A 80 kilómetros al norte de Lima, un coloso de concreto y acero ha comenzado a operar, enviando ondas de choque que se sienten a más de 3,700 kilómetros al sur, en los puertos de Valparaíso y San Antonio. La inauguración oficial del Terminal Portuario Multipropósito de Chancay no es solo un hito para la infraestructura peruana; es el evento catalizador que marca un punto de inflexión en la geografía económica y política del Pacífico Sur. Financiado mayoritariamente por la naviera china Cosco Shipping, este megapuerto no solo promete reducir el tiempo de viaje a Asia de 35 a 25 días, sino que proyecta un futuro donde el centro de gravedad logístico de la región se desplaza inexorablemente hacia el norte, poniendo en jaque el modelo de desarrollo que sostuvo el llamado “milagro chileno” durante décadas.
Las señales de este cambio de era no son sutiles. Durante más de una década, mientras Chile debatía y postergaba proyectos de infraestructura clave, Perú avanzaba con una estrategia agresiva. Los datos son elocuentes: entre 2010 y 2024, las exportaciones de fruta peruana crecieron a una tasa anual del 19,6%, en contraste con el 6,8% de Chile. Informes del propio Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego de Perú proyectan con confianza que en 2025 superarán a Chile como el mayor exportador de frutas de Sudamérica, alcanzando los US$10.194 millones frente a los US$9.979 millones chilenos.
Este sorpaso en el sector frutícola es sintomático de una tendencia más profunda. Productos como los arándanos y las paltas peruanas ya dominan mercados que antes eran nichos chilenos. La presidenta peruana, Dina Boluarte, no dudó en invitar a los “vecinos de la región” a utilizar Chancay, una declaración que resuena como un desafío directo a la posición de Chile como la puerta de entrada y salida del Cono Sur hacia el Pacífico. La pregunta ya no es si ocurrirá el cambio de hegemonía, sino cuán rápido se consolidará y qué consecuencias traerá para un Chile que parece haber perdido la iniciativa.
La construcción de Chancay no puede entenderse sin el telón de fondo de la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. Mientras Perú celebra la inversión china como un motor de desarrollo, en Chile la misma presencia genera tensiones y sospechas. El reciente conflicto por la instalación de un telescopio chino en el norte de Chile, donde Beijing acusó una “operación mediática” de Washington para interferir, ilustra la delgada línea que el país debe transitar. Estados Unidos ve con recelo cada avance chino en la región, enmarcando proyectos de infraestructura y ciencia como potenciales herramientas de doble uso militar y de espionaje.
Esta presión externa se combina con una parálisis interna en Chile. El interminable debate sobre el proyecto minero-portuario Dominga, entrampado entre intereses económicos, disputas políticas y preocupaciones ambientales, es el símbolo de una incapacidad para ejecutar proyectos de gran escala. Mientras Chile discute, Perú construye. Esta asimetría en la capacidad de acción estratégica deja a Chile en una posición de vulnerabilidad, reaccionando a los movimientos de otros en lugar de definir su propio rumbo.
La entrada en operación de Chancay abre tres escenarios probables para el futuro de Chile a mediano y largo plazo:
El megapuerto de Chancay es, en última instancia, un espejo. Refleja la ambición de un vecino y las dudas de una nación que durante mucho tiempo se sintió a la vanguardia. La discusión no debe centrarse en lamentar la pérdida de una primacía que ya es historia, sino en la pregunta fundamental que este nuevo mapa comercial impone: ¿Qué tipo de país quiere ser Chile en este nuevo orden del Pacífico? ¿Un espectador pasivo del ascenso de otros, un actor de nicho en un mundo dividido, o una nación capaz de reinventarse para competir en un tablero global que ya cambió para siempre? Las decisiones, o la falta de ellas, en los próximos años definirán la respuesta.