La madrugada del 6 de mayo de 2025, cuando los misiles indios de la "Operación Sindoor" impactaron objetivos en territorio paquistaní, no solo se rompieron ceses al fuego tácitos, sino también paradigmas de seguridad global. Este evento, presentado por Nueva Delhi como una respuesta “quirúrgica” y “no escalatoria” al atentado que costó la vida a 26 turistas en Cachemira, es mucho más que un capítulo en una rivalidad histórica. Es una señal potente, una prueba de campo en tiempo real sobre cómo se gestionará la guerra en el siglo XXI: un complejo entramado de ataques limitados, guerra informativa y presiones económicas, todo bajo la ominosa sombra del arsenal nuclear.
Lo que sucedió en mayo no es el inicio de una guerra convencional, sino la consolidación de un estado de conflicto perpetuo y de baja intensidad. La decisión de India de combinar una acción militar directa con un bloqueo informativo previo —silenciando a los principales medios paquistaníes— y una presión económica —con la suspensión del Tratado de Aguas del Indo—, dibuja el contorno de la guerra híbrida moderna. Este fenómeno, que trasciende el campo de batalla tradicional, proyecta un futuro donde la paz y la guerra no son estados binarios, sino un espectro de hostilidades calibradas.
El concepto central que se pone a prueba es la "escalada controlada": la capacidad de ejecutar acciones militares significativas sin cruzar el umbral que desataría una respuesta nuclear. India apuesta a que puede castigar a Pakistán por su presunto apoyo a grupos terroristas y, al mismo tiempo, controlar la narrativa y la respuesta del adversario. Sin embargo, esta doctrina se basa en una premisa peligrosa: la racionalidad y el control absoluto en medio del caos.
El principal factor de incertidumbre es la naturaleza de la respuesta de Islamabad. ¿Será una represalia simétrica, como los combates aéreos de 2019 tras el ataque de Pulwama? ¿O buscará una vía asimétrica, quizás a través de sus proxies o en el ciberespacio? Cada opción conlleva un riesgo de error de cálculo. Un misil paquistaní que impacte un objetivo civil sensible en India o la captura de un piloto indio podrían ser los puntos de inflexión que transformen una operación “controlada” en una espiral fuera de control. A largo plazo, la normalización de estos ataques erosiona el tabú nuclear, creando un precedente aterrador para otras zonas de conflicto entre potencias atómicas. Se asume que es posible "jugar con fuego" en la antesala del infierno nuclear, una hipótesis que la historia ha desmentido trágicamente.
La crisis no ocurre en un vacío. Actúa como un catalizador que acelera la reconfiguración de alianzas en Asia. Cada actor global se ve forzado a tomar posición, y sus decisiones definirán el equilibrio de poder para la próxima década.
Este escenario proyecta la solidificación de dos bloques de facto en el sur de Asia, con la línea de control en Cachemira como una de sus fronteras más calientes. La región se convierte así en un teatro principal de la competencia entre grandes potencias, donde las tensiones locales son amplificadas por rivalidades globales.
La disuasión nuclear clásica, basada en la Destrucción Mutua Asegurada (MAD), postulaba que la simple posesión de armas nucleares evitaría cualquier conflicto directo. Los eventos de mayo sugieren una reescritura de este contrato: las armas nucleares no impiden la guerra, sino que la enmarcan, permitiendo un nivel de violencia convencional que antes se consideraba impensable.
Este nuevo paradigma tiene consecuencias económicas globales. La incertidumbre generada por conflictos regionales impacta directamente en los mercados, como lo demuestran los reportes de empresas como la chilena Arauco, que advierten sobre el deterioro de sus industrias por la volatilidad de las "guerras comerciales", un eufemismo para la inestabilidad geopolítica. Un conflicto prolongado en el subcontinente podría interrumpir cadenas de suministro clave, disparar los precios de la energía y provocar una fuga de capitales de los mercados emergentes. La guerra híbrida también es una guerra económica.
Mirando hacia el horizonte, tres futuros se perfilan con distinta probabilidad e impacto:
Los bombardeos de mayo no son el final de la historia, sino el prólogo de un futuro incierto. La pregunta que queda suspendida en el aire, tan densa como el humo sobre la frontera, es si la "escalada controlada" es una sofisticada herramienta de la diplomacia coercitiva del siglo XXI o simplemente una apuesta temeraria que, tarde o temprano, todos perderemos.