Transcurridos más de dos meses desde que la administración Trump intensificara su ofensiva comercial en abril de 2025, el panorama global ha dejado de ser el de una simple disputa bilateral para convertirse en un tablero de incertidumbre sistémica. Lo que comenzó como una andanada de aranceles contra China, justificada bajo el lema de corregir desequilibrios históricos, ha mutado en una doctrina impredecible que hoy afecta a socios, rivales y a la propia economía estadounidense. Lejos de resolverse, la situación ha madurado, revelando sus complejas capas: batallas legales internas, una escalada de represalias y una redefinición de las alianzas tradicionales bajo una lógica puramente transaccional.
La escalada se aceleró a mediados de abril, cuando Pekín denunció la imposición de aranceles de hasta un 245% a minerales críticos, calificando la medida de “totalmente irracional”. China, que se posicionó como una víctima forzada a tomar represalias, dejó en claro que no cedería ante lo que describió como “chantaje”. Esta retórica marcó el tono de una confrontación que pronto desbordaría el eje Washington-Pekín.
El impacto no tardó en sentirse dentro de Estados Unidos. El mismo 16 de abril, California, la quinta economía mundial y un gigante agrícola y tecnológico, se convirtió en el primer estado en demandar al gobierno federal. La acción legal, liderada por el gobernador Gavin Newsom, no solo defendía los intereses económicos del estado, “desproporcionadamente afectado”, sino que impugnaba la base misma del poder presidencial para imponer aranceles mediante la invocación de leyes de emergencia. La Casa Blanca desestimó la demanda como una distracción política, pero el hito abrió un frente judicial que cuestiona los límites del poder ejecutivo.
La estrategia de Trump demostró ser expansiva y, para muchos, errática. A principios de mayo, sorprendió al anunciar un arancel del 100% a las películas extranjeras, una medida que llevaba la guerra comercial al terreno de la cultura, afectando a una industria globalizada y generando perplejidad. Simultáneamente, los mercados financieros reflejaban el nerviosismo. Wall Street abrió en rojo a inicios de mayo, con analistas del Diario Financiero reportando que la incertidumbre impedía a las empresas ofrecer proyecciones a futuro, un veneno para la inversión.
El punto más álgido de esta doctrina llegó a fines de mayo, cuando Trump vinculó la seguridad nacional con la anexión territorial en una oferta sin precedentes a Canadá. A través de redes sociales, propuso al país vecino protección gratuita bajo su futurista “cúpula dorada” si aceptaba convertirse en el estado número 51 de la Unión. La oferta, que el primer ministro canadiense, Mark Carney, recibió como una muestra de la “fuerza económica” coercitiva de su vecino, expuso hasta qué punto la política de “America First” estaba dispuesta a romper con las normas diplomáticas tradicionales.
Las motivaciones y consecuencias de esta guerra comercial se interpretan desde prismas radicalmente opuestos:
Los eventos de los últimos meses no son un simple episodio de tensión comercial. Representan la manifestación más visible de un cambio de paradigma: el abandono del consenso de libre comercio que dominó la política económica occidental desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El neoproteccionismo de Trump, basado en la acción unilateral y el desdén por las instituciones multilaterales, desafía la idea de que la interdependencia económica es un pilar de la paz y la prosperidad. Se trata de un retorno a una visión del mundo como un juego de suma cero, donde la ganancia de un país es necesariamente la pérdida de otro.
A mediados de 2025, la guerra comercial no tiene un final a la vista. Trump reafirmó en junio su intención de seguir imponiendo aranceles de forma unilateral, manteniendo a los mercados y a los gobiernos en un estado de alerta permanente. Las batallas legales dentro de EE.UU. siguen su curso, y las relaciones con aliados clave como Canadá se han tensado. La “Doctrina del Caos” ha logrado instalar la incertidumbre como la nueva normalidad en el comercio y la diplomacia global, dejando una pregunta abierta: ¿es esta una táctica de negociación temporal o el inicio de una era de fragmentación económica duradera?