La vertiginosa escalada militar que sacudió Medio Oriente en junio de 2025 no fue simplemente otra crisis en una región acostumbrada a la tensión. Fue un punto de inflexión. La audaz “Operación León Ascendente” de Israel, que decapitó parte de la cúpula militar iraní y golpeó su infraestructura nuclear, y la subsiguiente respuesta de Irán con misiles balísticos que desafiaron el hasta entonces casi mítico escudo defensivo israelí, marcaron el fin de décadas de guerra subsidiaria y operaciones encubiertas. La confrontación directa, que culminó con la intervención de bombarderos estadounidenses y un caótico intento de alto al fuego, ha dejado de ser una hipótesis para convertirse en la nueva línea de base desde la cual se proyectan los futuros de la región.
Lo que vimos fue el colapso de un delicado y peligroso equilibrio. Por un lado, Israel demostró una capacidad de inteligencia y ataque de precisión devastadora. Por otro, Irán exhibió una doctrina de disuasión por saturación, probando que un volumen suficiente de proyectiles, incluyendo el simbólico y avanzado misil Sejil, puede abrir grietas en las defensas más sofisticadas del mundo. La intervención de Estados Unidos bajo la administración Trump no fue un acto de mediación, sino una demostración de fuerza que buscaba reescribir los términos del poder regional. Ahora, con las cartas sobre la mesa, se abren tres escenarios probables, cada uno con sus propias lógicas, riesgos y actores clave.
Este es el futuro inmediato que se desprende del volátil alto al fuego anunciado por Washington. No se trata de una paz negociada, sino de una pausa táctica impuesta por la coerción. En este escenario, Irán, con su programa nuclear dañado y su liderazgo militar mermado, acepta una tregua para reagruparse y reconstruir. Israel, habiendo logrado su objetivo primario de degradar la amenaza, y Estados Unidos, reclamando una victoria diplomática contundente, consolidan un statu quo favorable a corto plazo.
Sin embargo, esta paz sería inherentemente frágil. Los factores de incertidumbre son múltiples. Internamente, el régimen iraní utilizaría la narrativa del ataque para justificar una purga de sus fallas de seguridad y, en secreto, acelerar un programa nuclear más disperso y fortificado, ahora con una justificación existencial. Externamente, la calma aparente sería interrumpida por una guerra de baja intensidad a través de sus proxies en Líbano, Yemen o Irak, manteniendo una presión constante pero por debajo del umbral de una respuesta masiva. La principal incógnita de este futuro es la sostenibilidad del compromiso estadounidense. Una retirada de la atención de Washington podría dejar a Israel frente a un Irán que ha aprendido de sus errores y está mejor preparado para el siguiente asalto.
Si el alto al fuego colapsa, o nunca se materializa de forma efectiva, el conflicto podría mutar hacia una guerra de desgaste de largo aliento. Este escenario es la evolución natural de la estrategia iraní vista en junio: hacer que el costo de la defensa sea insostenible para Israel. La lógica es simple y brutal: el costo de un misil interceptor Arrow o de la Cúpula de Hierro es exponencialmente mayor que el de un misil balístico o un dron de ataque iraní. La victoria no se buscaría en el campo de batalla convencional, sino en la economía y en la moral del adversario.
Este futuro estaría marcado por ciclos de escalada y desescalada. Ráfagas de misiles iraníes dirigidos a infraestructura crítica o centros urbanos, seguidas de ataques aéreos israelíes contra lanzaderas, fábricas y líderes militares. El Estrecho de Ormuz se convertiría en una zona de tensión permanente, con un impacto directo y volátil en los mercados energéticos globales. En este escenario, la guerra híbrida se normaliza. Los ciberataques, la desinformación y las operaciones especiales se integrarían en un conflicto crónico que redefine la vida cotidiana en la región. La pregunta clave aquí es la resiliencia: ¿qué sociedad y qué economía pueden soportar por más tiempo un estado de guerra semi-permanente?
Este es el escenario más peligroso a largo plazo. La lección fundamental que Teherán extrae de los ataques de Israel y Estados Unidos es que la única garantía real de supervivencia del régimen es la posesión de un arsenal nuclear disuasorio. La destrucción de sus instalaciones declaradas en Natanz, Fordo e Isfahán elimina los incentivos para permanecer dentro del marco del Tratado de No Proliferación (TNP). Irán podría optar por una retirada formal del tratado y una carrera abierta hacia la bomba, argumentando que fue atacado por una potencia nuclear declarada (EE.UU.) y otra no declarada (Israel).
Las consecuencias serían sistémicas y globales. La decisión de Irán desencadenaría una cascada de proliferación en la región. Arabia Saudita, que ha afirmado que buscará armas nucleares si Irán las obtiene, activaría sus propios planes. Turquía y Egipto podrían seguir el mismo camino para no quedarse atrás en la nueva jerarquía de poder. El frágil orden nuclear global, que ha regido desde la Guerra Fría, se desmoronaría. Medio Oriente se convertiría en un tablero de ajedrez con múltiples actores nucleares, donde un error de cálculo podría llevar a una catástrofe inimaginable. Este futuro representa el fracaso total de la diplomacia y el inicio de una era de brinkmanship nuclear permanente.
Los eventos de junio de 2025 no fueron una conclusión, sino el prólogo de una nueva y peligrosa era. La confrontación directa ha reemplazado a la guerra en la sombra, y la tecnología militar ha mostrado tanto su poder como sus límites. Los caminos que se abren —una paz inestable, una guerra de desgaste o la proliferación nuclear— no son mutuamente excluyentes y podrían incluso solaparse.
El futuro de Medio Oriente ya no se definirá por pactos secretos o acuerdos lejanos, sino por las decisiones críticas que tomen los actores principales ante el abismo que ellos mismos han abierto. La sombra del misil Sejil, que por primera vez impactó suelo israelí, ahora se proyecta sobre cada cálculo diplomático, cada estrategia militar y cada esperanza de paz, recordándonos que el futuro no está escrito, pero sus contornos se han vuelto mucho más nítidos y peligrosos.