A más de dos meses de las primarias presidenciales del oficialismo, el eco de la jornada del 29 de junio de 2025 resuena con la fuerza de un reacomodo tectónico. Lo que en su momento fue un hito del calendario electoral, hoy se analiza como el epicentro de una fractura que ha redibujado las alianzas, expuesto las debilidades y redefinido las tensiones de todo el espectro político chileno. La contundente victoria de Jeannette Jara (PC) no solo la ungió como la candidata única del progresismo, sino que desató una serie de réplicas que aún sacuden los cimientos de los partidos, desde el Frente Amplio hasta la Democracia Cristiana, obligando a todos los actores a repensar su estrategia de cara a la elección de noviembre.
Con un 60,3% de los votos, Jeannette Jara se impuso de manera inapelable sobre Carolina Tohá (PPD), que obtuvo un 27,9%, y un magro 9% para Gonzalo Winter (FA), el candidato del partido del Presidente Gabriel Boric. Este resultado, si bien anticipado por algunas encuestas como la Cadem previa a la elección, sorprendió por su magnitud. Demostró no solo la capacidad de movilización del Partido Comunista, sino también un profundo descontento o desconexión del electorado de izquierda con las propuestas del Socialismo Democrático y el Frente Amplio.
La jornada, marcada por una participación ciudadana que no superó los 1.3 millones de votantes, fue interpretada por figuras de la oposición como Evelyn Matthei (UDI) como una señal del "distanciamiento de los chilenos de la política". Sin embargo, para el oficialismo, el mensaje fue otro: un mandato claro que desplazaba la hegemonía de la coalición desde el centro-izquierda moderado y el frenteamplismo hacia el Partido Comunista.
El día después de la primaria no hubo tiempo para lamentos, sino para el inicio de una cruda autopsia política en los comandos derrotados.
El triunfo de Jara, si bien zanjó la contienda interna, abrió un nuevo y complejo capítulo: la construcción de una unidad programática y política. Apenas una semana después de la elección, el presidente del PPD, senador Jaime Quintana, calificó el programa de Jara como un "mal texto" y condicionó el apoyo de su partido a una "convergencia programática" donde se sintieran cómodos.
Esta declaración, que generó una rápida respuesta de las timoneles del PS, Paulina Vodanovic, y del FA, Constanza Martínez, quienes buscaron matizar la polémica, expuso la disonancia cognitiva en el corazón del oficialismo: la necesidad de unirse detrás de una candidata cuyo programa genera profundas aprensiones en los sectores más moderados de la misma coalición. La propia Jara, en la noche de su triunfo, hizo gestos hacia el centro al hablar de crecimiento económico y respeto a los tratados internacionales, pero la tensión sobre el contenido final de su propuesta de gobierno sigue latente.
La fractura en la izquierda provocó un reacomodo inmediato en las demás fuerzas.
Las primarias de junio no fueron el cierre de un proceso, sino la apertura de una nueva etapa de alta incertidumbre. El resultado consolidó a una candidata, pero a costa de fracturar a su propia coalición, cuyas grietas ideológicas y estratégicas han quedado expuestas. El oficialismo enfrenta el desafío monumental de transformar una unidad electoral forzada en un proyecto político coherente y creíble. Mientras tanto, la oposición y el centro redefinen sus roles en un tablero que cambió drásticamente. La carrera presidencial ha comenzado, pero las placas tectónicas de la política chilena siguen en movimiento, y nuevas réplicas son inminentes.