El cierre definitivo de Multitiendas Corona el 10 de julio de 2025 no fue una sorpresa, sino la crónica de una muerte anunciada. Tras un fallido segundo proceso de reorganización judicial, la cadena de 50 años de historia no logró asegurar el financiamiento de $22.000 millones que sus acreedores exigían como condición para su supervivencia. El resultado: 1.800 trabajadores despedidos, 51 tiendas cerradas y una marca, valorada en más de $12.000 millones apenas meses antes, liquidando su inventario en un remate final que atrajo multitudes.
Sin embargo, el fin de la operación comercial de Corona es solo el primer acto. La verdadera historia de futuro reside en las consecuencias que este colapso proyecta sobre el tejido económico, urbano y social de Chile. El evento no es un caso aislado, sino un potente indicador de la obsolescencia de un modelo de negocio y un catalizador de transformaciones que ya estaban en marcha.
El legado más visible de la quiebra son los 73.000 metros cuadrados de espacio comercial que quedan vacíos a lo largo del país. El destino de estos locales, muchos en ubicaciones estratégicas, definirá el paisaje urbano de la próxima década. Se perfilan tres escenarios probables:
Una de las claves para entender el futuro post-Corona yace en la estructura de propiedad. La familia Schupper, dueña de la multitienda, conservará un patrimonio inmobiliario a través de sociedades de inversión separadas, valorado en cerca de 80 millones de dólares. Este patrimonio incluye al menos 15 de los locales que arrendaban a su propia empresa.
Esta dualidad revela una tendencia de fondo: la desvinculación entre el capital operativo y el capital inmobiliario. Mientras el negocio del retail se demuestra volátil y riesgoso, la propiedad de bienes raíces comerciales en ubicaciones estratégicas sigue siendo una fuente de riqueza resiliente. Las decisiones que tomen los hermanos Schupper sobre este portafolio —vender, arrendar a nuevos actores o reconvertir— tendrán un impacto público y directo en la reconfiguración urbana de más de una docena de ciudades chilenas. Se convierten, de facto, en árbitros clave del futuro comercial de esos territorios, mucho después de que su negocio principal haya desaparecido.
La caída de Corona también representa el fin de un contrato social implícito. Durante décadas, las multitiendas no solo vendieron productos; ofrecieron acceso al crédito a vastos sectores de la población, modelando aspiraciones y patrones de consumo. Eran una puerta de entrada a una modernidad material, un pilar del “sueño chileno” de la posdictadura.
Su desaparición, junto a la de otras marcas que probablemente seguirán el mismo camino, plantea preguntas sobre la memoria colectiva. ¿Qué significa que los símbolos comerciales que definieron el paisaje de varias generaciones se desvanezcan? Este vacío no es solo físico, sino también simbólico. Obliga a una reflexión sobre la sostenibilidad de un modelo de crecimiento basado en el endeudamiento para el consumo y la fragilidad de las instituciones que lo sostuvieron.
El futuro que emerge de las cenizas de Corona es incierto y complejo. Los espacios que dejó serán un termómetro de la capacidad de Chile para innovar, reconvertir y adaptarse. La forma en que se llenen esos vacíos —con nuevos comercios, viviendas, centros culturales o con el silencio del abandono— no solo definirá el futuro del retail, sino el carácter de nuestras ciudades y la naturaleza del próximo contrato social.