Dos meses después de que los cielos de Medio Oriente se iluminaran con el fuego cruzado entre Irán e Israel, el estruendo de los misiles ha cesado, pero su eco resuena con fuerza en un tablero geopolítico alterado. Lo que en junio de 2025 pareció una escalada bélica al borde de la conflagración regional, hoy, con la distancia del tiempo, se revela como un punto de inflexión calculado: el fin de la era de la "guerra en la sombra" y el inicio de una fase de confrontación directa cuyas consecuencias apenas comienzan a decantarse.
La ofensiva, que se extendió por varias semanas, no fue un evento aislado, sino la culminación de décadas de hostilidades encubiertas. Ahora, con las consecuencias visibles y las narrativas de los actores más definidas, es posible analizar la anatomía de una crisis que no solo midió fuerzas militares, sino que también expuso las frágiles alianzas internacionales y aceleró controvertidos planes para el futuro del pueblo palestino.
La escalada comenzó el 13 de junio, cuando Israel ejecutó una operación de alta precisión contra objetivos estratégicos en Irán. Los ataques no solo apuntaron a instalaciones clave del programa nuclear iraní, como la planta de Natanz, sino que también decapitaron parte de la cúpula de los Guardianes de la Revolución, incluyendo a su comandante, Hosein Salami. Teherán calificó la acción como una "declaración de guerra", y su nuevo líder militar, Mohammad Pakpour, prometió abrir "las puertas del infierno".
La respuesta iraní no se hizo esperar. El 15 de junio, una andanada de misiles, entre ellos el avanzado Sejil, penetró el célebre escudo antimisiles israelí, la "Cúpula de Hierro", causando víctimas civiles y demostrando una capacidad ofensiva que sorprendió a los analistas. Por primera vez, ambos países se atacaban directamente, abandonando el tradicional campo de batalla de sus proxies en Siria, Líbano o Yemen. El saldo fue de cientos de muertos y heridos en ambos lados, con Irán reconociendo el 25 de junio "graves daños" en su infraestructura nuclear.
La crisis desnudó también el cálculo pragmático de las superpotencias. Estados Unidos, bajo la administración Trump, utilizó la situación para presionar a Irán a aceptar un nuevo acuerdo nuclear, advirtiendo que los ataques podrían ser "aún más brutales". Por su parte, Rusia, a pesar de su alianza estratégica con Teherán, optó por la cautela. El 24 de junio, Vladimir Putin condenó los ataques pero evitó ofrecer apoyo militar directo, priorizando sus intereses en Ucrania y su compleja relación con Israel.
Las narrativas sobre el conflicto se bifurcaron radicalmente, reflejando las profundas divisiones ideológicas y geopolíticas:
Quizás la consecuencia más inquietante de esta escalada se manifestó en un frente paralelo: la Franja de Gaza. Mientras la atención mundial se centraba en el intercambio de misiles, la ofensiva israelí en el enclave palestino no solo continuaba, sino que se intensificaba. Informes de medios como Cambio 21 y BioBioChile denunciaron la muerte de cientos de palestinos, muchos de ellos mientras buscaban ayuda humanitaria. El 6 de julio, se reportó la muerte de 80 palestinos justo antes de que una delegación israelí viajara a Qatar para negociar una tregua, un hecho que generó serias dudas sobre la voluntad real de paz.
Esta disonancia alcanzó su punto álgido el 8 de julio. Mientras el Primer Ministro Benjamin Netanyahu se reunía con Donald Trump en Washington para discutir una "visión brillante" de "libre elección" para que los palestinos abandonaran Gaza, su Ministro de Defensa, Israel Katz, revelaba un plan radicalmente opuesto: confinar a toda la población gazatí en un gigantesco campamento construido sobre las ruinas de Rafah, del cual no se les permitiría salir. Este plan fue inmediatamente condenado por abogados de derechos humanos como un proyecto de "limpieza étnica" y un "crimen de lesa humanidad".
Meses después, un frágil cese al fuego detiene los ataques directos, pero la tensión subyacente es mayor que nunca. La "guerra en la sombra" ha terminado, dando paso a un nuevo paradigma donde la confrontación abierta es una posibilidad real. El programa nuclear de Irán ha sufrido un revés significativo, pero la determinación del régimen por continuarlo parece intacta. Israel, por su parte, ha demostrado su capacidad para ejecutar ataques de profundidad, pero también ha visto vulnerada su invencibilidad defensiva.
El conflicto ha dejado un Medio Oriente más volátil, con alianzas internacionales redefinidas por el pragmatismo y un futuro cada vez más sombrío para el pueblo palestino, cuyos derechos y aspiraciones parecen ser la pieza de ajuste en un juego de poder que los trasciende. La guerra no está cerrada; simplemente ha entrado en una nueva y más peligrosa etapa.