A más de un mes de las elecciones primarias del 29 de junio, el panorama político chileno no se ha despejado. Por el contrario, la polvareda levantada por los resultados ha revelado un tablero reconfigurado, más complejo y fracturado de lo que se anticipaba. Lejos de ser un mero trámite para ratificar liderazgos, las primarias actuaron como un sismo que sacudió los cimientos de las coaliciones, exponiendo sus tensiones internas y forzando un replanteamiento total de las estrategias de cara a la elección presidencial de noviembre.
La sorpresa más contundente de la jornada fue la victoria de Jeannette Jara, la candidata del Partido Comunista (PC), en la primaria del oficialismo. Su triunfo sobre Carolina Tohá (PPD), la carta más afín a la línea del Socialismo Democrático y al gobierno, no fue solo una victoria electoral, sino un golpe simbólico que alteró el equilibrio de poder dentro de la alianza gobernante.
El resultado, si bien energizó a la base más dura de la izquierda, se transformó rápidamente en un dilema estratégico. La principal consecuencia ha sido la dificultad para construir la anhelada unidad del sector. La decisión de Jara, comunicada a principios de julio, de no suspender su militancia en el PC para ampliar su base de apoyo, puso en una pausa indefinida los acercamientos con la Democracia Cristiana (DC). La Falange, liderada por Alberto Undurraga, ve con profunda reticencia apoyar a una candidata comunista, un factor que podría ser decisivo para la supervivencia electoral del partido de centro.
Este desafío externo se suma a las tensiones internas. Durante la campaña, la propia candidata debió lidiar con los flancos abiertos por el presidente de su partido, Lautaro Carmona, quien admitió haber generado "desinteligencias" con sus declaraciones sobre temas sensibles como Cuba o la necesidad de una nueva Constitución. Este episodio evidenció la difícil encrucijada de Jara: ser fiel a la identidad de su partido y, al mismo tiempo, presentarse como una figura capaz de aglutinar a un espectro más amplio que va desde el Frente Amplio hasta sectores moderados. Como señaló la presidenta del PS, Paulina Vodanovic, la discusión se ha centrado en la "condición PC" de Jara, un marco que la derecha busca explotar.
Si en el oficialismo la primaria redefinió el liderazgo, en la derecha agudizó una pugna que venía gestándose por meses. Evelyn Matthei (UDI), quien a inicios de año parecía la candidata inevitable del sector, vio cómo su campaña enfrentaba turbulencias que la obligaron a reestructurar su equipo en abril con la llegada de Diego Paulsen. Su posterior caída en las encuestas, que la llevó a ser superada por José Antonio Kast (Republicanos) y a ausentarse de un debate clave en junio, confirmó que la carrera estaba lejos de estar definida.
Desde entonces, la contienda se ha perfilado como una batalla entre dos proyectos antagónicos. Por un lado, la campaña de Matthei, reforzada por el apoyo del partido de centro Amarillos, ha buscado posicionarla como la carta de la gobernabilidad, la seriedad y la experiencia. Su equipo, a través de voceros como José Luis Ossa, ha criticado a Kast por presentar una campaña con "menos contenido" y más eslóganes, mientras ellos se enfocan en propuestas detalladas y fiscalmente responsables.
Por otro lado, Kast ha consolidado un estilo más confrontacional y populista, logrando una fuerte conexión con una base electoral que busca una ruptura más drástica con el statu quo. Su estrategia, basada en la seguridad y la crítica frontal al gobierno y a la izquierda, ha demostrado ser altamente efectiva para movilizar a un electorado descontento, aunque genera anticuerpos en los sectores más moderados.
Las primarias de 2025 no pueden entenderse como un evento aislado. Son el reflejo de la profunda fragmentación política que vive Chile desde el estallido social de 2019 y los fallidos procesos constitucionales. Las viejas coaliciones se han debilitado y las nuevas fuerzas políticas luchan por consolidar su hegemonía.
Hoy, el escenario es de una incertidumbre radical. El oficialismo se enfrenta a la tarea monumental de unificar a sus distintas almas detrás de una candidata que, si bien ganó legítimamente, genera resistencia en aliados clave para una segunda vuelta. La derecha, por su parte, debe resolver una disputa ideológica fundamental sobre su propia identidad antes de poder enfrentar a la izquierda. Las primarias no cerraron un capítulo; abrieron uno nuevo, marcado por la polarización y la fragilidad de los pactos, donde cada movimiento en este reconfigurado tablero será decisivo en el camino a La Moneda.