El anuncio del "remate final" de Corona, con sus imágenes de multitudes agolpándose por una última oferta, no fue la crónica de una muerte anunciada, sino el estruendoso prólogo de una nueva era. La caída de una multitienda con 50 años de historia y 51 locales a lo largo de Chile parece, a primera vista, un réquiem para el comercio físico. Sin embargo, una mirada más profunda revela una paradoja fundamental: mientras Corona liquidaba su inventario, el sector inmobiliario comercial anunciaba inversiones por más de 600 millones de dólares en ocho nuevos centros comerciales.
Este aparente contrasentido es la señal más clara de que no estamos presenciando el fin del retail, sino una violenta metamorfosis. La quiebra de Corona no es un fracaso del ladrillo frente al clic; es el colapso de un modelo de negocio —la tienda por departamento generalista, apalancada en el crédito masivo— que ya no tiene cabida en el ecosistema económico del siglo XXI. Su agonía proyecta tres escenarios interconectados que definirán el futuro de nuestras ciudades, empleos y aspiraciones.
El futuro del espacio comercial se está escribiendo en dos frentes opuestos. Por un lado, la ofensiva del gran capital inmobiliario con proyectos como Mall Vivo Santiago o el nuevo centro comercial de Cenco Malls en Vitacura. Estos no son los malls de antaño. Son hubs de uso mixto que integran viviendas, oficinas, servicios médicos, gastronomía y entretenimiento, conectados directamente a la red de Metro. Su propuesta de valor ya no es solo el producto, sino la experiencia curada y la conveniencia logística. Son ciudadelas diseñadas para capturar el tiempo y el gasto de un consumidor que busca eficiencia y socialización.
En el otro extremo se encuentran las cicatrices urbanas: los 51 locales que Corona dejó vacíos. En ciudades como Santiago, estos espacios serán probablemente absorbidos por nuevos actores. Pero, ¿qué pasará en Curicó, Linares o Calama, donde Corona era un ancla económica y social? Aquí se abren dos futuros plausibles:
La pérdida de 1.800 empleos en Corona es la cara más dramática de esta transición. El arquetipo del "vendedor de Corona", un trabajo estable aunque a menudo precario, se desvanece. El futuro del empleo en el sector no estará en el mesón de ventas, sino en la cadena de suministro digital y en la economía de la experiencia.
El crecimiento exponencial del comercio electrónico, simbolizado por eventos como el Cyber Day que proyecta ventas por 520 millones de dólares, demanda un ejército de trabajadores invisibles: preparadores de pedidos, gestores de inventario en bodegas robotizadas, analistas de datos, especialistas en marketing digital y repartidores. Son empleos regidos por la métrica, la eficiencia y, a menudo, la flexibilidad de la gig economy.
Simultáneamente, los nuevos "hubs de experiencia" requerirán personal con habilidades blandas: anfitriones, gestores de eventos, especialistas en servicio al cliente personalizado. El contrato laboral tradicional, de largo plazo y con un único empleador, se fragmenta. Emerge un mercado del trabajo dual: por un lado, roles técnicos y creativos bien remunerados; por otro, una vasta fuerza laboral en logística y servicios con menor estabilidad y poder de negociación. El desafío para Chile será cómo gestionar esta transición sin profundizar la precariedad y la brecha de habilidades.
Corona no solo vendía ropa; ofrecía acceso. Su tarjeta de crédito fue para muchas familias la puerta de entrada a un modelo de consumo aspiracional que definió a la clase media chilena durante décadas. Su quiebra simboliza el agotamiento de ese modelo. El consumo hoy se polariza y se redefine.
Por un lado, tenemos un consumidor pragmático, que compara precios online, busca la oferta del Cyber Day y valora la eficiencia por sobre la lealtad a una marca. Para él, el acto de comprar es una transacción, no una experiencia.
Por otro, emerge un consumidor que busca identidad y pertenencia. No la encuentra en la homogeneidad de una gran tienda, sino en la exclusividad de una marca de nicho, la sostenibilidad de un producto o la experiencia social de visitar un mercado gastronómico en un mall de nuevo diseño. La identidad ya no se construye acumulando objetos de un mismo lugar, sino curando un estilo de vida a partir de múltiples fuentes, físicas y digitales.
El cierre de Corona es, en última instancia, el fin de una vitrina que exhibía un futuro que ya no existe. Los locales vacíos son un lienzo en blanco. Las decisiones que tomen los actores inmobiliarios como Grupo Patio —que se repliega hacia formatos más resilientes como los centros vecinales—, los grandes operadores de malls y los gobiernos locales sobre estos espacios determinarán si la transición hacia esta nueva economía será una de oportunidades compartidas o de fragmentación acentuada. La última oferta de Corona no fue un producto a cinco mil pesos, sino una pregunta abierta sobre el tipo de ciudades, trabajos e identidades que queremos construir.