El inicio oficial de operaciones del megapuerto de Chancay en Perú, a mediados de 2025, no fue la simple inauguración de una terminal. Fue la materialización de un sismo geopolítico y comercial cuyas ondas de choque apenas comienzan a sentirse. Financiado mayoritariamente por capitales chinos a través del gigante naviero Cosco Shipping, Chancay no es solo un puerto: es el pivote de un nuevo corredor bioceánico que promete conectar el Atlántico brasileño con el Pacífico asiático, acortando los tiempos de tránsito en más de diez días. Este hecho, un "portador de futuro" en toda regla, obliga a una pregunta incómoda pero ineludible: ¿estamos presenciando el fin de la hegemonía portuaria chilena y el nacimiento de un nuevo orden logístico en el continente?
Las señales actuales sugieren que la respuesta se inclina hacia el sí. Mientras Perú celebra una inversión que proyecta aportar 4.500 millones de dólares anuales a su PIB, en Chile resuenan las advertencias de la Liga Marítima sobre una alarmante ceguera estratégica. La omisión del mar en la última cuenta pública presidencial y la parálisis burocrática —la llamada "permisología"— que frena la expansión de los puertos de Valparaíso y San Antonio, pintan el cuadro de un país que parece gobernar de espaldas a su principal activo geográfico. La inercia chilena contrasta violentamente con la proactividad peruana, creando el escenario perfecto para un relevo de poder en las costas del Pacífico.
A mediano plazo (3-5 años), el escenario más probable es la consolidación de Chancay como el gran hub concentrador de carga (hub port) de la región. Su calado de más de 16 metros le permite recibir a los buques más grandes del mundo, algo que los puertos chilenos no pueden hacer con la misma eficiencia. Esto reconfigurará los flujos comerciales: la carga de Brasil, Bolivia, Ecuador e incluso del norte argentino, que antes encontraba en los puertos chilenos su salida natural al Pacífico, será redirigida hacia Perú.
En este futuro, los puertos de Valparaíso y San Antonio podrían verse relegados a un rol secundario, operando como puertos "feeder" o alimentadores, que trasladan contenedores desde y hacia el gran hub de Chancay. Chile pasaría de ser el protagonista a un actor de reparto en su propio océano. Esta pérdida de centralidad no solo implicaría un golpe económico directo —menores ingresos por servicios portuarios y logísticos—, sino una pérdida de soberanía sobre las cadenas de suministro que sustentan su comercio exterior. La dependencia de una infraestructura controlada por un competidor regional y una potencia global como China se convertiría en una vulnerabilidad estratégica de primer orden.
Chancay no puede entenderse sin el telón de fondo de la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. La inversión china en infraestructura crítica es una herramienta de proyección de poder. Mientras Washington advierte sobre los riesgos de la dependencia, el endeudamiento y el potencial uso dual (civil y militar) de estas instalaciones, Beijing ofrece capital y eficiencia, una propuesta difícil de rechazar para las naciones en desarrollo.
Chile se encuentra en una posición particularmente compleja. La reciente controversia por la instalación de un telescopio chino en el norte, que escaló a un cruce de acusaciones entre las embajadas de EE.UU. y China en Santiago, demuestra cómo el país se ha convertido en un tablero de ajedrez para las superpotencias. Esta tensión puede generar parálisis, donde el temor a ofender a uno de los dos socios impide tomar decisiones estratégicas audaces. Perú, en cambio, ya tomó su decisión y apostó por China para construir su futuro portuario. Si Chile no define una postura clara y proactiva, corre el riesgo de que las decisiones sobre su futuro logístico se tomen en Lima, Beijing y Washington, pero no en Santiago.
El futuro no está escrito, y la respuesta de Chile a este desafío determinará su posición en el mapa del siglo XXI. Se vislumbran tres trayectorias posibles:
El desafío que impone Chancay trasciende la logística. Es una interpelación directa al modelo de desarrollo, a la capacidad del Estado para planificar a largo plazo y a la habilidad del país para navegar en un mundo multipolar. La era de la ventaja "natural" de Chile por su extensa costa ha terminado. El futuro del Pacífico Sur se está construyendo hoy, y la pregunta fundamental es si Chile será arquitecto, espectador o, simplemente, parte de un diseño ajeno.