Han pasado más de dos meses desde que las primarias del oficialismo ungieron a la militante comunista Jeannette Jara como su candidata presidencial. Lo que para la coalición de gobierno fue el cierre de un proceso democrático, para la Democracia Cristiana (DC) se convirtió en el detonante de una profunda encrucijada existencial. La decisión, que hoy se debate en cada rincón del partido, no es solo sobre a quién apoyar en noviembre, sino sobre qué significa ser democratacristiano en el Chile del siglo XXI.
La tensión no es nueva. Ya en mayo, el presidente de la DC, Alberto Undurraga, había decidido marginar al partido de las primarias, argumentando que no sería "honesto" participar en una contienda cuyo resultado podría ser un candidato del Frente Amplio o del Partido Comunista, figuras que, según él, "nuestro electorado no los va a apoyar". Esta movida, respaldada por la mayoría de sus presidentes regionales, fue una premonición de la crisis actual. Por un breve momento, el partido pareció encontrar una salida al manifestar su simpatía por la candidatura de Carolina Tohá (PPD), pero su derrota el 29 de junio dejó a la DC frente al escenario que más temía.
El triunfo de Jara partió en dos las aguas del falangismo, exponiendo una fractura que se debate entre el pragmatismo y la doctrina.
Por un lado, se alza la voz del pragmatismo por la supervivencia. Figuras como el senador Francisco Huenchumilla han sido claras al advertir que la próxima elección "es crucial para la subsistencia de la DC. Solos estamos condenados a perder". Esta visión, compartida por otros parlamentarios como Eric Aedo y Yasna Provoste, sostiene que la prioridad debe ser negociar un pacto parlamentario que asegure la representación del partido en el Congreso, incluso si eso implica dialogar y eventualmente apoyar a Jara. Para este sector, el riesgo de la irrelevancia electoral y la desaparición del mapa político es una amenaza mucho mayor que una alianza coyuntural.
En la vereda opuesta se encuentra la identidad como trinchera. Liderada por el propio Undurraga y respaldada por un peso pesado de la historia partidaria —expresidentes como Eduardo Frei, Andrés Zaldívar, Carolina Goic y Jorge Pizarro—, esta facción argumenta que un pacto con el Partido Comunista es una traición a la historia y a los principios del humanismo cristiano. En una declaración conjunta, los exmandatarios respaldaron la postura de Undurraga, afirmando que se ajusta "a nuestra doctrina, a nuestra historia política". La amenaza de renuncia del timonel si la Junta Nacional opta por apoyar a Jara es la máxima expresión de esta postura, que prioriza la coherencia ideológica sobre el cálculo electoral.
La crisis de la DC no ocurre en un vacío. El resto de la centroizquierda observa con impaciencia, consciente de que la unidad es clave para enfrentar a la derecha. Las declaraciones de la presidenta del Partido Socialista, Paulina Vodanovic, quien afirmó que "el no apoyo a Jara es un apoyo a Kast", fueron recibidas por sectores de la DC como un "chantaje político". Este episodio revela la enorme presión externa y la compleja interdependencia de los actores: la decisión presidencial de la DC es, en el fondo, la principal moneda de cambio para negociar una lista parlamentaria favorable.
Este dilema es la culminación de un largo proceso de declive. Desde el fin de la Concertación, la DC ha perdido progresivamente su rol de eje central de la política chilena. La polarización del sistema y la emergencia de nuevas fuerzas a su izquierda y derecha han ido achicando su espacio, dejándola en una posición de fragilidad que la obliga hoy a tomar decisiones dramáticas.
El tema sigue abierto y la tensión escala a medida que se acerca la Junta Nacional, el órgano que tendrá la última palabra. Sobre la mesa hay tres caminos, todos con costos elevados: apoyar a Jeannette Jara, arriesgando una fractura interna y la renuncia de su presidente; optar por un camino propio o la libertad de acción, enfrentando la alta probabilidad de un desastre electoral; o abstenerse, una opción que podría ser vista como una renuncia a su vocación de poder.
Cualquiera sea la resolución, la Democracia Cristiana que emerja de este proceso no será la misma. Se juega su supervivencia, pero también su alma. La decisión que tome no solo definirá su propio futuro, sino que podría reconfigurar el mapa del centro político en Chile para los años venideros.