A principios de mayo, la noticia sacudió la agenda: un nutricionista del Centro de Salud Familiar (Cesfam) de Ercilla, en plena ronda rural, fue víctima de una emboscada. El profesional resultó herido de bala en una pierna, y la camioneta municipal en la que se desplazaba fue robada por un atacante armado con una subametralladora. El hecho, ocurrido en la ruta R-506, desató una ola de reacciones inmediatas. Hoy, a más de dos meses, el panorama judicial y social ha decantado, permitiendo una visión más profunda de un problema que trasciende el incidente puntual.
La respuesta inicial fue un mosaico de posturas. La Asociación Chilena de Municipalidades (ACHM) repudió el ataque y exigió al Estado "asumir con urgencia su deber de proteger a quienes trabajan por el bienestar de las personas". Desde el gobierno, el subsecretario de Redes Asistenciales, Bernardo Martorell, anunció acompañamiento psicológico y una mejor coordinación con Interior para garantizar la seguridad.
En el ámbito político, el líder del Partido Republicano, José Antonio Kast, no tardó en calificar el suceso como "narcoterrorismo", afirmando que "el terrorismo en la Araucanía no se deroga por decreto ni con acuerdos artificiales". Mientras tanto, en la primera línea, la Asociación de Funcionarios de la Salud Municipal (Afusam) de Ercilla convocó a una asamblea y paralizó sus funciones, una medida que reflejaba el miedo y la vulnerabilidad de los equipos en terreno.
La narrativa dio un giro decisivo el 20 de julio. El Tribunal Oral en lo Penal de Angol dictó un veredicto condenatorio contra tres adultos y un adolescente, revelando que el ataque al nutricionista no fue un hecho aislado. La investigación de la Fiscalía de Alta Complejidad demostró que formaba parte de una serie de delitos violentos perpetrados por una banda criminal entre marzo y octubre de 2023.
Sus víctimas incluían a funcionarios del municipio de Victoria y de la Contraloría General de la República, quienes también fueron asaltados mientras realizaban labores en terreno. La brutalidad era una constante: las víctimas eran baleadas incluso después de entregar sus vehículos, resultando en heridas graves. En uno de los casos, un trabajador municipal perdió su pierna izquierda. La banda también fue vinculada al ataque armado a la Subcomisaría de Carabineros de Ercilla y al homicidio frustrado de miembros de la familia Urban.
La sentencia judicial obliga a analizar el fenómeno con mayor detención, superando las interpretaciones simplistas. Se abren al menos tres perspectivas que coexisten y se entrelazan:
Si bien la condena judicial ofrece un cierre para las víctimas, el problema de fondo sigue intacto. El ataque en Ercilla, sumado a otros hechos como el robo de un desfibrilador en un Cesfam de La Cisterna en Santiago, demuestra la creciente vulnerabilidad de la red pública de salud. Sin embargo, en La Araucanía, el desafío es cualitativamente distinto.
No se trata solo de delincuencia, sino de cómo el Estado ejerce su rol en zonas donde su presencia es disputada. La sentencia es un acto de justicia, pero no constituye una política pública. La conversación sobre cómo asegurar que una ambulancia pueda entrar a una comunidad sin ser sitiada, o que un profesional de la salud pueda hacer su trabajo sin miedo a ser baleado, sigue siendo una de las deudas más urgentes y complejas del país.