El caso de Camila Polizzi, ex candidata a alcaldesa por Concepción e imputada en la arista "Lencería" del Caso Convenios, ha trascendido el ámbito judicial para convertirse en un potente sismógrafo de transformaciones culturales profundas. Su reciente autorización judicial para suspender temporalmente el arresto domiciliario y realizar shows eróticos en un club nocturno de Santiago no es solo una anécdota mediática; es una señal emergente que ilumina la intersección de tres fenómenos clave: la economía de la notoriedad, la mutación de la culpa en la esfera digital y la redefinición del contrato moral en la política.
La narrativa de Polizzi, quien enmarca su incursión en el espectáculo como un "acto de libertad" y una forma de "reconstruirme como mujer", choca frontalmente con la percepción de actores como el diputado Eric Aedo, quien acusa una burla a la justicia y un "pésimo precedente". Este choque no es trivial. Representa la colisión entre un paradigma tradicional, que exige contrición y sanción ante la falta, y un nuevo modelo pragmático y performativo, donde la infamia se convierte en un activo a explotar.
El camino trazado por Polizzi, desde su exitosa cuenta en la plataforma Arsmate hasta su contrato para shows en vivo, proyecta un futuro donde el castigo social del ostracismo pierde eficacia. En este escenario, la notoriedad, incluso la más negativa, es un recurso monetizable que puede ofrecer una vía de escape económica y de relevancia pública a quienes enfrentan procesos judiciales.
La esfera digital funciona como una plaza pública global que juzga y condena, pero que rara vez ofrece mecanismos claros para la absolución. El caso de la influencer Consuelo Ulloa ("Miau Astral"), quien optó por un video de disculpas públicas buscando cerrar un ciclo de acoso, representa una ruta de redención más clásica. Polizzi, en cambio, elige una vía distinta: no pide perdón, sino que recontextualiza su identidad a través del espectáculo.
Este fenómeno proyecta dos futuros plausibles para la gestión de la culpa pública:
Si la segunda tendencia se consolida, la culpa dejaría de ser una carga moral a expiar para convertirse en un simple atributo narrativo, un elemento más en la construcción de un personaje público. La pregunta que emerge es si una sociedad puede funcionar sin un consenso sobre las formas de reparar el daño y reintegrar a quienes han faltado.
El caso Polizzi es inseparable de su origen: la corrupción en el uso de fondos públicos, un quiebre directo del contrato de confianza entre los ciudadanos y quienes aspiran a representarlos. La metamorfosis de Polizzi en figura del espectáculo no borra este origen, sino que lo espectaculariza, corriendo el riesgo de trivializarlo.
El caso Polizzi no es un evento aislado, sino un catalizador que acelera tendencias latentes. Nos proyecta hacia un futuro donde las fronteras entre la sanción y el premio, la culpa y la fama, el servicio público y el show personal son cada vez más difusas. El riesgo dominante es la normalización de la idea de que la responsabilidad por los actos puede ser eludida mediante una reinvención mediática exitosa, erosionando la confianza en las instituciones y en la idea misma de un estándar ético común.
La oportunidad latente, aunque más remota, es que esta exposición cruda de los mecanismos de la fama y la política obligue a una reflexión colectiva más honesta. ¿Qué valoramos en nuestras figuras públicas? ¿Qué rol juega el público al consumir y amplificar estos espectáculos? Las decisiones que se tomen hoy, tanto en los tribunales como en la arena de la opinión pública, definirán si el caso Polizzi fue una anomalía o el prólogo de una nueva normalidad.