Hace poco más de dos meses, la carrera presidencial de Jeannette Jara parecía enfrentar su primer gran obstáculo. Sus declaraciones en abril, donde calificó a Cuba como un “sistema democrático distinto”, encendieron alarmas en el oficialismo y dieron munición a sus adversarios. Su principal contendora en las primarias, Carolina Tohá, marcó una distancia inmediata y tajante. Para muchos, este episodio podría haber sido el fin prematuro de sus aspiraciones. Sin embargo, hoy, con la nominación presidencial del bloque en su bolsillo, aquel momento se observa no como un error fatal, sino como el punto de partida de un reajuste estratégico que demostró ser notablemente eficaz. La campaña de Jara aprendió a transformar sus debilidades en una narrativa de autenticidad y a construir una candidatura que, para sorpresa de muchos, logró desbordar los márgenes históricos de su propio partido.
El triunfo de Jeannette Jara no fue un accidente, sino el resultado de una campaña meticulosamente diseñada para ser, en palabras del analista Cristián Valdivieso, una candidata “not PC”. El equipo, con asesores clave como el sociólogo Darío Quiroga, optó por no centrarse en el debate ideológico tradicional. En su lugar, la estrategia se enfocó en tres pilares: su biografía, su gestión y su empatía.
Se potenció la imagen de la “niña de Conchalí” que se hizo a pulso, una historia que conectaba directamente con las aspiraciones y dificultades de una mayoría ciudadana. A esto se sumó la capitalización de los logros más populares del gobierno de Gabriel Boric, como la ley de 40 horas y el aumento del salario mínimo, presentándolos como victorias personales de su gestión como Ministra del Trabajo. Finalmente, se cultivó un perfil cercano, de “abrazos y baile”, que contrastaba con la imagen más técnica e institucional de Carolina Tohá. Esta fórmula, centrada en atributos blandos y resultados concretos, le permitió hablarle a un “país real” que, según sus estrategas, valora más las certezas que las consignas.
Esta construcción de marca personal implicó también una calculada toma de distancia de la línea dura del Partido Comunista. Mientras el presidente del PC, Lautaro Carmona, generaba flancos con declaraciones que reafirmaban las posturas históricas del partido, Jara se mostraba autónoma, manejando las controversias con un pragmatismo que a veces incomodaba a la propia dirigencia. El propio Carmona reconoció que durante la campaña “se generaron desinteligencias”, admitiendo la existencia de dos roles distintos: el del partido y el de la candidata que necesitaba ampliar su base.
La campaña de Jara fue un constante ejercicio de equilibrio. Por un lado, necesitaba el respaldo de la estructura del PC, pero por otro, debía demostrar que su liderazgo no estaba subordinado a ella. Este dilema se hizo evidente en la relación con Carmona, cuyas intervenciones a menudo obligaban a Jara a realizar actos de contorsionismo político para no alienar ni a su base militante ni al electorado más moderado.
Frente a su rival directa, Carolina Tohá, la diferenciación fue clave. Mientras Tohá defendía la gestión del gobierno desde una perspectiva institucional, Jara se posicionó como la artífice de los beneficios sociales, cargando a su contendora con los costos de la crisis de seguridad. Fue una estrategia de “cortesía, pero sin titubeos”, que le permitió apropiarse de los éxitos y distanciarse de los fracasos del oficialismo.
Desde el Socialismo Democrático, la victoria de Jara fue recibida con una mezcla de pragmatismo y preocupación. La presidenta del PS, Paulina Vodanovic, llamó a cerrar filas, criticando que el debate se centrara en “su condición de comunista y no respecto a golpistas como Kaiser y Kast”. Su declaración refleja el cálculo estratégico de la centroizquierda: la necesidad de unirse para enfrentar a una derecha fortalecida, incluso si eso significa encolumnarse detrás de una candidata que hasta hace poco representaba el ala más a la izquierda de la coalición.
La victoria de Jara rompe con un precedente histórico. A diferencia de la fallida campaña de Daniel Jadue en 2021, que no logró desprenderse de su identidad estrictamente partidaria, Jara consiguió construir un fenómeno político con un atractivo más transversal. Su triunfo no solo le da al PC la votación más alta de su historia en una primaria presidencial, sino que también obliga a todo el progresismo a repensar sus propias fronteras.
Ahora, como candidata de unidad, enfrenta un desafío mayor: transformar una exitosa campaña de primarias en una propuesta mayoritaria para el país. Su equipo lo sabe. Darío Quiroga advirtió que, a diferencia de Tohá, Jara no tiene un lugar asegurado en la segunda vuelta; su candidatura es una “incógnita” que puede llevar al oficialismo a la victoria o a una derrota temprana si no logra “muscularse” y ampliar su base. Los primeros gestos, como sus sorpresivas palabras amables hacia el senador UDI Iván Moreira —“cambió para bien”—, y su negativa a considerar la suspensión de su militancia, sugieren que buscará un camino de moderación en el tono sin renunciar a su identidad. La gran pregunta que se abre es si podrá liderar una coalición diversa, manteniendo la cohesión interna mientras convence a un electorado que sigue mirando con recelo la posibilidad de un gobierno encabezado por el Partido Comunista.