad sería más un desafío que una realidad.
La perspectiva de la unidad a toda costa fue defendida principalmente por el Partido Socialista. Figuras como su secretario general, Camilo Escalona, reafirmaron su compromiso con la candidatura de Jara, argumentando que la cohesión del bloque es indispensable para enfrentar a la derecha. “No vemos ninguna razón por la cual pudiésemos renunciar a esta vocación de unidad”, declaró Escalona, intentando minimizar las diferencias y asegurar un pacto parlamentario que incluyera incluso a la Democracia Cristiana (DC).
Sin embargo, la perspectiva de la fractura se impuso con fuerza desde la DC. Su presidente, Alberto Undurraga, fue tajante al afirmar que “no se puede apoyar una candidatura del PC”. Esta postura, compartida por figuras históricas como Ricardo Hormazábal, no fue una sorpresa, ya que el partido había decidido no participar en la primaria precisamente para no quedar vinculado a un resultado que consideraban inaceptable. Para la DC, el triunfo de Jara no solo representa un proyecto con el que tienen diferencias doctrinales insalvables, sino que, en términos estratégicos, deja a la centroizquierda sin una opción representativa y, en su opinión, le 'sirve' a la derecha.
Entre ambos polos, se situó la postura de Carolina Tohá. Aunque cumplió con el protocolo de apoyar a la ganadora, su anuncio de que no participaría activamente en la campaña de Jara fue una señal elocuente del distanciamiento político y personal. Su decisión de “buscar otras formas de aportar” fue interpretada como el reconocimiento de que, más allá de la disciplina partidaria, las diferencias programáticas y de proyecto eran demasiado profundas para ser ignoradas.
Este quiebre no es un evento aislado. Responde a una tensión histórica en la izquierda chilena entre el socialismo renovado, heredero de la Concertación, y el Partido Comunista. La primaria de 2025 actuó como un catalizador que invirtió la balanza de poder dentro de la coalición de gobierno, otorgando al PC una hegemonía que no ostentaba desde la Unidad Popular. El resultado es también un reflejo de la desilusión ciudadana con los procesos políticos recientes y un voto que parece haber premiado a figuras asociadas con transformaciones sociales concretas, como la reforma previsional.
Hoy, el oficialismo tiene una candidata única, pero su coalición está lejos de ser un bloque monolítico. Jeannette Jara enfrenta el monumental desafío de liderar una campaña que debe, simultáneamente, convocar a su base de apoyo en la izquierda más dura y, al mismo tiempo, extender puentes hacia un centro político que la mira con desconfianza y que ha quedado, en parte, huérfano tras la derrota de Tohá. La pregunta que queda abierta es si la unidad formal declarada por el Socialismo Democrático será suficiente para una campaña efectiva, o si la fractura con la Democracia Cristiana es el presagio de un realineamiento más profundo en el espectro político chileno.